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Bronny James, con solo 19 años, enfrenta un duro panorama en la NBA y la G League. Sus números reflejan serias dificultades para adaptarse al nivel profesional: en su paso por la NCAA, promedió apenas 4.8 puntos, 2.1 asistencias y un 36.6% en tiros de campo, con 26% en triples y 68% en libres, cifras que ya presagiaban un desafío en su salto al profesionalismo.

Actualmente, en la G League, las estadísticas de Bronny continúan siendo alarmantes. Con un ranking de eficiencia que lo ubica en el puesto 357, solo por delante de dos jugadores (Collin Gillespie y Keyontae Johnson), ha registrado uno de los peores desempeños de la liga. En los partidos de pretemporada con los Lakers, acumuló un plus/minus de -40, el peor entre 494 jugadores. Incluso en la G League, donde promedia menos puntos que 58 de los 60 jugadores con contratos de dos vías, su producción ofensiva es mínima con 5 puntos en apenas 2 partidos jugados.

A pesar de estos registros, Bronny ostenta un contrato de $1.1 millones con los Lakers, el más alto de la G League, lo que ha reavivado las críticas sobre el peso del apellido James en su carrera. Comparado con otros talentos universitarios que no consiguieron llegar a la NBA, como Justin Edwards, quien promedió 8.8 puntos y 3.4 rebotes en Kentucky, la diferencia en rendimiento es evidente. Sin embargo, Bronny tuvo un acceso más rápido a la liga, lo que ha generado un debate sobre el rol del nepotismo en su desarrollo.

Lejos de ser el impacto esperado, Bronny James sigue luchando por demostrar que merece un lugar en la NBA o la G League. Su falta de consistencia, combinada con un cuestionable IQ de juego y limitaciones atléticas, lo colocan en una posición difícil. La sombra de su padre, LeBron, se hace más pesada con cada juego, mientras las expectativas y la presión parecen multiplicarse. La incógnita persiste: ¿podrá Bronny encontrar su propio camino o continuará siendo eclipsado por el legado familiar?