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La suerte es el resultado positivo o negativo de un hecho poco probable. Se la puede percibir como una cuestión del azar o como una serie de explicaciones de fe o superstición, influenciada por eventos afortunados y desafortunados que suceden en un tiempo y espacio determinados. Hasta el momento no se encontró una explicación científica y no hay nada teórico más allá de las definiciones concretas de la palabra en cuestión.

El deporte no está exento de todo esto y para tener éxito, conseguir títulos y llegar a vivir de él siempre es necesaria una cuota de suerte. Eso sí, siempre combinada con trabajo duro, ética, entrenamiento, mentalidad y personalidad para sobreponerse a las adversidades y mantenerse en lo más alto. Además, cada deportista tiene sus propias cábalas, rituales, amuletos y costumbres que le permiten poseer un colchón de confianza dentro de la cancha.

En el caso del básquet, a lo largo de la historia de la disciplina, distintos jugadores y dirigentes tuvieron amuletos y parámetros completamente insólitos que los utilizaron e implementaron antes, durante o después de cada partido. Desde un par de medias hasta un short debajo de otro o una misma comida la mañana previa a cada juego, cada uno de ellos continuaron con rituales excéntricos que les permitieron tener mayor ímpetu a la hora de competir en el rectángulo. 

Las medias de Jason Terry

Si había un jugador obsesivo en su rutina del día de juego era Jason Terry, quien la noche anterior a cada partido se ponía los shorts del equipo rival al que enfrentaría. También comía siempre la misma comida antes de los choques y utilizaba cinco pares de medias para jugar. 

La bola de cristal de Philadelphia Sixers

El presidente de Philadelphia Sixers en 1996, Pat Croce, no estaba seguro de sus 33.75% de chances de quedarse con el pick número uno del Draft de aquel año, por lo que decidió traer directamente desde Waterford, Irlanda una bola de cristal que supuestamente le daría suerte. La fortuna lo acompañó y en ese sorteo pudieron quedarse con el puesto uno para seleccionar al legendario Allen Iverson. 

Los shorts de Michael Jordan

Luego de que Michael ganara el campeonato de la NCAA con North Carolina en 1982, el escolta creyó firmemente en que ese short tenía poderes especiales y que le permitiría lograr todo el éxito que se imaginaba. Precisamente por esto fue que Jordan los utilizó durante toda su carrera en Chicago Bulls. Pero nadie los veía porque lo tenía debajo del short rojo de los toros. Fue algo oculto, que sólo él y quienes lo conocían sabían que lo tenía. Mal no le fue, y en la NBA logró seis campeonatos, siempre con su particular accesorio. 

La herradura de los Knicks

Después de terminar la temporada 1984/85 con un pésimo récord de 24 victorias y 58 derrotas, New York Knicks se encontraba en la lona y todos los fanáticos del equipo estaban rezando por que cambie su suerte en el Draft. ¿Qué hizo el director de operaciones de baloncesto del equipo Dave DeBusschere? Tuvo una brillante herradura a su lado el día del sorteo, lo que le permitió asegurar la primera elección y seleccionar a Patrick Ewing de Georgetown. 

El señuelo de pesca de Milwaukee

De cara a la lotería del 2005, Milwaukee tenía un 6.3% de chances de quedarse con el pick uno. Prácticamente no tenía oportunidad. Todo cambió cuando en pleno sorteo los directivos se apoyaron en un señuelo de pesca de la suerte para cambiar su propia fortuna. Finalmente lograron adquirir esa primera posición, pero se conformaron eligiendo a Andrew Bogut y dejaron pasar a talentos como Chris Paul y Deron Williams. 

Caron Butler y una costumbre bizarra

"Me tranquilizaba", confesó en una entrevista a Bleacher Report el veterano Butler. Resulta que el bueno de Caron masticaba paja antes de cada partido. Incluso, masticar ese elemento fue una vez una parte integral del régimen del jugador. Lamentablemente, la NBA decidió prohibir su adicción obviamente atroz. 

LeBron James y el talco

Antes de cada partido en Cleveland Cavaliers, Miami Heat y Los Angeles Lakers, LeBron James acostumbraba a lanzar talco en el medio de la cancha, con la mesa de control siendo testigo de su ritual. Era una muestra de superioridad, de dejar en claro que el 23 estaba a punto de entrar a jugar. 

Ignacio Miranda/ [email protected]
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