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Kobe Bryant y Allen Iverson llegaron a la NBA el mismo año, luego de que ambos fueron elegidos en el Draft de 1996. El primero fue seleccionado por Los Angeles Lakers en el pick 13 y el segundo por Philadelphia Sixers en el pick 1. Desde que arribaron a la mejor liga del mundo compitieron múltiples veces y siempre se exigieron lo mejor cuando se tuvieron enfrente. 

Sin ser los mejores amigos, los dos compartían el síndrome del deseo enfermizo por ganar. Sin embargo, solo Kobe estaba dispuesto a entrenar más que nadie para hacerlo y su talento fue moldeado a base de exhaustivas prácticas. Allen, por su parte, fue uno de los más grandes, pero no se caracterizaba por pasar horas adicionales en el gimnasio luego de los entrenamientos generales.  

El de Sixers conoció al verdadero Kobe desde el inicio, cuando se fue a Los Angeles por primera vez en la temporada en la que ambos eran novatos. Bryant lo buscó en la puerta del hotel y, sin mayores preámbulos, salieron a comer.  

“Me preguntaste qué iba a hacer más tarde", recordó que le dijo Kobe a Iverson en una carta que le escribió el de Philadelphia al de Lakers ayer en The Players Tribune. Allen le comentó que iba a ir a un boliche. “Estamos en L.A., me voy al club. ¡Vamos hombre!”, fue lo último que alcanzó a pronunciar Chuck. ¿Y que contestó Bryant? Algo así como: "Voy a volver al gimnasio”. 

“Probablemente sos el único tipo en la historia del básquet donde la mística no fue exagerada. La Mamba no era un mito, hombre. Ni siquiera te hizo justicia. Una, dos, tres de la mañana, sabíamos dónde estabas”, lo despidió Iverson, quien también confesó que siempre lo idolatró. 

Kobe y otro ejemplo de su voracidad. Rata de laboratorio, de esas pocas dispuestas a hacer todo lo posible para mejorar.  

Ignacio Miranda/ [email protected]
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