Extraemos partes del informe que Básquet Plus publicó en su edición papel antes del Mundial de 2006, cuando hizo un excelente especial de 5 entregas, escrito por Alejandro Pérez:
El nuevo Mundial ofrecía otra oportunidad para testear el lugar en el que se encontraba Argentina. La perversa sanción a los campeones mundiales de 1950 y a los universitarios de 1953, ya lo dijimos, dejó un vacío imposible de ocupar con rapidez y similar calidad. Eso hizo que se apresurara el desembarco de jugadores jóvenes al seleccionado sin que eso resultara beneficioso. “Nosotros nos encontramos en la selección mayor a los 18 ó 19 años, pero sin el apoyo de los veteranos para que nos pudieran guiar. Entonces hacíamos lo que queríamos y eso no fue bueno…”, solía recordar con algo de pena el inolvidable Ricardo Alix de aquellos tiempos.
La cuarta edición del Mundial volvió a dejarse influir por cuestiones políticas que reincidieron en conflictos. La elección de la sede había recaído sobre Manila, en Filipinas, para diciembre de 1962, ya que la FIBA pretendía retomar los períodos cuatrianuales iniciados en 1950 y que había sufrido su primera alteración en Chile’59. Sin embargo, tres meses antes del Mundial saltó el primer problema cuando la Unión Soviética y Bulgaria manifestaron, como en el Mundial anterior, que desconocían a Formosa (hoy Taiwan) y no pensaban enfrentarla. Al mismo tiempo el Gobierno de Filipinas anunció que no concedería las visas a las selecciones de la órbita comunista (soviéticos, búlgaros y yugoslavos), las que tenían una fuerte presencia en la Federación Internacional. En una reunión de urgencia, la FIBA, que veía espantada cómo los problemas políticos dañaban su imagen, decidió quitarle la sede a los filipinos, prohibirles la participación en los siguientes dos mundiales y ponerle 2000 dólares de multa (que luego bajarían a 1000). El excelente nivel de su selección, campeona mundial en 1959, la buena respuesta de público en el Mundial de 1954 y, por qué no, la nacionalidad brasileña del presidente de la FIBA, Antonio Dos Reis Caneiro, influyeron para otorgarle la organización, con apenas seis meses para el inicio del torneo, a Brasil.
Por primera vez, se repitió el formato del Mundial anterior. Trece equipos, tres zonas de cuatro equipos, con el local clasificándose directamente a la fase final, junto con los dos primeros de cada zona. Los 13 equipos se definieron de la siguiente manera: el local (Brasil), el campeón olímpico (Estados Unidos), los tres mejores del Sudamericano de Lima 1963 sacando al campeón Brasil (Perú, Uruguay y Argentina), los tres primeros del Eurobasket de Belgrado 1961 (Unión Soviética, Yugoslavia y Francia, que en realidad fue cuarto pero reemplazó a Bulgaria, 3º, por su renuncia en 1962 a la versión original en Filipinas) y 5 invitados: Canadá, México y Puerto Rico de América, Italia de Europa y Japón de Asia.
¿Cómo encontró el Mundial de 1963 al seleccionado argentino? Mal, como no podía ser de otra manera. En 1962 un grupo se había entrenado casi un mes en Santiago del Estero con Francisco Barrientos, pero la postergación del torneo disolvió esa preselección. Los antecedentes inmediatos tampoco invitaban a ilusionarse, ya que en el Sudamericano de 1961, en Río de Janeiro, se terminó tercero y en el de 1963, durante febrero en Perú, se decepcionó con un flojo cuarto puesto. Para completar el panorama desalentador, no se había participado en los Juegos Panamericanos de San Pablo, también en 1963, que hubiesen servido para darle algo de la competencia internacional, previa el Mundial, de la que carecía el seleccionado.
Cuando el torneo pasó a Brasil la dirección técnica también cambió, recayendo en Alberto Andrizzi, campeón con Córdoba en el último Argentino, por aquel mamarracho reglamentario. Los problemas empezaron ni bien se buscó conformar el equipo. Nombres que en los torneos anteriores habían rendido en buen nivel como los bases Ricardo Crespi y Hugo Olariaga, los escoltas Marcelo Farías o Norberto Batillana o el pivote Miguel Ballícora no pudieron concurrir por problemas de trabajo, estudios o familiares. Algo diferentes eran los casos de los difíciles Alix o el pivote Guillermo Riofrío (había jugado en Italia en 1965-66), siempre envueltos en ausencias poco claras.
Para comprender mejor esto de las ausencias hay que ubicarse en una época en la que la mayoría de los jugadores eran amateurs, alternando el deporte con el trabajo y el estudio. En ese período volvía en encenderse la discusión sobre si los deportistas debían cobrar o no y el “marronismo” (cobrar algún dinero en negro) empezaba a tomar fuerza. Lo explica bien el valorado Samuel Oliva: “Para poder jugar en la selección tenías que conseguir el permiso en el trabajo y era con descuento en el sueldo por los días faltados. Muchas veces te ibas sin saber si cuando volvías te mantenían el puesto. A lo máximo que podías aspirar era que la Confederación Argentina te pagara los días que te descontaban. El equipo no siempre se armaba con los mejores jugadores, si no con los que podían ir”.
Aún en este marco, Andrizzi logró conformar un plantel con “lo mejor que quedaba en el ámbito local”, según quiso convencerse el propio entrenador. Del fracaso del Mundial anterior apenas sobrevivió Antonio Tozzi y se conformó un plantel extremadamente joven, el de menor promedio de edad de la historia, con 22,8 años de promedio. Por otro lado, Argentina por primera vez se presentó a un Mundial con un jugador de más de dos metros, Zoilo Domínguez (2,04). Si armar el equipo fue dificultoso, la preparación no fue mucho más placentera. El grupo, que se iba conformando a medida que conseguían sus permisos laborales, concentró durante 10 días en Villa Allende, Córdoba. Sin embargo, en realidad pudo entrenar ocho días, porque al hacerlo en cancha descubierta, se perdieron dos días por lluvia…
En cuanto a los amistosos, se jugaron algunos partidos ante equipos de Córdoba y Santa Fe, que además sirvieron para recaudar dinero que cubriría los gastos de preparación. En esa época se comenzaba a reclamar por un asistente (en Córdoba había cumplido la tarea el recordado Negro Jorge Martínez) y Andrizzi lo justificaba con algo tan sencillo como obvio: “Cuando estemos en el Mundial, ¿si yo tengo un entrenamiento, quién va a ver jugar a nuestro próximo rival?”. La delegación la integraron los 12 jugadores, el entrenador, un utilero y dos dirigentes. De médico, ni hablar…
En Brasil al equipo argentino no lo esperaba un grupo accesible. Todo lo contrario. Enfrentar a rivales como Estados Unidos, Italia y México con la pobre preparación que se llevaba no conducía a otra parte que una nueva frustración. El debut en el grupo de San Pablo, con el estadio Ibirapuera como escenario, fue ante Italia y resultó el primer golpe contundente, ya que la derrota fue por 18 puntos. Un equipo casi amateur como el argentino ante otro profesional como el italiano, cuya competencia interna había comenzado a crecer tras la II Guerra Mundial.
Allí se escurrieron casi todas las posibilidades de clasificarse a la ronda final, ya que la segunda jornada oponía a Estados Unidos, con un equipo universitario del cual cuatro jugadores llegarían a la NBA, entre ellos el mítico pivote Willis Reed (Salón de la Fama) y Don Kojis (12 temporadas hasta 1975). Fue paliza por 30. La debacle no se pudo contener y se cerró la fase inicial con una ajustada, pero repetida caída ante México, que contó con Manuel Raga y Carlos Quintanar, figuras emblemáticas del básquetbol azteca, que años después fueron seleccionados en el draft de la NBA. Ante los mexicanos no alcanzaron los 35 puntos de Alberto De Simone, marca récord de puntos argentinos en un partido de Mundial que recién Luis Scola rompió en Turquía 2010 (37 a Brasil).
El análisis del legendario santiagueño Gustavo Chazarreta es contudente, cuando repasa que “fue un choque contra la realidad. Ante Estados Unidos nos costó pasar la mitad de la cancha, nos hizo una presión que nos mató. En los italianos se notaba que eran profesionales, porque tenían gran capacidad física y estaban acostumbrados a competencias internacionales. Contra México perdimos un partido increíble, porque éramos un equipo con demasiada juventud y mal preparado”.
¿Por dónde pasaban las diferencias que notaban los jugadores argentinos? Samuel Oliva lo explica con claridad: “Por la forma de juego, ya que ellos manejaban más recursos tácticos, la condición física, de altura y fuerza, y la experiencia internacional. En técnica individual estábamos bien, pero no teníamos conocimientos estratégicos. El básquetbol nosotros lo aprendimos mirando, no por enseñanza”.
El doctor Chazarreta profundiza esta idea: “El primero que comenzó con las tácticas fue Casimiro González Trilla, pero eran movimientos simples de cortes entre los bases y los aleros. Cuando en ese nivel sufrimos defensas más agresivas, no sabíamos cómo resolverlas, cómo hacer para sacarnos los marcadores de encima. En esa época todavía los entrenadores argentinos no manejaban la estrategia como ahora, que hay jugadas para todas las situaciones”.
La ronda consuelo disputada en Petrópolis, que extrañamente puso en juego una copa, fue ganada por Argentina con victorias sobre Japón, Uruguay, México y derrota ante Canadá. “El equipo no funcionó en ningún momento. Estuvimos lejos de las potencias. La ronda consuelo la ganamos porque los rivales eran muy flojos. Uruguay en ese momento estaba flojo y Brasil nos llevaba mucha ventaja”, dice descarnadamente Zoilo Domínguez.
Más allá del innegable fracaso, la actuación argentina no pasó desapercibida. Al menos para algunos extranjeros. Los dos pivotes, De Simone y Domínguez, recibieron ofertas del Cantú de Italia. El primero la aceptó y desde 1964 cumplió una campaña de 11 temporadas en la Lega. Domínguez prefirió otra del St. Joseph College (luego Universidad de Albuquerque, de la División II de la NCAA). Se marchó tras el Mundial, se recibió de profesor de educación física y todavía reside allí. Lo inexplicable es que ninguno de los dos retornó a jugar para la selección…
El cuarto Mundial volvió a coronar a un maravilloso Brasil, que esta vez no necesitó de cuestiones reglamentarias para imponer una neta superioridad, liderada por los admirables Amaury (MVP) y Wlamir, dentro de un equipo cuyo pivote era un argentino. Se trataba del tucumano Antonio Sucar, de 2,02 de altura. A su vez, Yugoslavia y la Unión Soviética ratificaron que ya estaban entre las potencias mundiales.
Pero regresemos a la selección argentina para tener una noción más amplia de lo que sentían los jugadores de la realidad de nuestro básquetbol. Samuel Oliva plantea que “alrededor del equipo siempre se decía que íbamos a aprender. Pero después cada uno se iba a su casa, a su trabajo, a su club, volvía a su torneo local, en el que la exigencia era mucho menor, y todo se olvidaba. Nos conformábamos con lo que hacíamos en nuestro torneo. Entonces cuando había otra competencia internacional, nos juntábamos unos días antes, nos preparábamos como podíamos y otra vez íbamos a aprender. La organización del seleccionado era rudimentaria, no había un proyecto de parte de la Confederación. Se iba a los torneos a cumplir, no a competir”.
Con el hablar pausado que lo caracteriza Gustavo Chazarreta apunta hacia una cuestión estratégica. “En un Mundial se juega otro básquetbol, mucho más intenso. Jugadores como Samuel (Oliva) o yo acá podíamos jugar hasta debajo del cesto, pero en un Mundial teníamos que jugar de aleros. Estábamos acostumbrados a los torneos locales, donde jugábamos en buenos equipos, pero la oposición era débil. Se sintió la falta de una competencia interna fuerte, porque el Campeonato Argentino era aislado e insuficiente”.
En los pasillos del Ibirapuera andaban dos entrenadores argentinos, íntimos amigos entre sí, que se habían acreditado en el torneo como periodistas por el diario Noticias Gráficas. Eran Armando Grynberg y León Najnudel. Movilizados por la pasión por el básquetbol y la curiosidad por aprender de los mejores no tuvieron reparos en hacer el viaje a San Pablo en micro. Después de ver la actuación argentina dos cosas les quedaron en claro: que el jugador argentino tenía condiciones naturales y que nuestro básquetbol estaba atrasado. En la inquieta mente de un Najnudel de apenas 21 años, comenzó a gestarse el convencimiento de que no habría progresos sin cambios. Y la primera modificación debía apuntar a la competencia interna.
En cuanto el Mundial, de la fase inicial pasaron a la final los siguientes equipos: Unión Soviética y Francia por el Grupo A (Belo Horizonte); Yugoslavia (que venía mostrando en los dos últimos años su enorme crecimiento después de ocupar los últimos puestos en los dos primeros mundiales) y Puerto Rico por el B (Curitiba) y Estados Unidos e Italia por el C (San Pablo). Ya en la fase final, el dominio local fue contundente. A Yugoslavia la aplastó 90-71, a la Unión Soviética le ganó 90-79 y, el último día, ya con el título de campeón asegurado, también derrotó a Estados Unidos (que tenía a Willis Reed), 85-81, para terminar invicto.
Los brasileños no solo querían ser campeones, sino dejar en claro que eran los mejores, para poner en el olvido el título de 1959, inmerecido para la gran mayoría, por lo ocurrido con la URSS. Al dueto Amaury-Wlamir, se sumó un tercer jugador que se complementó a la perfección y que haría historia con la verdeamarelha: Ubiratán Pereira, de solo 19 años, pero con una capacidad atlética impresionante. Con el título, Brasil corona un quinquenio deportivo fabuloso: campeón del mundo de fútbol en 1958 y 1962 y campeón del mundo de básquetbol en 1959 y 1963. Inigualable.
El MVP del Mundial esta vez fue Wlamir, siendo el quinteto ideal completado con Amaury (MVP en 1959), el estadounidense Don Kojis, el francés Maxime Dorigo y el soviético Aleksander Petrov. El goleador del torneo fue el peruano Ricardo Duarte, con 23.1 de media. Sexto quedó el argentino Alberto Desimone.