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"Individualmente, somos una gota. Juntos, somos un océano", dijo Ryunosuke Satoro. Emanuel Ginóbili y Luis Scola fueron precisamente eso. Un mar de alegrías, triunfos y títulos. Siempre juntos nunca separados. Aquella vez en el Mundial de China 2019 no fue la excepción. A pesar de que el zurdo ya estaba retirado y de que sólo el interno seguía jugando, los dos se apoyaron, cada uno desde su lugar. 

Dentro de la cancha Scola fue el capitán del barco y fuera de ella Ginóbili aportó lo suyo, aplaudiendo, gritando y delirando como si fuera uno más del equipo. Al lado estaba Kobe Bryant y mucho no entendía. El partido era contra Francia y nadie esperaba que Argentina se llevara un tan contundente triunfo.

Quizás fueron las voces de Manu lo que les dio ánimos a todos, o el liderazgo de Luis, o el convencimiento de los intérpretes. O tal vez fue ese conjunto de cosas. Nunca nadie lo sabrá. De lo que sí hay certezas es que luego de la victoria llegó el desahogo y el abrazo entre los dos artífices del pasado, del presente y del futuro del seleccionado argentino de básquet. 

Manu y Luis. Ginóbili y Scola. El escolta y el ala pivote. Juntos, como siempre. Lloraron, se abrazaron y se fundieron en un sello de camaraderia, amistad y compañerismo que marcó para siempre una de las victorias más históricas del combinado nacional, frente a uno de los equipos más potentes del Mundial. Ese gesto lo fue todo y jamás se olvidará. Fue un símbolo. Una vida. La Argentina unida. 

Ignacio Miranda/ [email protected]
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