El niño Scola, una amenaza para los tableros a los 11 años
08:45 08/04/2025 | Los dotes físicos de Luifa para el deporte fueron innegables desde pequeño, tanto que complicaba los torneos que jugaba con volcadas que desarmaban los aros.
Luis Scola no esperó a ser un veterano en la Euroliga o la NBA para hacer sentir su impacto en una cancha. Ya desde Mini, con apenas 11 años, su cuerpo largo y su coordinación natural convertían cada partido en un desafío logístico para los organizadores: no por su actitud, sino por su potencia. “Cuando pasó a Mini, hacer un costa a costa y enterrarla le era natural”, recordó su papá Mario, quien además mencionó que esas volcadas no eran show, sino instinto puro. El problema, claro, era que a veces el aro no sobrevivía: “Al volcar la pelota también volcaba los aros. Se llevó varios golpes así en los entrenamientos”.
Las anécdotas no terminan ahí. En una gira a La Pampa, la presencia de Luis desarmó literalmente el juego. En pleno encuentro, luego de una de sus volcadas, el aro se rompió y no pudieron seguir. “Tuvimos que ir a jugar a otro club”, cuenta Adrián Amasino, su entrenador de formación en Ciudad, que lo dirigió desde Premini hasta que con 13 años pasó a Ferro. Lo que para cualquier otro chico de su edad era una fantasía, para Scola era rutina: volcarla con ambas manos, de frente o en movimiento, algo inusual en infantiles a mediados de los 90.
En otro partido, Scola colgó tres pelotas seguidas y el árbitro lo acusó de cargada. Amasino recuerda el momento con una mezcla de orgullo y frustración: “Uno de los jueces me dijo: ‘Avisale al 4 que no lo haga más porque está cargando’. Le dije: ‘Es su manera de jugar’. Pedí un minuto, se lo expliqué, pero cuando tuvo la chance, la enterró igual. Le cobraron técnica, lo sacaron, y a mí me echaron también. Se armó un lío bárbaro”. Incluso su padre Mario reaccionó enérgicamente por única vez desde la tribuna.
A los 7 años ya medía 1,68 metros, y antes de cumplir los 13 ya tenía más fundamentos que muchos adultos. “Se posteaba como si fuera un pivote de Primera”, explica su papá, y agrega que ver básquet desde la cuna le dio una ventaja conceptual. Aquellos tableros caídos y aros doblados no eran simple prepotencia física: eran la primera señal de un talento que, años después, se mediría sin complejos contra Estados Unidos, ganaría medallas olímpicas y sería uno de los máximos anotadores en la historia de los mundiales FIBA.
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