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Las barreras están hechas para derrumbarse. Tal como destaca Gregg Popovich con su frase de golpear la piedra: “Cuando nada parece ayudar, me voy a una cantera y veo a los trabajadores golpear la piedra. La pueden golpear hasta cien veces, que la roca no se agrietará. Sin embargo, en la 101 la piedra se rompe y se divide en dos. Yo sé que no es ese golpe el que la ha roto, sino todos los que se han dado antes”, una frase que le pertenece a Jacob Riis.

Otro que podría contar esa historia sería el seleccionado argentino de mujeres en categoría mayores. Argentina, históricamente, fue una de las grandes potencias americanas: detrás de Estados Unidos, el cual está en un nivel superior y no entra en ningún tipo de conversación, peleando mano a mano, dependiendo las camadas, las presencias y las ausencias, con Canadá, Brasil y Cuba, aunque ahora las caribeñas fueron reemplazadas por Puerto Rico.

Pese a siempre estar en la conversación en los torneos continentales, Argentina estaba bloqueado en Sudamérica. Había podido ganar solo un torneo subcontinental, el de 1948 que se jugó en Buenos Aires. Después fue subcampeón en 15 ocasiones, la gran mayoría entre las décadas del 1990 y 2000, durante ese período llegó a la definición 11 veces sobre 12 torneos disputados.

Pero la brecha se acortaba con Brasil, el gran líder de Sudamérica. Había estado cerca en varias ocasiones, principalmente en Ambato 2014 cuando dominó durante gran parte del partido, pero se le escapó sobre el final. Algo que se iba a revertir e iba a ser, justamente, al revés cuatro años después en Tunja, Colombia.

Las dirigidas por Cristian Santander pudieron ganarle la pulseada a la historia, quebraron su resistencia y con un final no apto para cardíacos en el cual Melisa Gretter fue determinante con un libre en el cierre del juego, le ganaron a Brasil por 65-64 y desataron una locura total. Claro, no era para menos: hacía exactamente 70 años que no se conseguía ser campeón Sudamericano.