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Michael Jordan fue uno de los mejores jugadores en la historia del básquet. Su enfermiza obsesión por ganar guiaba su vida, para bien y para mal. Detestaba perder y era capaz de vender a su propia madre con tal de conseguir sus objetivos. Para él, el fin siempre justificaba los medios y vastos ejemplos lo demuestran. También poseía una confianza única. El 23 sabía que era el mejor y a veces se daba el lujo de subestimar a sus rivales.

Una de esas historias ocurrió en medio de la temporada 1991/92, cuando Chicago Bulls tenía que enfrentarse a Cleveland Cavaliers. La anécdota la contó Jeremy Roenick, quien en ese periplo se encontraba defendiendo los colores de los Blackhawks en la NHL norteamericana. Ese día, los dos deportistas profesionales decidieron disputar una partida de golf, con una ronda de 18 hoyos y una apuesta de 1.000 dólares. 

¿Qué pasó aquella vez? Jordan perdió el juego e inmediatamente perdió la cabeza, por lo que retó a Roenick a otra ronda y, por supuesto, otros 1.000 dólares. "Quise decirle que no porque él jugaba esa noche, pero jugamos otra ronda y le volví a ganar", relató el de Blackhawks. Pero Michael volvió a desafiar a Jeremy y otra vez quiso la revancha. Entre tanta competencia, ambos continuaron tomando cerveza y al terminar la tarde se habían bebido aproximadamente diez cada uno. 

Antes de irse al estadio, Michael, enojado, le dijo a Jeremy: "Hoy ganamos por más de 20 puntos y yo voy a anotar más de 40". Por supuesto, Jordan convirtió 42 tantos aquella noche y los Bulls vencieron a los Cavs por 24 unidades de diferencia. Jugó borracho, la rompió, se olvidó de las partidas perdidas en el golf y su equipo ganó. No lo podría haber hecho otro, sólo él. Uno en un millón. Raro para vivir, escaso para morir. Su majestad aérea. 

Ignacio Miranda/ [email protected]
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