Opinión

La Liga más dura, intensa, asfixiante y conmovedora de la historia

19:47 16/05/2021 | Se terminó un año que nunca jamás será olvidado. Que dejó mil enseñanzas, enormes dolores, pérdidas irreparables y una confusa sensación de felicidad y amargura.

Misión cumplida: la Liga Nacional completó su temporada más difícil (Foto LNB Contenidos)

Cuando Silvio Santander comenzó a responder las preguntas de la TV post partido definitorio, tras lograr el título, se notaba que algo atravesaba su garganta. Y lo pudo aguantar poco más. Enseguida se quebró y sus ojos se llenaron de emoción, inocultable pese al eterno barbijo, que pasó a formar parte de nuestra vida diaria. Lo que le pasó a Santander fue, de alguna manera, lo que nos pasó a la mayoría de los que vivimos desde adentro, según nuestro rol, esta temporada de la Liga Nacional. 

Cuando en marzo del 2020 se tuvo que suspender la competencia, nadie pensaba lo que acarrearía volver. No se sabía cuánto duraría el freno, pero indudablemente no se podía imaginar que 14 meses después seguiríamos en medio de la tormenta. El gobierno no acompañó la idea de terminar la 2019/20 al estilo español (un error, a nuestro entender), y hubo que juntar fuerzas para ver cómo se armaba la 2020/21. 

Como muchas veces hemos criticado a la AdC, en esta deberemos reconocer que siempre tuvo una actitud projuego, y que los obstáculos que superó fueron muchos por las trabas reglamentarias que se fueron colocando a nivel nacional, más errores (algunos no forzados), por la intención de poner en actividad a la competencia, siendo siempre consciente de los centenares de puestos de trabajo que eso implicaba. Repetimos: con errores, aplaudimos esa actitid general. 

Sin embargo, la historia no podía empezar de peor manera. Dos días antes del inicio formal de la competencia (4 de noviembre), fallecía Osvaldo Arduh, entrenador de Atenas, por las complicaciones del Covid. La mayoría de los equipos ya estaban instalados en los dos hoteles con los que se comenzó el torneo en sistema de burbujas. Fue un golpe de nocaut, pero tanto Atenas como la Liga decidieron que no se podía parar. Fue dolorosísimo. 

Desde ese 2 de noviembre, hasta que se tuvo que suspender momentáneamente el campeonato por la explosión de casos dos semanas después de iniciado (18 de noviembre), todo era muy confuso y complejo. Demasiados equipos alojados en los mismos lugares, ansiedad por encontrar algo de libertad en el encierro, incertidumbre total... Se volvió el 4 de diciembre, con formato distinto (cada equipo haciéndose cargo de sí mismo, en varios alojamientos), y así se mantuvo hasta el final, este sábado 15 de mayo. Volvieron los rebrotes, algunos equipos se vieron perjudicados en el peor momento, pero la Liga siguió. Ya estaba decidido que fuera así. 

Con los meses se tornó natural, pero nada lo fue. Hubo estadías de dos meses de equipos en hoteles sin poder ver a su familia, sin las comodidades para sobrellevar las presiones normales de una competencia, jugando a veces 4 días en una semana, entrenando poco por ese mismo motivo, estando muchísimo tiempo solos en sus habitaciones, a veces con situaciones familiares desesperantes que necesitaban presencia física, y no se podía, como cuando la mamá de Sebastián González tuvo que superar un cáncer de pulmón justo cuando Quimsa ganaba el cuadrangular final del Súper 20. Se asemejaron más a marinos que aprenden a convivir con la soledad y la lejanía, que a deportistas que practican un deporte que siempre fue bien de cercanía y afecto. 

Y fueron todos para adelante. Seguramente esa mentalidad que tanto valoran en el mundo de los deportistas argentinos, en medio de tantos defectos que nos mantienen apenas a flote como país, sirvió esta vez para hacerle frente a la locura de jugar un año entero una Liga, en una sola ciudad, en dos canchas, y así y todo mostrar siempre la misma competitividad por intentar ganar. Muchos jugadores o equipos podrían haber aflojado para volver a sus pagos más rápido. Pero no. Quizá el mayor ejemplo de eso fue Instituto, armado para estar arriba, disminuido al final, que le metió una garra enorme para intentar meterse en semis. No pudo, pero no hubo escasez de energía ni de coraje allí. 

Lo más importante que fue dejando la competencia, a medida que se iba desarrollando, y que mandaba el mensaje de que nada impediría que terminase, fue la solidez de una Liga, golpeada por la pandemia y, ni hablar, por lo económico (a esta altura no sabemos ya qué fue peor), que demostró que quizá su imagen exterior no es la de antes, pero que sus cimientos están tan fuertes como siempre. Los clubes, esos milagros que tan poco se entienden en el resto del planeta, volvieron a dar fe de por qué en estas tierras pasa algo distinto con el deporte. Se nos mete en las entrañas, es parte de nuestra piel. A veces hacemos cosas para autodestruirlo, pero en el momento límite, cuando el riesgo pasa un límite, ponemos lo que hace falta para salvarlo. Somos argentinos, y no podemos evitarlo. Quizá por eso, por nuestro eterno espíritu tanguero, como Santander, cuando la chicharra sonó y San Lorenzo salió campeón, todos sentimos esas enormes ganas de llorar. 

Fabián García / [email protected]
En Twitter: @basquetplus

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