Diario de viaje: Boston, San Francisco, Pop y un barrio particular
08:00 15/06/2022 | Después de casi 5 días en Estados Unidos, pudimos finalmente parar un poco para armar un diario de lo que vivimos hasta ahora. De todo, como en botica.
Hemos cubierto mil torneos, muchos internacionales, estuvimos en los cinco continentes siguiendo a selecciones o jugadores argentinos, pero será por la edad o por el sistema, la paliza que nos está dando esta final NBA es única. Nuestro cuerpo siente como nunca antes el rigor de los viajes, los cambios de horario y, ni hablar, de la billetera, que pide a gritos un respiro.
Arrancamos desde Buenos Aires a Boston, previa escala por Miami, para llegar con el tiempo justo para el juego 4. Nuestro querido Marcelo Bousquet, ex Solo Básquet y ya con más de 20 años viviendo en Estados Unidos, me fue a buscar al aeropuerto con Huevo Sánchez, iniciando lo que sería un trío inseparable durante unas 18 horas.
Obviamente no hubo tiempo de conocer Boston ni nada, solo de pegarse un baño, cambiarse y salir temprano para el hermoso TD Garden, intentando chupar todo lo que se podía de la experiencia en una ciudad que vive el básquet como pocas. Nos encontramos también con el amigazo Leo Montero, hicimos post partido con él (¡gracias Leo!) y nos dedicamos a disfrutar del partido.
La victoria de los Warriors opacó un poco todo el ambiente, pero no nos fuimos defraudados. Y fusilados, algo que todavía iba a subir un grado más a partir de una de las finales con equipos más distanciados entre sí posibles: 4150 kilómetros entre ambos.
La mañana siguiente, por eso, empezó temprano después de que la noche terminara tarde: 4 horitas de sueño y a arrancar a las 8 para viajar con Bousquet hasta New Haven, de ahí tren a New York, un rato de paseo por la capital del mundo y a subirse a otro avión para San Francisco. Huevo ya tenía sacado otro vuelo no mucho más corto: Boston-Las Vegas-San Francisco. El mío, al menos, fue directo. Nos hubiese encantado meter 4 horas al menos para dar una vuelta, pero hicimos el programa con Diego Vadell desde el frente del NBA Store de la Quinta Avenida y después solo nos alcanzó para un café en Starbucks que terminó desparramado sobre mi buzo en un mal movimiento al colocar el trípode para la charla.
Aunque intentamos dormir esas 6 horas de vuelo, casi no pudimos. Jugaba por un lado a favor las 3 horas de cambio horario que hacían que uno llegue apenas 3 horas más tarde que cuando salió, pero entre una hora de demora en el despegue y toda la logística para llegar al hotel en metro, terminamos arribando a nuestro hotel casi a las 11 de la noche. Empezaría aquí la travesía conjunta con Oscar Sánchez, que se terminó convirtiendo rápidamente en un Canasta 2 (Juan Daniel Cisneros, @ The Legend; buscar diarios de viaje con él aquí).
A Huevo lo conozco hace casi 40 años, y ha cambiado poco. De hecho tiene más pelo ahora creo. Oscar tira un título por frase. Siempre fue muy ingenioso para eso. Y se autodefine como un desastre para todo lo que tenga que ver con tecnología o rubros similares (sacar un pasaje, reservar un hotel, etc). Me siento predestinado a ser acompañante de habitación de ese tipo de viajeros. Huevo estaba en el hotel y yo, al llegar, sabiendo que era tarde, pregunté en la recepción sobre un lugar para cenar. Me recomendaron un mexicano a unas 3 cuadras, inmediatamente descartado, y si no debía tomar un taxi porque todo estaría cerrado. Como suelo hacer, no le di pelota y estaba convencido que algo cerca tenía que haber para ir a pie. Pero no sabía todavía cosas particulares del barrio, conocido como Civic Center porque, justamente, a pocas cuadras está el imponente edificio de la Municipalidad.
A mí ya me había parecido extraño en las 3 cuadras desde el subte hasta el hotel la inusual cantidad de indigentes, pero sobre todo de gente de todo tipo de edad y sexo, con comportamientos raros. Ya uno me había tocado en el metro. Se sentó atrás mío y enseguida empezó a hacer ruidos, a gemir, a moverse, a acostarse en el piso, a desarmar un asiento completo buscando algo. Sabía yo que San Francisco es la ciudad de las libertades y de los homeless, pero no tenía dimensión de la realidad.
La cuestión es que bajamos con Huevo y, desafiando las palabras del recepcionista, nos fuimos a por un restaurante. En verdad, por un Burger King, permitido que me doy una vez por viaje en casos así. Gugleamos y decía que había uno que cerraba pronto a 8 cuadras. Esquivando borrachos, pero sobre todo personas drogándose con cualquier cosa, hicimos unas 6 cuadras (Sánchez transpiraba y no podía creer lo que veía; yo tampoco sinceramente), a la cuadra 7 vimos una especie de Burger, pero local, llamado The Melt, y ante el escenario general nos metimos ahí. Gran error. Era tan caótico como afuera: había 3 pibes que atendían y no sabían por dónde empezar, porque los pedidos se hacían en una pantalla donde se ponía el número de teléfono, entonces cada vez que salía un pedido gritaban el número de celu, pero también aparecían otros que habían hecho otros pedidos por la app, entonces solo había gritos. A los 20 minutos nos dieron dos hamburguesas espantosas, una de carne y otra de pollo, y con Huevo coincidimos: fue una de las peores cenas de nuestras vidas.
El retorno fue un capítulo de The Walking Dead. Cada vez había más homeless y adictos en la calle. Pero no quiero sonar ni discriminador ni exagerado. Eran no menos de 500 personas entre dos calles y una plazoleta enfrente. Unos gritaban, bajo los claros efectos de sus adicciones, otros caminaban con los pantalones por las rodillas, otros hablaban solos, atrás pasaba uno en silla de ruedas con un perro arriba y fumando algo con una especie de tubo. Y atrás otro dormido parado contra una pared. Parece increíble, pero juro que me quedo corto. Jamás ví algo parecido en mi vida. Huevo cada 5 minutos me decía: "Superpibe, esto es una verga". Tenía razón. Pero parecía algo generalizado de la ciudad, aunque potenciado en esa zona. Nos explicaban que siempre San Francisco fue sede de muchos homeless por su clima, pero que la pandemia había destrozado a la ciudad. Y, de hecho, se veían muchísimos locales comerciales cerrados y una falta de limpieza y cuidado general gigantesco.
Después del estreno en SF, para mí, porque Huevo ya había estado en los Juegos 1 y 2, el segundo día fue para debutar en las entrevistas con los jugadores (mucho más restrictivas que hace 8 años, cuando cubrí mi última final Miami-San Antonio), pero igual fue un placer volver a vivir una final desde adentro. Antes, después de dormir como no lo había hecho en 3 días, habíamos logrado el gran descubrimiento de esta etapa: un Whole Foods a 50 metros del hotel. Espectacular, con todo tipo de comidas y fiambres y frutas más café, e incluso mesas para desayunar ahí mismo. Fue nuestro bunker diario.
Con buen margen de tiempo para aprovechar el día, convencí a Huevo para ir a caminar y llegar al Golden Bridge, uno de los puntos altos desde lo turístico de la ciudad. Arrancamos por Union Square, luego la hermosa zona de Pier, con los barcitos frente a la bahía, y de ahí nos tomamos un bus hasta el puente, con su espectacular vista hacia Alcatraz, la prisión que generó películas y leyendas como ninguna otra. Huevo se animó a cruzar ida y vuelta el puente caminando, pero al regresar estaba reventado. Yo había puesto el cuentakilómetros y tenía sentido su cansancio. Cuando llegamos al hotel, habíamos completado 21 de caminata. A Huevo le dolía absolutamente todo. Esta vez fuimos a cenar a un buen sitio con Huevo y Miguel Candeias, portugués del diario A Bola al que conocí en las finales NBA de 1994. Él siguió yendo siempre, perdiéndose apenas un par, y acumula 27 cubiertas en la cancha. Más 28 All Star Games. Una bestia. Hermosa cena, cara, pero que se disfrutó después de la paliza que nos dimos caminando. De más está decir que caímos dormidos como dos bebés y nos levantamos con los huesos todavía sufriendo la caminata del día anterior. Pero le metimos garra.
Whole Foods, como para sumar calorías, y una nueva, pero ahora más breve caminata, para hacer algunas compras pendientes. En todo este tiempo, y en los dos días anteriores también, y seguramente en lo que vendrá, Oscar es una máquina. Como están cerca su campus de invierno, en Mar del Plata y en San Fernando, realmente excelentes, y con una continuidad única (35 años el de la Feliz cumplirá el próximo verano), Huevo responde él mismo los pedidos de la gente, en su celular, entonces uno está hablando con él y, cuando le saca la vista de encima, escucha "Pablito, ¿cómo estás? Mirá, no nos queda lugar en San Fernando con pensión completa, pero podés tener media pensión", o "Te juro que no tengo chances de hacerte un lugar porque está completo, pero en Mar del Plata hay lugares si te animás". Y así todo el día. Es muy meritorio que él en persona sea el que responde los mensajes. Y el que lleva todo en un excel. Realmente chapeau. Pero al mismo tiempo una locura porque no se puede parar un momento.
Después de recibir insultos de todo tipo por llevarlo a pasear al Barrio Chino de San Francisco (que no valía demasiado la pena, debo admitirlo), nos volvimos al hotel para salir temprano al estadio y ver la fantástica victoria de los Warriors sobre Boston, que lo puso match point. De ahí al Hospitality de la NBA (lugar que tiene la organización para la prensa los días de partido, con comida y bebida), y, de no creer: una fabulosa carne al horno deliciosa, como para cerrar pulgar para arriba nuestra estadía en San Francisco.
Nuestra despedida de SF es muy tranquila. Desayuno en Whole Foods, abandono de la habitación y trabajo en el lobby del hotel, muy limpio, grande y práctico para trabajar. Igual, para no complicarnos la vida, nos fuimos temprano al aeropuerto para buscar mejores asientos de los otorgados, y aprovechar tener pase al Lounge de KLM para estar tranquilos y relajados. Pero no sería tan así.
En el camino al aeropuerto, nos tocó de casualidad un español en el Metro, que había estado 3 meses en San Francisco, y salió el tema de los homeless. "Es tremenda la cantidad que hay, sobre todo en el Civic Center, donde han montado un campamento". Y, era previsible. Nosotros estábamos parando en el Civic Center y lo que habíamos vivido esos 3 días era el mayor acampe de sin techo y adictos de toda la ciudad, siempre rodeados de gente con chalecos de Urban Alchimy, una organización que justamente integran exadictos o ex sin techo, que cuidan de alguna manera lo que sucede con esta gente con enfermedades mentales, extrema pobreza o, como ya dijimos, las peores adicciones. Están en todos lados y son muy respetuosos y, diríamos, imprescindibles, porque la tarea de la policía ante tanto desborde, es insuficiente. No hay manera que alcance.
Llegamos al aeropuerto, nos dimos unos gustitos en el lounge, comimos algo y, con mucho tiempo, encaramos hacia nuestra puerta, y cuando debíamos disfrutar de estar con tiempo de sobre, Huevo se dio cuenta que no tenía su computadora. "Me la olvidé en la cinta de seguridad de la otra terminal". Y, era de imaginarse. No sirvo para estar tranquilo en aeropuertos. A correr hacia la otra terminal, pasar los controles de seguridad, llegar a la cinta, hacer el reclamo, pedir por favor porque la compu no tenía batería y no se podía prender, hasta que los policías accedieron a devolverla. Y a correr otra vez hacia la otra terminar para volver a pasar seguridad y llegar a nuestra puerta. Así dejamos San Francisco. La ciudad que ama Gregg Popovich y que a mí, al menos, no me dejó la mejor primera impresión. Que, se sabe, es la que cuenta. Nos vemos en Boston.
Fabián García / [email protected]
Enviado especial a Boston y San Francisco, Estados Unidos
En Twitter: @basquetplus
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