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En los comienzos de lo que luego sería la Generación Dorada, allá por el Premundial 2001 en Neuquén, los códigos de grupo ya estaban presentes, aunque disfrazados de bromas internas. Los más “viejos”, como Manu Ginóbili, Pepe Sánchez, Gabriel Fernández, Lucas Victoriano y el Toro Palladino, formaban un núcleo cerrado que había compartido categorías juveniles y que, como buena tradición del básquet, ocupaba siempre el fondo del micro.

Luis Scola, más joven (clase 80), buscaba su lugar en esa elite, pero fue frenado en seco: “No Luis, esto no es para cualquiera”, le soltaron. La anécdota, contada por Gabriel Fernández, no termina ahí. Para sumarlo al juego, Manu sacó un billete de un dólar y lo firmaron cinco de los líderes del grupo. Le dijeron que si lo guardaba y algún día lo presentaba, tendría su lugar.

Lo curioso es que todos, incluso quienes firmaron, se olvidaron de ese gesto. Hasta que llegó el Preolímpico de Puerto Rico en 2003. “Luis, no podés estar acá, ¿te acordás que en Neuquén te dimos algo?”, le dijo Pepe. Nadie esperaba lo que venía.

“Luis sin dudar y con una sonrisa en la boca, dijo: ‘¡Es mi momento!’”, recordó Fernández. Y ahí nomás, sacó de su billetera marrón el billete, intacto y con las firmas que nadie creía reales. “Lo sacudió adelante del grupo, luego de ver todos incrédulos las firmas y de recordar el momento, el Luifa se ganó el fondo del micro también”, escribió Gaby cuando en 2021 despedía a Scola por su retiro. Así, con memoria, respeto al código y mucho carácter, Scola se ganó un espacio.

Scola no solo conservó ese billete durante dos años, sino que lo convirtió en el primer paso de una carrera con más de 20 años en la Selección, cerrando el círculo de esa historia... justo como empezó: arriba de un micro, con los suyos.