NBA

La historia del racismo en la NBA

09:36 24/02/2020 | A lo largo de los años, la NBA y sus integrantes afroamericanos sufrieron la discriminación que reinaba en los Estados Unidos. Un repaso al desarrollo de esa problemática.

Los fans de Los Angeles Clippers, manifestándose en contra de Donald Sterling en 2014. Foto: AP.

¿Se imaginan a la NBA sin que LeBron James pudiera jugar? ¿O sin que se le permitiera lanzar a Kevin Durant? ¿O con un cupo de dos negros por equipo? ¿Y con una franquicia denigrando a su estrella? Sí, todo eso ocurrió. Y la "razón" siempre fue el racismo.

Antes de que la NBA se conociera con esas siglas, existían dos ligas profesionales que se disputaban el trono de mejor competencia: la BAA -luego tomada como oficial- y la NBL. En 1946, ambas se fusionaron para dar inicio a la que hoy domina el básquet mundial. Como toda institución deportiva de la época, estaba atravesada por el brutal racismo que se vivía por esos tiempos en los Estados Unidos. Los blancos dominaban la competencia desde todos los aspectos: eran el público mayoritario, los dueños de los estadios y de los equipos. Si eras negro, no tenías mucho que hacer más allá de jugar. Y tampoco había libertad en ese sentido: los planteles eran predominantemente blancos y existía una regla implícita que decía que sólo se permitían dos afroamericanos por franquicia. Muchos hombres que prometían ser estrellas vieron cómo su carrera se truncaba por ese tipo de restricciones.

Aunque los blancos dominaban la escena por imposición, eran los equipos conformados por negros los que habían desplegado el mejor juego visto hasta el momento. Durante los años treinta, dos equipos habían brillado en el básquet semi-profesional: New York Rens y Harlem Globettroters. Ambos ganaron el World Professional Basketball Tournament y batieron a varios conjuntos de la NBA en exhibiciones.

Cuando tenían una mínima chance de demostrar su potencial, lo hacían. Sin embargo, esos espacios no aparecían. Los dueños de las franquicias decidían prescindir de ellos. ¿Qué opciones tenían esos jugadores? Pocas: esperar un milagro, cruzarse con alguien que pensara por fuera de los parámetros y no mucho más que eso. Para fortuna de ellos y del juego en general, Red Auerbach era una de esas personas. A lo largo de su carrera como entrenador y dirigente, se encargó de romper las barreras raciales que existían en la liga. Y su primer gran aporte ocurrió en 1950. Auerbach fue el responsable de que los Boston Celtics eligieran a Chuck Cooper en el Draft, convirtiéndolo en el primer afroamericano en lograrlo.

Ese mismo año, Earl Lloyd se transformó en el primer negro en disputar un partido de la NBA. Harold Hunter, por su parte, escribió su nombre en la historia al ser el primer afroamericano que firmaba un contrato profesional en la liga. Sin embargo, fue cortado por los Washington Capitals en el campamento de verano. Nat Clifton, en cambio, firmó contrato y pudo jugar en esa temporada para los New York Knicks. Hank DeZonie también tuvo minutos durante aquella campaña. Todos ellos fueron pioneros, sí. Pero la realidad era ineludible: en los inicios de la década del cincuenta, tan sólo cuatro afroamericanos formaban parte de algún equipo de la NBA.

Conjuntos como Minneapolis Lakers mantuvieron sus planteles sin negros hasta 1956. Y, aunque algunas franquicias ya contaban con un afroamericano, su rol en el funcionamiento del equipo era minúsculo. Con alguna excepción, casi todos eran relegados a capturar rebotes y a correr como sus únicos aportes. Los datos lo demuestran: hasta la aparición de Wilt Chamberlain en la temporada 1959/60, no hubo una sola ocasión en la que el líder de anotación no fuera un blanco. La gran mayoría de las franquicias eran comandadas en ese aspecto por caucásicos. Oscar Robertson y Elgin Baylor fueron los primeros afroamericanos que pudieron establecerse como grandes anotadores de la liga.

Pero, lamentablemente, la realidad era incluso más complicada. Había casos mucho peores que los de esos jugadores. Y la historia de Andy Johnson es un ejemplo perfecto. ¿Quién era este hombre? Uno de tantos jóvenes que destacaba por su talento y potencia atlética. Sin embargo, a Johnson se lo utilizó desde que pisó el secundario. Fue tratado como la mascota de la institución. Ni siquiera le dejaban asistir a clases. Luego, lo enviaron a la Universidad de Portland sin diploma para que lo exhibieran como atracción deportiva. Algo similar ocurrió durante su etapa como profesional. Todo eso está detallado en Basketball Slave, el libro que escribió su hijo Mark en 1992.

Durante los años sesenta, los afroamericanos comenzaron a poblar la NBA. El juego se volvió mucho más atractivo gracias a su capacidad de salto, sus dotes técnicos y su potencia física. Pero, aunque existían más oportunidades, el racismo persistía igual de fuerte que antes. Esa década estuvo dominada por una franquicia en particular: los Boston Celtics de Red Auerbach, que ganaron nueve de diez campeonatos posibles. Las dos grandes figuras de aquel equipo eran, indudablemente, Bob Cousy y Bill Russell. Uno blanco, el otro negro. Mientras el primero era considerado la cara de la liga y disfrutaba del reconocimiento de los aficionados de Boston y del resto de la liga, el segundo era tratado como una escoria de la sociedad que vivía de los triunfos del base.

Como a muchos otros negros de la época, casi no le permiten comprar una casa en un barrio de Boston con la excusa de que "no era para los de su raza". Esa misma propiedad fue vandalizada en reiteradas ocasiones a lo largo de su carrera: graffitis, vidrios y puertas rotas. Un día, Russell se encontró con excremento humano en su propia cama. Habían entrado como si fueran ladrones, pero no robaron nada. Tan sólo querían “recordarle a Bill lo que para ellos significaba.” En uno de los partidos que Boston disputó durante la pretemporada de 1961/62, el equipo paró en un hotel de Lexington. Cuando se disponían a ir a cenar, los encargados frenaron a los cuatro afroamericanos del plantel y les dijeron que "allí no les servían a negros." Russell propuso que ellos no jugaran el partido. Y eso hicieron. En Green Book, película ganadora al Óscar a Mejor Película en 2019, se menciona aquella situación cuando el personal del hotel le prohíbe a Don Shirley (protagonista) comer en el mismo lugar que los invitados. "¿Saben dónde comieron aquellos negros gigantes de los Celtics? Pues aquí no."

Que Russell se relacionara con los activistas de la época lo convertía en un enemigo aún peor. Nada de lo que hiciera iba a ser valorado por aquellos que lo veían como un problema. Tanto odio provocó que él también comenzara a odiar a la ciudad en la que debía ser ídolo absoluto. Una frase suya quedará para la historia: "Tenía todas las variedades. Racismo antiguo, nuevo y en su forma más virulenta. La ciudad tenía racistas corruptos, amigos del ayuntamiento, racistas que arrojaban ladrillos y estaban en las áreas universitarias, racistas que se hacían pasar por falsos radicales elegantes. Más allá de eso, me gustaba la ciudad."
En 1969, Auerbach se retiró y le cedió su lugar a Russell para que se convirtiera en el primer entrenador afroamericano de la NBA. Ofició como entrenador-jugador pero, aunque el equipo ganó dos campeonatos más y le puso el broche de oro a una década gloriosa, el público seguía menospreciando su trabajo. En 1969, colgó las zapatillas. Tres años después, cuando la franquicia anunció que retiraría su dorsal, él pidió que la ceremonia fuera lo más discreta posible. En definitiva, sin aquellos fanáticos que le habían manifestado su odio de innumerables maneras. Ocurrió antes de un partido y con sus amigos y compañeros como únicos participantes. Tuvieron que pasar treinta años para que los Celtics reeditaran la ceremonia. Esta vez, con el Boston Garden lleno.

Al mismo tiempo que Russell sufría el racismo en la NBA, un muchacho llamado Lew Alcindor lo hacía en la NCAA. Había llegado luego de arrasar en el básquet de secundario y todo indicaba que sería una leyenda del juego. Curiosamente, un año después de su arribo, la competencia prohibió terminantemente las volcadas. Aunque aquello no le iba a impedir liderar a UCLA hacia tres campeonatos consecutivos, estaba claro que era un ataque directo a su juego y al de muchos otros afroamericanos. Posteriormente, Alcindor se transformaría en Kareem Abdul-Jabbar y sería uno de los grandes referentes de la época en la lucha por los derechos civiles y la igualdad.

Sin embargo, cuando pisó por primera vez la NBA a finales de los sesenta, se encontró con un panorama diferente al de otras décadas. Varios equipos contaban con más de siete afroamericanos en su plantel. La absorción de la ABA en 1976, una liga plagada de negros a los que se les permitía jugar sin tapujos, acrecentó aún más ese cambio. En la temporada 1979/80, los Knicks se transformaron en el primer equipo con un plantel conformado por afroamericanos en su totalidad.

Entonces, la NBA vivió el racismo en donde más le iba a doler: su economía. Muchos blancos perdieron el interés en la liga porque consideraban que era "muy negra" para su consumo. Se hacía cada vez más complicado firmar un contrato televisivo y venderles el producto a las grandes empresas. Todo cambió cuando, en los ochenta, Larry Bird se convirtió en una estrella de la competencia y entabló una rivalidad histórica con Magic Johnson. Aunque muchos la convirtieron en una guerra entre negros y blancos, ellos jamás lo vieron de ese modo. Sin embargo, no se puede negar la discriminación que vivían los jugadores de Los Angeles Lakers cuando visitaban Boston.

Aquel público que se había alejado encontró en esa joven estrella una razón para volver a enamorarse de la liga. Los Celtics de Bird y Kevin McHale fueron uno de los mejores equipos de la década y gran parte del público blanco los apoyaba. Esa reacción provocó que Isiah Thomas minimizara al alero de Boston dando a entender que sólo era la tapa de los diarios por ser blanco y no por su talento, una desafortunada declaración que derivó en una conferencia de prensa histórica. En definitiva, otro sinsentido que demostraba que el conflicto racial estaba lejos de ser resuelto.

Con el tiempo, políticas impulsadas por personajes como David Stern generaron un cambio bastante notorio. Un gran ejemplo de ello es el viaje a Sudáfrica que el Comisionado realizó junto a Bob McAdoo y Dikembe Mutombo luego de la caída del apartheid. Una nueva camada de jugadores liderada por Michael Jordan dio el siguiente paso: dejar de ser meras estrellas deportivas para convertirse en celebridades a nivel mundial. Por primera vez, los atletas tenían un control bastante real sobre su carrera y su imagen. Jamás volverían a negociarlo.

Al mismo tiempo, las oficinas de cada franquicia -un lugar que históricamente había estado dominado por los blancos- abrieron sus puertas a los afroamericanos. En 2003, Robert Johnson se transformó en el primer negro en ser dueño mayoritario de una franquicia NBA, luego de que la liga le permitiera crear a los Charlotte Bobcats. Siete años más tarde, le vendió el equipo a otro afroamericano: Michael Jordan.

LeBron James y los siguientes fueron un poco más allá y, siguiendo los pasos de Jabbar y Russell, se comprometieron realmente a visibilizar los problemas que nacen del racismo. Esta vez, con un poder y un impacto mediático que no había existido en ningún otro momento de la historia. Esa especie de revolución hizo que la NBA se volviera cada vez más estricta ante las diferentes actitudes racistas que se podían presentar tanto en los partidos como fuera de ellos. Tolerar este tipo de cosas no volvería a ser una opción. Aficionados, entrenadores, periodistas e incluso presidentes y accionistas. Daba lo mismo.

En 2014, la liga (incitada por muchas de las estrellas del momento) suspendió permanentemente a Donald Sterling y lo forzó a vender a Los Angeles Clippers luego de que se filtrara un audio en el que le pedía a su novia que "no trajera negros a sus partidos". Hace menos de un año, Utah suspendió de por vida a un fan que insultó de manera racista a Russell Westbrook durante un partido entre los Jazz y Oklahoma City Thunder.

La realidad indica que el racismo aún es un problema en la liga. Es lo lógico: sigue siéndolo a nivel social en muchísimos países del mundo y atraviesa cualquier faceta inherente a ello. Las competencias deportivas no son la excepción a la regla. Sin embargo, que un monstruo mediático como la NBA fortalezca iniciativas como el Martin Luther King Day y sus principales figuras entiendan que tienen una oportunidad única de hacer valer sus derechos y los de los demás es, cuanto menos, esperanzador. Invita a pensar que las nuevas generaciones están bien encaminadas y que el deporte puede ser una herramienta más que importante a la hora de luchar por la igualdad y el respeto.

 

Leandro Carranza/[email protected]
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En Twitter: @leocarranza99

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