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La historia de la cena de Lobito Fernández junto a Ginóbili y Oberto

21:42 04/12/2021 | Cuando el base estaba en Temple vivió una noche inolvidable junto a la dupla argentina de San Antonio Spurs, que terminó de una forma graciosa en un taxi.

Lobito Fernández y su noche con Ginóbili y Oberto.

Juan Fernández, el hijo del Lobo, tuvo una gran carrera en la Universidad de Temple, la misma en la que Pepe Sánchez es considerado una leyenda. En su primer año, con el argentino recién llegado, tuvo la oportunidad de vivir una cena junto a dos de sus ídolos, Manu Ginóbili y Fabricio Oberto, tal cual lo contó en su blog.

“Nada más que un mes después de haberme instalado en mi pequeño apartamento del 1300 de la calle Cecil B. Moore con otros tres compañeros de equipo, me llegó una llamada que me elevaría aún más por las nubes por las cuales ya venía volando” comenzó Fernández.

Su propio entrenador, Dunphy, lo llamaba y tenían que hablar, lo cual le dio de los peores presagios: “Se me subió el estómago a la garganta y me empezaron a tiritar las rodillas como dos castañuelas, mientras me imaginé de vuelta en el club 9 de Julio limpiando el polvo de ladrillo de las canchas de tenis que se acumulaba en el parquet y lo transformaba en una pista de patinaje”.

“Juan, me llamó Gregg Popovich me dijo. Al instanteempecé a pensar, tratando de disimular mi cara de ciervo cegado por la luz, cómo una llamada del entrenador de los San Antonio Spurs a Fran Dunphy podía relacionarse remotamente conmigo” siguió el relato.

“Me dijo que como pasan la noche en Philadelphia porque mañana juegan contra los Sixers, Manu y Fabri querían invitarte a cenar con ellos hoy.” Mi primer pensamiento fue: “este tipo me está cargando, debe ser una joda de bienvenida o algo por el estilo.” Me reí y estuve a punto de dar media vuelta e irme cuando algo en su bigote me dijo que todo esto iba en serio. “¿Manu y Fabri?,” dije perplejo. “¿Emanuel Ginóbili y Fabricio Oberto?,” repetí más para autoconvencerme que esperando una respuesta suya. “Si, ¿querés ir o no?,” me preguntó con tacto, mientras yo me debatía entre las ganas sobrehumanas de compartir una cena con aquellos dos próceres y mi maldita timidez”.

Y la cita se hizo realidad: “Ni me acuerdo a qué restaurante me llevó, solo sé que nunca volví a ir a ese lugar porque mi presupuesto de joven universitario no me permitía comer en establecimientos de esa índole por elección propia”.

Fernández había ido con su ropa del equipo universitario, un buzo gris encapuchado, el número 4 en el pecho, pantalones enormes y una riñonera “no sé por qué motivo la usaba tanto”.

A la llegada al hotel, el Lobito dijo con timidez: “Unos amigos (?) están cenando adentro y me invitaron a acompañarlos, ¿puedo entrar?”. Y luego de que una mujer le dijera que podía ingresar, se encontraba delante de sus ídolos.

““¿Comiste, Juancito?,” me dice Manu Ginóbili. Las palabras se me atragantaban en la tráquea mientras que los pensamientos revoloteaban en mi cabeza como nenes en un jardín de infantes”.

Estas palabras pasaron por la mente del Lobito ante esa pregunta: “Ginóbili me acaba de llamar Juancito ya comí o todavía no no me acuerdo pero no tengo hambre debo haber comido aparte qué voy a comer acá no seas desubicado Juan Manuel hace calor acá adentro debe ser porque todavía tengo la campera esta enorme puesta me la saco o me la dejo no seas ridículo de qué iremos a hablar esta noche los dos son más altos de lo que me imaginaba”

A la vez, Oberto lo recordaba de chico y se sorprendía de lo mucho que había crecido. Claro, ambos cordobeses, el interno lo había conocido cuando comenzaba en Atenas y jugó con su padre.

La cena transcurrió con normalidad y, al salir no estaba Matt, el asistente del equipo que lo había llevado. “Juan, me fui a casa apenas entraste al restaurante” fue su respuesta a un mensaje en plena cena.

“Yo no comí esa noche, quizás por lo obnubilado que me tenía la situación, quizás por mi timidez, o quizás porque no quería que nada, ni siquiera un plato de comida distrajera mi atención aquella noche en donde quise exprimir al máximo cada segundo compartido con aquellos dos ídolos. Porque una ocasión similar no se da (y de hecho no volvería a ocurrir) todos los días” comentó Fernández.

Como el chofer de los jugadores no podía llevarlo de vuelta al Campus de la Universidad, Ginóbili y Oberto lo acompañaron en taxi, donde se dio un cruce cómico. “¿Le gusta el basquet?,” pregunta Manu al chofer del taxi, un hombre de aspecto medio oriental que hablaba inglés con un fuerte acento extranjero. “Me gusta baloncesto, sí, pero Sixers no bueno este año. Si no cambiar entrenador, Sixers very bad.” Mientras Fabricio reía en el asiento de atrás yo no dejaba de pensar en lo increíble que hubiera sido tener una cámara en ese momento para filmar la escena. “Mañana San Antonio,” continuó el señor, “imposible ganar. Sixers so bad.”

“¿Y conoce algún jugador de San Antonio?,” seguía el juego Manu. “¿Duncan, Ginóbili, Oberto?”y siguió el chofer: “Sí, sí, como no conocer Duncan, Ginóbili también conozco, claro que sí,” respondía el amigo sin darse por aludido que estaba hablando con un cuatro veces campeón de la NBA, el mismo que acababa de mencionar” efectivamente, el chofer no reconoció a Ginóbili.

Así se cerró una de las noches más importantes de la vida del Lobito Fernández, una noche en la que conoció a sus ídolos.

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