Historia de Argentina en los Juegos Olímpicos: Beijing 2008
22:29 23/07/2021 | Tras el oro del 2004 y la frustración en el Mundial de Japón, Beijing fue otro de los puntos altos de la Generación Dorada, consiguiendo la medalla de bronce.
Para los Juegos Olímpicos de Beijing, el status de Argentina a nivel global había cambiado enormemente. En todo sentido. Argentina era potencia. Llevaba 6 años en el más alto nivel, siempre llegando al menos a semifinales en Mundiales y JJOO, con Ginóbili ganando 3 anillos en la NBA con uno de los mejores equipos de la historia, con 6 jugadores en la mejor liga del mundo y con una experiencia justa como para seguir allí.
Estados Unidos, tras el fracaso en Atenas, empezó a organizarse de otra forma. Rearmó USA Basketball, empezó planes de larga duración con el mismo entrenador y los mismos jugadores (era esa la idea), y así fue que Mike Krzyzewski tomó las riendas en el 2006, para el Mundial de Japón, donde Grecia los dejó afuera de la final en semis e hizo tambalear el proyecto. Argentina, en ese Mundial disputado en el mismo estadio donde ahora se harán los Juegos, jugó de forma brillante. Mejor que en Atenas 2004. Sin dudas. Pero le faltó el moño final. El recordado tiro de Chapu para ganarle a España que pegó en el fierrito y salió. Y un cuarto puesto final que supo a poco.
En ese entonces, se había producido el cambio de coach. El ganador Magnano dejándole el puesto al joven Sergio Hernández, que en ese 2006 andaba por los 42 años. Fue una época de zozobra. Porque después del Mundial hubo una especie de descarrilamiento, en donde Pepe Sánchez anunció que no volvería ya a jugar con Argentina, y luego se sumaron varias renuncias momentáneas: Wolkowyski, Fernández, Herrmann y los lesionados Oberto y Nocioni. Ginóbili tampoco estaba en condiciones para el FIBA Américas 2007 que clasificaba a Beijing, por lo que ese torneo fue de una importancia vital. Allí nació el capitán Scola, y entre él, Oveja, Delfino y Pablo Prigioni (que se adueño de la base), se armó una química especial que perduraría en el tiempo. Argentina logró el segundo puesto tras un torneazo y se ganó la plaza olímpica.
En Beijing, Ginóbili se sumó tras estar en duda por una lesión, pero del viejo grupo que había dado un paso al costado no volvió nadie, salvo los lesionados Oberto y Nocioni. El grupo ya esta bastante distinto al del oro (solo quedaban 5), pero igual las aspiraciones eran altas. No para el oro, que se descontaba que quedaría para Estados Unidos (LeBron, Kobe, Bosh, Melo, Howard y compañía), pero sí para pelear el podio.
La derrota en el partido inicial ante Lituania terminó prácticamente definiendo la chance de llegar a la final, porque si bien se ganaron los demás partidos, con alto nivel y aplastando rivales de jerarquía como Australia, Croacia o Rusia, no se pudo evitar el segundo puesto, que a la larga significaba jugar contra Estados Unidos en semis. Antes, en el partido más sufrido de todo el torneo, Argentina volvió a ganarle a Grecia en cuartos de final, luego de un tiro de tres de Spanoulius que duró un siglo, pero no entró, y que selló el 80-78 para los argentinos. Ese día, nuestro Dios fue Carlos Delfino, que en el peor momento del equipo metió 18 puntos seguidos para Argentina.
En semis, se produciría el hecho más importante del torneo. En el primer cuarto, donde Estados Unidos salió a vengar la humillación del 2004, en una acción fortuita, a Ginóbili se le trabó el tobillo y quedó tirado en el piso. Su imagen saliendo del campo casi sin poder apoyar lo decía todo. El equipo perdía a su as de espadas, pero luchó lo que quedaba con mucho amor propio y, aunque perdió por 20, se fue con la cabeza en alto. El problema era el que se venía para afrontar el partido por el bronce sin Manu.
Ginóbili probó para intentar jugar, otra vez ante los lituanos, pero su ilusión duró poco y en el vestuario, cuando todos salían para la cancha, se puso a llorar a escondidas, algo que impactó de lleno en el resto de sus compañeros, que tendrían un juego memorable ante los lituanos, sacándolos de la cancha con un coraje único, con Nocioni en una pierna, y con laderos que no venían teniendo minutos y que esa mañana la rompieron, como Paolo Quinteros y Leo Gutiérrez.
Ginóbili festejó cada punto como si estuviera jugando, y el equipo fue una piña como siempre, pero con un significado especial. Era jugar por la gloria, pero también por el compañero herido, por sus lágrimas, por la historia, por un grupo que ya se había metido para siempre en las páginas grandes del mundo del básquet.
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