A 20 de la Generación Dorada

El impacto de Indianápolis 2002 en Grecia 2004

15:45 09/08/2024 | Un Mundial y unos Juegos Olímpicos no son lo mismo, pero fue ese escenario mundialista el que permitió a Argentina tomar coraje para hacer lo que nadie más pudo.

Montecchia en lo alto de Indianápolis (Getty)

El 4 de septiembre de 2002, en Indianápolis, la historia del básquet argentino cambió para siempre. Un grupo de jóvenes jugadores argentinos, provenientes de un país sin una tradición sólida en este deporte y con limitaciones estructurales evidentes, logró lo impensado: derrotar al Dream Team estadounidense, un equipo compuesto por figuras de la NBA que, hasta ese momento, ostentaba un invicto de 58 partidos internacionales y una década de supremacía absoluta.

El impacto de esa victoria, un 87-80 que resonó en todo el mundo del deporte, no solo rompió un invicto histórico, sino que sembró la semilla de lo que dos años después se convertiría en la mayor hazaña del deporte argentino: la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004. Esta victoria en Indianápolis fue el primer golpe sobre la mesa de la Generación Dorada, un grupo de jugadores que redefiniría el básquet argentino y mundial.

La victoria contra Estados Unidos en el Mundial de Indianápolis no fue un simple triunfo deportivo, fue un cambio de paradigma. La supremacía estadounidense en el básquet, alimentada por el talento y la capacidad atlética de sus jugadores, se vio cuestionada por un equipo que, sin las mismas herramientas físicas, supo explotar al máximo su disciplina, inteligencia y espíritu de equipo. La final de ese Mundial, aunque dolorosamente perdida contra Yugoslavia en tiempo suplementario (84-77), dejó en claro que Argentina estaba lista para competir al más alto nivel.

El cierre de ese torneo, marcado por una controvertida decisión arbitral en los últimos segundos del tiempo reglamentario, dejó una cicatriz profunda en la selección argentina. Sin embargo, esa herida no se infectó de resentimiento, sino que se convirtió en un motor de superación. La falta no cobrada sobre Hugo Sconochini, que podría haber cambiado la historia, se transformó en un recordatorio constante de la importancia de la experiencia y la concentración en los momentos decisivos.

La experiencia de Indianápolis fue el preámbulo perfecto para lo que vendría en Atenas 2004. Con el dolor de la derrota aún fresco, el equipo argentino llegó a los Juegos Olímpicos con una mezcla de hambre de revancha y una renovada confianza en sus habilidades. Rubén Magnano, el arquitecto de esta Generación Dorada, decidió renovar ligeramente el plantel, incorporando a dos jugadores que resultarían fundamentales: Walter Herrmann y Carlos Delfino.

Herrmann, quien venía de dominar la Liga Nacional, y Delfino, una joven promesa que estaba a punto de debutar en la NBA, aportaron frescura y dinamismo al equipo. Ambos jugadores, aunque inicialmente considerados como las piezas 11 y 12 del equipo, demostraron ser mucho más que eso. En los momentos clave, como en los cuartos de final contra Grecia y las semifinales contra Estados Unidos, su contribución fue vital. Herrmann, con su capacidad física y mental para superar la adversidad personal, y Delfino, con su versatilidad y juventud, dieron al equipo argentino el impulso necesario para superar cada obstáculo en su camino hacia la gloria.

El 28 de agosto de 2004, en Atenas, Argentina escribió la página más dorada de su historia deportiva al vencer a Italia 84-69 en la final de los Juegos Olímpicos. Esa medalla de oro no fue solo un logro deportivo, fue la culminación de un proceso que comenzó en Indianápolis dos años antes. La Generación Dorada no solo había aprendido a ganar, sino que había aprendido a superar la adversidad, a mantenerse unida bajo presión y a confiar en sus habilidades incluso en los momentos más difíciles.

Pablo Catalá / [email protected] 
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