La tercera edición de los Mundiales no le escapó a la improvisación de la época, que provocaba situaciones absolutamente impensadas hoy. Por ejemplo, que el torneo de aplazara de octubre de 1958 a enero de 1959 porque el estadio de Santiago de Chile no se había terminado. Y no se terminó. Algo extraño teniendo en cuenta que debió ser el estadio del primer mundial de mujeres ¡en 1953! De hecho, se jugó al aire libre, otra situación inaudita, teniendo en cuenta que para William Jones, una de las cosas más importante del Mundial era que se pudiera jugar bajo techo. Jones aceptó que los partidos se jugaran en campos de fútbol porque la opción era la suspensión del torneo, algo indudablemente peor. La única ventaja de jugar en canchas de fútbol fue que, gracias al buen tiempo, se rompieron todos los récords de espectadores, con una fase final con promedio superior a las 30.000 personas.
Los participantes fueron 13, elegidos de una manera bastante autoritaria: el organizador Chile (que no jugaba la fase inicial), el campeón olímpico (Estados Unidos), los dos mejores del Sudamericano de 1958 (Brasil y Uruguay), los dos mejores del Europeo de 1957 (Unión Soviética y Bulgaria) y 7 países invitados: Argentina, Canadá, México y Puerto Rico de América; Formosa y Filipinas de Asia y la República Árabe Unida (que en realidad era Egipto), de África. Se dividieron los 12 equipos (sin Chile), en 3 zonas de 4, todos contra todos. Como novedad, esos tres grupos fueron en tres ciudades distintas: Antofagasta, Concepción y Temuco. De ahí pasaban los dos primeros, más Chile, a la ronda final, también todos contra todos, ya en Santiago de Chile.
Del Grupo A, en Concepción, pasaron Estados Unidos (que fue con un equipo de la Fuerza Aérea) y Formosa, que dejó afuera a Argentina ganándole 63-56. Por el B (Temuco), se clasificaron Brasil y la Unión Soviética, mientras que por el C (Antofagasta), lo hicieron Bulgaria y Puerto Rico. Se venían los problemas ante la inesperada clasificación de Formosa.
Tanto la Unión Soviética (gran candidato al título), como Bulgaria (que estaba del lado soviético), decidieron no jugar contra Formosa (Taiwán), al no ser un país reconocido por el bloque comunista, que obviamente apoyaba a China en su disputa por la soberanía de la isla. La URSS llegó a su partido contra Formosa, el 30 de enero, invicta en la etapa final (5-0), tras haber conseguido el primer triunfo de su historia contra Estados Unidos. Jones había puesto los partidos de Formosa ante la URSS y Bulgaria en los dos días finales para ver si podía encontrar una solución en esos días. Pero no pudo.
Al no jugar ese partido, el resultado fue 2-0 para Formosa. Aun con esa derrota, el campeón era URSS, pero el castigo que le impuso FIBA fue durísimo: le sacó todos los puntos conseguidos hasta ese momento y además borró todos sus resultados contra el resto. Para que se entienda: URSS ya era campeón. Porque estaba 5-0 y había vencido ya a Brasil, Estados Unidos y Chile. Pero se quedó sin nada por cuestiones políticas. Brasil fue el gran beneficiado, porque el mismo día que la URSS no jugó contra Formosa, le ganó a Estados Unidos 81-67 y quedó solo en la punta de la tabla. Al día siguiente, el 31 de enero, se coronó campeón formalmente al vencer cómodamente a Chile 73-49. El estadio explotaba, ya que de haber ganado Chile por 12 puntos, se hubiera coronado campeón. Los soviéticos se fueron de Chile sintiéndose campeones morales, a tal punto que en su país se hizo una serie especial de estampillas con su imagen llamada "Campeones del mundo en Santiago de Chile".
¿Qué pasó con Argentina? Extraemos el informe que Básquet Plus publicó en su edición papel antes del Mundial de 2006, cuando hizo un excelente especial de 5 entregas, escrito por Alejandro Pérez.
Cuando llegó el tercer Mundial de la historia, el básquetbol criollo todavía vestía luto y lloraba el genocidio deportivo provocado por los sicarios de la dictadura militar dos años antes. Los campeones mundiales del 50 eran uno de los símbolos más relevantes de los logros deportivos alcanzados durante el gobierno de Juan Domingo Perón, los que la dictadura intentó ensuciar o directamente borrar. La comisión interventora de la CABB, encabezada por el nefasto Amador Barros Hurtado, con el consentimiento, entre otros, de Luis Martín, dirigente de sólida relación con la FIBA, degolló a la élite del básquetbol argentino al suspender de por vida a un grupo de sus mejores jugadores, acusándolos de violar el Estatuto del Deportista Aficionado y considerarlos profesionales. La CABB le facilitó gustosamente el trabajo sucio al poder político y mediante rebuscadas y absurdas causas los suspendió de forma provisoria el 8 de enero de 1957. Tras el visto bueno del Gobierno a través de la Confederación Argentina de Deportes, oficializó la perversa medida el 27 de marzo. Entonces jugadores de entre 27 y 29 años como Furlong, Viau, Uder, Monza o Del Vecchio dejaron un espacio imposible de llenar para el seleccionado. El alcance del desastre cometido no tardaría en comprobarse: con un plantel nuevo, joven e inexperto Argentina terminó cuarta en el Sudamericano de Chile en 1958…
La dirigencia confederativa de entonces se tenía reservada otra disposición, basada no en la persecución política, sino sencillamente en la estupidez. Se decretó que a partir de 1958 el seleccionado argentino debía estar conformado por 10 jugadores de los equipos que lograran los tres primeros puestos en el último Campeonato Argentino (se debía respetar las proporciones de acuerdo a la ubicación), mientras que el entrenador, que debía ser el del equipo campeón, sólo podía elegir dos jugadores de otros equipos. Es decir que la selección dejaba de conformase con los mejores basquetbolistas, para hacerlo con representantes de los tres primeros equipos provinciales.
Así, en medio de ese cambalache, se llegó al Mundial de 1959. ¿Alguien podía esperar una buena actuación? Seguro que no. Todo salió mal. Los problemas comenzaron desde la elección del entrenador. El que se había ganado la nominación fue Abelardo Dasso, del campeón argentino Capital Federal. Sin embargo, renunció por problemas laborales y el cargo recayó sobre el segundo, Justo Blanco de Santa Fe, pero este tampoco aceptó. Así se decidió por Pedro Pasquinelli, quien no era entrenador, si no preparador físico…
Entre los jugadores llamó la atención la ausencia del genial y díscolo Ricardo Alix, de solo 21 años. “El sobresalía como armador y nos hizo falta en ese equipo, al que le faltaba otro base natural”, recuerda Bernardo Schime. La organización que rodeó al equipo la graficó Carlos Vasino, el más alto del equipo, con una anécdota: “Yo estaba suspendido, pero como necesitaban un pivote, en la CABB me dijeron si quería jugar. Dije que sí y enseguida me levantaron la suspensión”.
La preparación del equipo estuvo a tono con la situación general. El plantel concentró durante algo más de un mes en Jáuregui, provincia de Buenos Aires, realizando varios entrenamientos en cancha descubierta y sin los elementos necesarios. El único partido de fogueo importante, en River y ante un equipo norteamericano al estilo de los Harlem Globetrotters, terminó en escándalo, cuando los argentinos se sintieron “verdugueados” por sus rivales y se agarraron a trompadas.
El seleccionado viajó a Chile envuelto en la duda y la desconfianza, sobre todo hacia el entrenador, al que los propios jugadores veían que se le escapaba el asunto de las manos. ¿Qué le recriminaban a Pasquinelli? Menos la preparación física, que reconocían que era buena, todo lo demás: mala elección de los jugadores y de los sistemas del equipo, jugadores fuera de sus puestos naturales, indefinición de un equipo estable y demasiados cambios en los partidos. “Yo estuve en la preparación para los Juegos Olímpicos del 52. Ahí aprendí mucho, aunque quedé afuera. En esta parecía que estábamos de vacaciones. Los dirigentes no aparecían nunca por la concentración y desconocían lo que pasaba. Estábamos a la buena de Dios”, cuenta con crudeza Schime.
A pesar de todo, Argentina llegó a la sede del grupo A, en Concepción, adornada de gran prestigio, el que supo ganar la generación suspendida. Por eso el nada agradable partido debut ante Estados Unidos fue presentado por los medios casi como una final anticipada. Entonces no extrañó que se agotaran las entradas para ese partido, que como el resto, fue jugado al aire libre, con la ayuda del generoso clima de enero. Los norteamericanos demostraron enseguida que su equipo, formado por hombres de la Fuerza Aérea, no tenía gran potencial. Sin embargo, eran demasiado para una Argentina inconsistente. Tras rehabilitarse ante República Arabe Unida, necesitaban un triunfo ante la mediocre Formosa (China nacionalista, hoy Taiwán), pero perdió por 4 puntos y tuvo que ir a la ronda consuelo. “Ese partido lo perdimos nosotros, no lo ganaron ellos. Eran todos chiquitos y corredores, pero nosotros no jugamos como equipo. Cada uno hacía lo que podía y nos fue mal”, dice Vasino.
Argentina tampoco encontró consuelo en la siguiente ronda. En Valparaíso las cosas empeoraron. Se cosechó una derrota ante Uruguay y exiguas victorias ante México y nuevamente ante Rep. Arabe Unida, esta la que permitió el décimo puesto final. Schime reconoce que “un Uruguay en decadencia nos ganó solo con la pinta. En los últimos partidos estábamos mal anímicamente y cada uno hacía lo que podía. Fuimos un grupo de individualidades, nunca un equipo. En ese torneo rifamos prestigio. La culpa recayó en los jugadores, pero los problemas vinieron desde la organización. Yo volví muy amargado de ese torneo y declaré a la prensa los problemas que sufrimos”.
Lo mejor de Argentina fueron algunos pasajes individuales de la puntería de Parizzia, el aporte de un joven Barreneche cerca del cesto, la entrega de Schime y la calidad de Borda, quien extrañamente no jugó los tres primeros partidos.
“Había potencial para pasar a la ronda final, pero jugamos mal. Los chinos y hasta los norteamericanos eran ganables. Teníamos muchos jóvenes y faltó la experiencia internacional que tenían los muchachos sancionados. El balance del torneo fue negativo”, fue el resumen de Vasino.
El Mundial de Chile’59, ese de los problemas políticos que hicieron campeón a Brasil, al descontársele los puntos a la Unión Soviética por negarse a enfrentar a Formosa, país al que desconocía, marcó el final de una breve y deslucida etapa. Apenas los dos jugadores más jóvenes, Barreneche y Tozzi, sobrevivieron en el seleccionado a la decepción de ese Mundial.
Aquellos fueron tiempos sombríos para la selección, que empezaba a pagar con fracasos propios los imperdonables errores ajenos, como fue la sanción a la generación del 50, que seguía desangrando a nuestro básquetbol. Y lo que se avecinaba no pintaba mucho mejor. Todavía pasarían largos años hasta que el panorama empezara a despejarse.
El brasileño Amaury fue el MVP del torneo y el quinteto ideal lo conformaron, además de Amaury, su coterráneo Wlamir, el soviético Janis Krumins (2.20 metros), el búlgaro Atanas Atanasov y el puertorriqueño Pachín Vicens. El goleador del campeonato fue el formoseño (taiwanés) Chen Tsu Lin, con 20.1 puntos de media.