Extraemos partes del informe que Básquet Plus publicó en su edición papel antes del Mundial de 2006, cuando hizo un excelente especial de 5 entregas, escrito por Alejandro Pérez:
Recorrer la historia del seleccionado argentino provoca varias y disímiles sensaciones. A esta etapa que estamos recorriendo le corresponden las que generan la desorganización, la desidia, la falta de interés y la decadencia que abarcó al equipo nacional por la década de los sesenta.
Si fuese cierto aquello que se pregonaba, sobre que era una etapa en la que Argentina concurría a los torneos a aprender, poco se hacía para que esas palabras tuvieran un mínimo de credibilidad. Si se tomaban las grandes competencias como un aprendizaje, lo lógico hubiese sido que luego se ensayara sobre esos nuevos conocimientos. Pero lo real fue que tras el Mundial de Brasil, en mayo de 1963, el seleccionado tardó 2 años y 8 meses en volver a juntarse. Pasaron 1964 y 1965 sin actividad para el equipo, que se reunió recién en febrero de 1966. ¿Qué se hizo con esas enseñanzas durante ese tiempo? Nada. Por el contrario, como bien sabían los jugadores, cuando otro torneo exigiera la presencia argentina, allí se convocaría un nuevo entrenador, se armaría sobre la marcha un nuevo grupo y se buscaría una nueva experiencia de aprendizaje. El resultado sería que si se avanzaba un poco, las potencias lo hacían mucho más, con lo que se aumentaba inexorablemente la brecha que nos separaba de ellas.
Ese 1966 resultó, paradójicamente, de bastante actividad. Comenzó en febrero con el Torneo Confraternidad Americana en Cosquín. El entrenador designado fue Miguel Angel Ripullone, que se destacaba en Gimnasia y Esgrima la Plata. Su medida más importante fue la convocatoria de un hombre que marcaría para siempre la historia del básquetbol argentino: Ernesto “Finito” Gehrmann. Ese torneo, en el que Argentina logró el segundo puesto, por delante de Brasil y Uruguay (el campeón fue EEUU), que también concurrieron con jugadores sin experiencia, sirvió como preparación para el Mundial Extra de Chile. Allí Argentina presentó un plantel con mucha gente joven, entre los que sobresalió por sus virtudes Alberto Cabrera, otro hombre que luego se convertiría en leyenda. Los argentinos llegaron, como casi siempre, mal preparados y se terminaron de conocer sobre el viaje a Chile. El torneo, del que participaron las potencias con sus mejores valores, los maltrató hasta llevarlos al último lugar, entre 13 equipos, con récord de 2 triunfos y 6 derrotas.
Pero por esas cosas típicas del básquetbol argentino, en diciembre de 1966 se disputaría en Mendoza el Campeonato Sudamericano y para esa ocasión se realizó una buena preparación. Algunas cosas se mantuvieron, como el cambio de entrenador, cargo que recayó en Alberto López, técnico de River Plate y uno de los campeones del 50. La prolongada concentración incluyó hasta dos preparadores físicos, médico y kinesiólogo. Argentina presentó el plantel con mayor promedio de altura que se pudo construir hasta ese momento. Además de Gehrmann, los hermanos Sandor, Tomás, de 2,03, y Miguel, de 2,05, los que junto a Miguel Ballícora (1,98), Dante Massolini (1,95) y Samuel Oliva (1,94) conformaban un equipo que impactaba en lo físico. Además se logró convencer a Ricardo Alix para integrar el equipo. Con jugadores de calidad y un entrenamiento adecuado el resultado fue ideal, ya que se logró el título que se negaba desde hacía 23 años con una valiosa victoria sobre Brasil incluida. Aquel equipo campeón fue identificado como “Los Cóndores”.
A todo esto, Uruguay debió haber organizado en ese mismo año el Campeonato Mundial, cuya sede había logrado en 1963 al ganarle la pulseada a Checoslovaquia. La FIBA insistía en volver a los eventos mundialistas cada cuatro años, tomando el inicio de 1950. Sin embargo, las autoridades uruguayas pidieron la postergación para 1967 argumentando que en el 66 se realizarían elecciones presidenciales y el convulsionado ambiente político y social que se vivía en ese país (nada diferente a otras naciones latinoamericanas) desaconsejaba la superposición de fechas. Finalmente la FIBA aceptó el pedido de aplazamiento del torneo, que fue fijado para el mes de mayo de 1967.
De esta manera el Campeonato Mundial, ya en su quinta edición, seguía disputándose en Sudamérica. Ahora era el turno de Uruguay, como antes lo había sido de Argentina, Brasil (en dos oportunidades) y Chile. En algún momento se especuló con la posibilidad de montar la organización del torneo conjuntamente entre Uruguay y Argentina, señalándose a la ciudad de Bahía Blanca como alternativa para el grupo clasificatorio en el que participaría nuestra selección. Sin embargo, los rumores de la dictadura militar encabezada por el general Juan Carlos Onganía sobre que no daría las visas a la delegación de la Unión Soviética, descartaron esa variante. Igualmente se estipuló que la ronda consuelo del Mundial se realizaría en la ciudad de Córdoba, Argentina.
Por tercera vez seguida se utilizó el formato de 13 equipos, con 3 zonas de 4 en la ronda inicial y el local entrando directamente a la parte final con los dos clasificados de cada grupo, sumando 7 en total. Los participantes fueron el campeón olímpico (Estados Unidos), el local (Uruguay), los 4 mejores del Eurobasket 1965 (URSS, Yugoslavia, Polonia e Italia), los 4 mejores del Sudamericano 1966 (Argentina, Brasil, Perú y Paraguay, que reeplazó a Chile), los dos mejores del Centrobasket (México y Puerto Rico) y el campeón asiático, Japón. Esto es, por primera vez no había países invitados y todos estaban en el Mundial por mérito propio, salvo Paraguay, que llegó simplemente por la no concurrencia de Chile.
Si alguien piensa que el título sudamericano en Mendoza del año anterior y el buen trabajo de preparación realizado provocarían decisiones apuntando a la continuidad, se equivoca. El nuevo año trajo un nuevo entrenador, aunque en realidad fue el regreso de Ripullone, quien había llevado a Buenos Aires a ser campeón del Argentino. Con el ancló en el seleccionado el trío que hizo famosa a Bahía Blanca durante muchos años: Fruet, Cabrera y De Lizaso. Del campeón sudamericano repitieron cinco jugadores: Gehrmann, Tomás Sandor, Samuel Oliva, Mariani y Masolini y al menos tres, el propio Oliva, Fruet y Barreneche, tenían experiencia mundialista, algo poco habitual en la selección.
Al margen del equipo quedaron los jugadores que actuaban en Europa, como Carlos Ferello, de Pesaro, Alberto De Simone y Carlos D’Aquila, ambos del Cantú (estos dos serían campeones de Italia en el torneo 67/68), y Guillermo Riofrío, que en la temporada anterior había jugado también en Cantú.
El equipo se concentró en Bahía Blanca y realizó una buena preparación. Argentina integró un grupo clasificatorio accesible junto a Japón, Perú y la Unión Soviética. Los partidos se disputaron en el Palacio Peñarol, estadio inaugurado para el básquetbol en 1955 con un partido entre Uruguay y Argentina.
“Jugar un Mundial no era lo que es hoy. Sin embargo, para nosotros integrar la selección era lo máximo, un orgullo personal inmenso, ya que no había beneficio económico. Estar en la ceremonia de apertura, con las banderas y entre todas las delegaciones era algo increíble. Nos habíamos ilusionado con jugar en Bahía Blanca, porque el aliento del público nos daría otra fuerza. Al tener que ir a Montevideo bajamos las expectativas”, señalaba en el 2006 Néstor Delguy.
El debut fue ante Japón, al que se le ganó sin sobrar nada (69-63). Ante los diminutos nipones las torres argentinas (Gehrmann-Sandor) marcaron diferencias, sumando 26 puntos y 19 rebotes. El segundo partido fue ante Perú y también terminó con triunfo argentino por 8 puntos y otra vez se destacaron los pivotes, acumulando 37 puntos y 18 rebotes. Esta victoria tuvo su valor, ya que además de dar el pasaje a la ronda final, los peruanos habían vencido a los argentinos en los dos últimos Sudamericanos (63 y 66). El tercero no fue un partido, sino una masacre. Los soviéticos expusieron su enorme superioridad y ganaron por 39 puntos. Igualmente el objetivo inicial estaba cumplido, pasando a la ronda final para enfrentar a las grandes potencias. Allí se comprobaría cuál era la realidad del básquetbol internacional.
La ronda final, con los dos primeros de cada grupo (URSS, Argentina, EE.UU., Yugoslavia, Brasil y Polonia) más el local Uruguay, que accedía directo a esa fase, se disputó en el estadio El Cilindro, con capacidad para más de 10.000 personas. Este escenario quedó fijado en la historia de los mundiales por el frío impiadoso que les hizo soportar a los jugadores, los que se tapaban con frazadas cuando estaban en el banco. En Europa aún se recuerda al popular estadio uruguayo como “La Refrigeradora”. Lo destacable fue que a pesar de las condiciones climáticas el público acompañó en buena cantidad durante cada jornada.
El arranque fue ante Estados Unidos y los argentinos hicieron el mejor papel del torneo, a pesar de la derrota. Los estadounidenses, con 9 jugadores que luego llegaron a la NBA o la ABA, recién quebraron a los argentinos en la segunda parte para terminar ganando por 10 puntos, mientras que los 18 puntos de Gehrmann le valieron entrar al misionero en la consideración internacional y empezar a recibir ofertas del exterior. Así rechazó la posibilidad de recalar en el Estudiantes de Madrid, aunque luego aceptaría emigrar al popular Palmeiras de Brasil.
El dato negativo para Argentina en el choque contra Estados Unidos fue la lesión de Sandor (esguince de tobillo). Al no tener médico la delegación argentina fue el médico del seleccionado ruso el que se encargó de atender y recuperar al importante pivote, quien se perdió tres partidos, pero pudo reaparecer para los dos finales.
Después llegaría la victoria ante un Uruguay en declive que le imploró al genial Oscar Moglia, de 32 años, para que regresara a la selección. La Unión Soviética, donde sobresalían Paulauskas, Polidova y Volnov y recién aparecía Sergei Belov, quien brillaría en el ámbito internacional durante más de 15 años (consiguió 15 medallas con la selección soviética entre Eurobasket, Mundiales y Juegos Olímpicos), volvió a darle otra paliza, esta vez por 35 puntos.
Yugoslavia, para no ser menos, le ganó por 24. En los balcánicos sobresalían Korac (se mataría en un accidente de auto poco después), Daneu, Skansi y un joven Kresimir Cosic, que luego dominaría los tableros de Europa. Yugoslavia empezaba a construir el equipo que sería campeón mundial en la siguiente edición. El torneo de Uruguay se cerró con otras caídas ante Brasil y Polonia por marcadores mucho más dignos.
Carlos Mariani rememoró lo que fue encontrarse con las grandes potencias. “Se sabía que los yugoslavos y soviéticos eran los mejores del momento y junto a los norteamericanos eran las potencias, pero la real medida la tuvimos cuando los enfrentamos. Es que al no tener competencia internacional previa, a los rivales los conocíamos en la cancha. La diferencia física era evidente, pero además estaban adelantados en las tácticas. Ellos manejaban bien la presión defensiva, el uso de las cortinas y el trabajo en parejas, cosas que acá recién empezaban a llegar”.
Para las comparaciones físicas, bien vale una anécdota de Angel Luis Casarín, el pivote de Boca: “En Argentina yo era un jugador alto con mi 1,98, pero cuando nos alojamos en el hotel en Montevideo con el resto de las delegaciones me llevé una gran sorpresa al cruzarme con los soviéticos y yugoslavos, que me sacaban varios centímetros y tenían mucho más cuerpo que yo. Y además jugaban bien…”.
Según Delguy, “la aparición de Finito Gehrmann fue fundamental. Gracias a él podíamos competir contra cualquiera, porque nos daba presencia bajo los tableros. Sin tener una gran físico, era inteligente para aprovechar sus centímetros, tanto para meter puntos como para rebotear”.
En la ronda final, la Unión Soviética terminó sacándole provecho a la enorme paridad que había entre los mejores cuatro equipos (ellos, Yugoslavia, Brasil y Estados Unidos), porque pese a perder contra los norteamericanos, hubo tantos triunfos cruzados entre el resto, que igualmente terminó primera con marca de 5-1. Los otros tres países finalizaron 4-2. En los partidos que terminaron siendo decisivos para el campeón, venció 78-74 a Brasil (sin Wlamir en el torneo, lesionado) y, en la jornada final, a Yugoslavia 71-59, que había tenido hasta el momento su única derrota ante un rival inesperado: Uruguay. Fue una verdadera final, porque el ganador era altamente probable que se quedaba con el título, más allá de que Brasil le aguó la chance a Estados Unidos en el último partido del torneo, venciéndolo 80-71 y dejándolo sin nada. Finalmente, tras varias ediciones marcadas por las irregularidades, la Unión Soviética podía festejar su primer campeonato mundial.
Tras ese torneo se abrió una gran discusión en el básquetbol argentino sobre la importancia de los jugadores altos. Como siempre, la falta de proyectos con objetivos claros y programas de trabajo hacía que todo se resumiera a intentos individuales y espasmódicos que aportaban empeño, aunque no siempre buenos resultados. Así, para los Juegos Panamericanos de Winnipeg, dos meses después del Mundial, el entrenador Casimiro González Trilla (sí, dos meses después un nuevo entrenador) convocó un plantel de enorme talla física para la época, con 5 pivotes y apenas dos guardias.
En una época en la que faltaban hombres altos, el seleccionado nacional perdió tres jugadores clave como De Simone (a pesar de triunfar en Italia jamás volvió al seleccionado), y Zoilo Domínguez, quien radicado en Estados Unidos nunca volvió a jugar. También a Tomás Sandor, ya que después de los Panamericanos de Winnipeg, con 25 años, estuvo entrenando más de un mes con Washington Bullets de la NBA y ante la duda de si quedaría en el equipo, decidió aceptar un trabajo como ingeniero en San Francisco, abandonando el básquetbol. Para completar el oscuro panorama, Riofrío se ausentaba más de lo que participaba de le selección.
Pero volviendo al Mundial de 1967, el balance de la actuación argentina puede calificarse de bueno. Al menos ese sexto puesto fue el mejor rendimiento hasta el histórico segundo puesto en Indianápolis 2002.
A Samuel Oliva le quedó el convencimiento de que “hubo una evolución del básquetbol argentino en ese Mundial. Nosotros sentíamos que avanzábamos. El problema era que los otros también lo hacían y más rápido que nosotros. No había continuidad en los procesos de selección. Venía un entrenador con un estilo, elegía unos jugadores y hacía las cosas de una manera. Al siguiente torneo cambiaban el entrenador, los jugadores y la forma de entrenar. Es cierto que estábamos en un sistema con mayoría de jugadores amateurs y así se hacía muy difícil tener una idea común y avanzar”.
Ese, empezaba a intuirse, sería el debate que vendría en los años siguientes. Tener deportistas profesionales de alto nivel. Hoy nadie podría sostener una oposición a esto. Sin embargo, por aquellos años había quienes lo tomaban como un sacrilegio.
El MVP del torneo resultó el yugoslavo Ivo Daneu, compartiendo el quinteto ideal con su compañero de equipo Radivoj Korac, el soviético Modestas Paulauskas, el polaco Miecyslaw Lopatka (goleador del certamen con 19.7 puntos de promedio) y el brasileño Luis Claudio Menon.