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¿Fecha? 2011. ¿Lugar? La mítica Drew League. ¿Los protagonistas? Kobe Bryant, James Harden y DeMar DeRozan, entre otros. El veterano con el equipo violeta y el resto con el blanco. Personas replegadas alrededor de la cancha como si estuvieran en un parque, gritando, tomando e hinchando por las diferentes estrellas de la NBA que se habían unido en ese día tan especial. 

El partido transcurrió de manera pareja, con ambos conjuntos evitando pisar el acelerador en defensa. DeRozan y Harden de un lado castigaban con lanzamientos de media y larga distancia, mientras que Kobe anotaba a su antojo en el otro costado. Emoción en cada rincón, era un verdadero rock and roll de emoción.  

El juego parecía ser de la NBA, como si estuvieran enfrentándose Los Angeles Lakers contra Toronto Raptors o Houston Rockets. Kobe ya tenía en sus dedos cinco anillos y el resto estaba dando sus primeros pasos en la liga. Así y todo, los jóvenes no le dieron el triunfo en bandeja al escolta, que tuvo que batallar hasta el final para ganar. 

Con esto dicho llegó el final del partido. Restaban 20 segundos y Kobe tenía la naranja. Saque de fondo y recepción del veterano. Se va caminando y hacia el sector ofensivo, en donde lo empieza a marcar Harden. Se inclina hacia su derecha. 10, 9, 8... El reloj no se detenía.  

Genera el espacio, realiza un par de piques hacia el eje y lanza en suspensión, sin que la pelota de oposición. La suave melodía del chas fue la campana que sonó en la iglesia de Kobe, quien levantó sus dos brazos para festejar el triunfo (139-137). Elogios, delirio y un chico de Philadelphia coronándose en un rincón lejano, más allá de las luces de la NBA.