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Luis Scola: historia de un crack anunciado

14:31 20/09/2021 | El porteño deja el básquet tras una vida dedicada a este deporte, y siendo uno de los pocos casos que, podríamos decir, nació siendo bueno.

Scola de muy chico, cuando ya le sacaba una cabeza a todos y deslumbraba con su talento precoz (Foto CAB)

Luis Scola es un caso único. O, al menos, poco habitual. Con padre basquetbolista y madre amante de los deportes, que el niño saliera tirando para ese lado no sorprendió a nadie, como tampoco que eligiera el básquet, porque rápidamente se empezó a notar que su cuerpo se alargaba. Y, encima, le gustaba. 

Scola ya medía más de 1.80 en minibásquet, la volcaba sobrado, pero lo que más asombraba a todos los que lo veían era su facilidad para meter la pelotita adentro del círculo de metal donde colgaba una red: el aro. Había encontrado de muy joven ese bendito secreto. 

Los que estaban en el ambiente del básquetbol profesional y conocían a Scola padre, empezaron a escuchar muy pronto a hablar de su hijo Luis. "Es un crack". Seguramente, esa frase se habrá dicho infinidad de veces en casos de chicos de minibásquet, e incluso bastante mayores (juveniles), y en la mayor parte de los casos (en minibásquet, el 99% de las veces), el pronóstico falló. 

Pero Luis siguió creciendo, física y deportivamente, y a los 14 ya era una estrella encubierta en el ámbito federativo de Capital Federal. No parecía tener la edad que tenía y su talento le desbordaba por los poros. Con esa edad fue parte de la clínica de Scottie Pippen en el Cenard en agosto de 1994. Luis participó como sparring para los ejercicios que proponía Pippen y en uno se la volcó en la cara con desparpajo. Nadie entendía nada. 

A esa altura, hacía aproximadamente un año que había llegado a Ferro, proveniente de Ciudad de Buenos Aires. Dicen que la primera vez que León Najnudel lo vio entrenar en Ferro, le dijo a Julio Lamas: "Va a ser el mejor 4 de la historia argentina". León tenía un ojo único: había llevado a la cima a jóvenes como Miguel Cortijo, y descubierto a Marcelo Nicola y, sobre todo, a un gordito que en los picados en la cancha descubierta de Sport Club de Cañada hacía desastres: Hugo Sconochini.

Con Luis fue contundente, y como sabemos todos hoy, día de su retiro, casi tres décadas después, no se equivocó. Porque a todo ese talento que tuvo desde la cuna, un don de esos que no se pueden explicar demasiado, Scola le agregó todo el trabajo posible que podría haberle agregado. No existió algo que no haya hecho para ser un poco mejor, incluso para el partido contra Australia en Tokio, el último de su brillante carrera. 

Fue un crack nomás.

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