Carlos González, el tirador temible que admiraba el Oveja Hernández
20:07 25/03/2022 | Recordamos la historia del Gallego, un talentoso que brilló en las décadas de 1960 y 1970 a partir de su talento y su tiro en una época sin línea de tres puntos.
Alguna vez, Sergio Hernández definió a Carlos González como uno de los jugadores que mostraban que en Argentina siempre hubo talento. Ante una búsqueda casi imposible de videos, dado que el Gallego se destacó en las décadas del 60 y 70, bien vale la palabra de varios que compartieron momentos con él, tanto dentro como fuera de la cancha, por expresar al menos una parte de lo que hacía en el rectángulo de juego y su significado para la historia del básquet nacional.
Carlos González nació un 4 de marzo de 1947 en Chivilcoy y desde chico jugó en San Lorenzo de esa ciudad. En el principio, su padre no quería que jugara, sino que estudiara, tal cual comentó González en una entrevista realizada por El Gráfico: “Mi viejo (Rodolfo José González) prefería que estudiara y por nada del mundo podía convencerlo para que me dejara jugar. Por eso, cada vez que iba al club, tenía que ingeniármelas para que no se diera cuenta…”.
En San Lorenzo siempre salió campeón de Chivilcoy, mientras que también venció en un Intercolegial Provincial disputado en Olavarría y luego fue goleador de la etapa nacional en Cosquín, donde quedaron en la cuarta ubicación. Allí lo vio Miguel Ángel “Bala” Ripullone, en lo que sería la previa de su encuentro en Gimnasia. En 1965, en su primer entrenamiento en el Lobo, Ripullone expresó: “Va a triunfar porque es caradura…”
Alberto Pillín Galliadi lo conoció como jugador y como persona, y recordó la primera vez que lo vio: «Dada mi presencia en los combinados de La Plata, y mi amistad con Bala Ripullone, pasaba muchas veces a ver los entrenamientos de Gimnasia. Una mañana, veo un jugador nuevo, más bien gordito, con pelo largo y le digo a Bala ‘de dónde sacaste al gordo ese’, y me dijo ‘se llama Carlos González, vino de Chivilcoy, hay que esperarlo un poco. Dentro de un tiempito lo vas a ver’”.
Ya en esos primeros años en La Plata, se empezó a ver su ética de trabajo, tal cual explica Ángel Pichi Cerisola, con quien compartió cancha en Gimnasia: “Donde iba a la escuela primaria y coincidíamos porque él estudiaba ingeniería mecánica, y entre una hora de la mañana y la tarde que tenía libre, él se iba a tirar al aro. Él sabía que yo iba y yo sabía que él estaba, y le alcanzaba los 400 tiros que tiraba en una hora y media, no paraba. Tenía una particularidad que hacía una finta y tiraba un gancho desde la línea de tiros libres más o menos, con buena efectividad, y después me quedaban tirar más o menos 10 tiros que me pasaba él (risas)”.
Luís Rivera, reconocido periodista de la ciudad de La Plata y seguidor incansable de Gimnasia, confirmó esto a través de una anécdota de sus épocas de chico: “Cada vez que iba al viejo polideportivo me asombraba verlo tirar cuando entrenaba. Siempre encontraba a alguien que le pasara la pelota, tarea que era bastante insoportable porque era capaz de tomar mil lanzamientos en un día, y hasta que no los terminaba no se iba, con lo cual aquel que le alcanzaba la pelota estaba destinado a pasarse horas viendo cómo la pelota entraba en el aro indefectiblemente, caía, la agarraba y se la daba para que volviera a tirar”.
Junto con el básquet, el Gallego logró recibirse de ingeniero electrónico. Todo esto a la par de ir creciendo con el Lobo y llegar a ser uno de los mejores jugadores nacionales.
Su tiro y su gran capacidad de anotación fueron los puntales para que desde Chivilcoy lo catapultaron a Gimnasia y luego a la selección de Provincia y Argentina.
Su trayectoria en Gimnasia fue de dos etapas. Una primera entre 1965 y 1972 y luego a partir de 1977. En el medio, González fue uno de los primeros en jugar en el exterior. Junto a Fino Gherrmann fueron al Palmeiras de Brasil, donde conquistaron el título de aquel país en 1977 y se convirtió en ídolo de la institución.
Él mismo explicó su ida del Lobo en 1972, en El Gráfico mencionó que no tenían con quien jugar, dado que sacaban mucha ventaja en la Asociación Platense de Básquet. Todo eso cambió para 1978, pues el Lobo pasó a competir en el básquet metropolitano y a codearse con los mejores equipos del país.
En medio de su paso por el Tripero, González comenzó a ser un fijo en las selecciones de Provincia de Buenos Aires desde 1969, en lo que se considera la época dorada, y Galliadi contó lo que era el Gallego como parte de esos equipos: “Estaban los tres grandes, como lo eran Fruet – De Lizaso y Cabrera, y había que inventar un lugar para un gran talento como González, un gran tirador”. Con la camiseta de la Federación de Provincia de Buenos Aires disputó ocho campeonatos Argentinos y se consagró en seis oportunidades.
El Gallego describió su etapa en Provincia en la nota con El Gráfico: “Provincia en los primeros tiempos tenía un equipo muy poderoso. Yo alternaba con Beto Cabrera como base y en la organización del juego en el ataque. En la defensa se metía mucho y era uno de los fuertes del equipo. Perdimos muy pocos partidos porque había jugadores muy importantes, teníamos una mística ganadora muy desarrollada y se tomaba la disputa del torneo con absoluta responsabilidad. Los deseos de triunfar estaban por sobre todo el resto. Un equipo muy serio, competitivo, sólido y de mucha confianza y respeto entre todos”.
Además, en 1971 debutó en la selección Argentina, en la que jugaría 30 partidos a lo largo de cinco torneos, para alzarse con el título Sudamericano de 1979 y la clasificación a los Juegos Olímpicos de Moscú en 1980, en los que el seleccionado no participó por el boicot nacional.
Por otra parte, en 1972, con la camiseta de La Plata, fue uno de los artífices del título para la ciudad, que cortó una racha de Bahía Blanca de ocho títulos consecutivos, con el aliciente de que el torneo se disputó en la ciudad de las diagonales, más precisamente en YPF.
Su capacidad anotadora y su inteligencia lo destacaron a lo largo de toda su carrera, tal cual lo describió Rivera: “Tenía una extraordinaria inteligencia para jugar, técnicamente sabía todo más allá de no ser un virtuoso y, sobre todo, tenía una tremenda capacidad de goleo, capaz de anotar 20 o 25 puntos como si nada y no te dabas cuenta. Te hablo de una época donde no existía la línea de tres puntos, por lo cual los puntos se hacían de a dos, y en ese contexto el Gallego tenía una capacidad para anotar tremenda”. Cerisola, por su parte, fue compañero suyo y completó la descripción: “Una persona con un carácter increíble, fuerte, introvertido, y una gran personalidad dentro y fuera de la cancha. Eso llevó a tener enfrentamientos con grandes jugadores, cuando compartía la selección de provincia con Alberto Cabrera, o todo lo que ha hecho con Finito Gehrmann. Muchos lo destacan como uno de los mejores jugadores que tuvo la época, y logró eso producto de que era un goleador, y cada goleador es un poco individualista y egoísta, por decirlo de alguna manera. Pero siempre por el bien del equipo, no era de esas personas que si hacía 30 puntos y el equipo perdía, estaba contento. Fue un jugador que técnicamente no era una persona dotada. Producto del trabajo fue un jugador que llegó a la selección Argentina, triunfó en Brasil e hizo lo que hizo en Gimnasia. Fue uno de los grandes jugadores de la historia del club”.
Otro compañero suyo, tanto en Gimnasia como en la selección de Provincia y Argentina, fue Adolfo Gurí Perazzo, expresó que “era un jugador implacable, con mucha eficiencia en ataque, con un tiro detrás de su cabeza que era muy difícil de defender. Como todo buen tirador no le gustaba la defensa y a pesar de ser un jugador relativamente lento por su físico se la rebuscaba hasta llegar si era necesario abajo del aro y convertir de cerca. Sin la línea fe triples ya que aparece en el 85 igualmente ha llegado a hacer 60 puntos en un partido”.
Con Gimnasia, en su segunda etapa, se dio el lujo de ser campeón metropolitano de 1978 y 1979, con jugadores que quedaron en la historia del básquet Mens Sana: Alejandro Allegretti, Gabriel Barreyro, Norberto Draghi, Ernesto Gehrmann, Carlos González, Raúl Guitart, Ricardo Kunkel, Carlos “Cali” López y Néstor Pasetti, más los norteamericanos Mel Daniels, Michael Jakson y Clarence Edgar Metcalfe, dirigidos por Rolando Sfeir. En la final de 1979, en el triunfo por 92 a 84 ante Obras Sanitarias, el Gallego fue la figura extraordinaria de la noche, al convertir 37 puntos.
Luego de ese encuentro, Galliadi recordó una anécdota especial: «En el segundo Metropolitano que ganó Gimnasia, donde todos los jugadores volvían en micro después del partido, él estaba raro y me dijo que lo llevara a La Plata y viajamos juntos disfrutando todo lo que había pasado esa noche en Ferrocarril Oeste. Cuando llegamos a La Plata empezamos a ver a la gente, una verdadera manifestación, desde el puente de Gonnet en camino Centenario hasta la entrada de la ciudad. Cuando la gente lo reconoció se me tiraron arriba del auto y el Gallego salió y saludó a la gente que lo felicitaba”.
También se consagró en 1984 y 1985 con el Lobo, en un plantel que tenía Nelson De Lucía y compartió platnel con Alegretti, Ángel Cerisola, Fabián Crivaro, Daniels, Guitart y Jorge Zulberti.
Esta segunda etapa lo vio como un jugador distinto al que se había ido en 1972, tal como explicó Rivera: “Se había hecho un jugador mucho más cerebral, mucho más de conducción que alguien individual, que muchas veces lo había tenido”.
En definitiva, estamos ante uno de los mejores jugadores de la historia nacional (dicho por los entrevistados), con una capacidad de tiro y anotadora poco vistas en esa época. Además, se lo recuerda por su ética de trabajo y la capacidad que tuvo de compaginar su carrera deportiva como sus estudios universitarios, tal como contó Cerisola: “Me marcó a fuego en cuanto a una persona que estudiaba y era uno de los mejores jugadores del país. Hacía las dos cosas y se buscaba los espacios para entrenar su lanzamiento, que era lo que mejor hacía”.
Alejandro Malky / [email protected]
En Twitter: @basquetplus
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