Basquetplus.com

La carrera de Michael Jordan estuvo marcada por momentos icónicos y retiros que parecían definitivos, pero siempre hubo espacio para una sorpresa más. Tras ganar su sexto campeonato con los Chicago Bulls en 1998 y consagrarse con su famoso tiro frente a Utah Jazz, muchos pensaban que ese sería su adiós definitivo del baloncesto. Sin embargo, el destino le tenía guardado un regreso inesperado con los Washington Wizards, en una etapa que, aunque menos gloriosa, mostró otra cara de su amor por el juego.

Jordan ya se había retirado una primera vez en 1993, luego de conseguir su primer three-peat y tras la trágica muerte de su padre. En esa ocasión, dijo haber perdido el amor por el baloncesto y buscó cumplir el sueño de su padre incursionando en el béisbol. Su regreso en 1995 revitalizó a los Bulls, con quienes alcanzaría otros tres campeonatos consecutivos, antes de su segundo retiro en 1998, cuando muchos creyeron que era el final ideal.

Pero en 2001, como directivo de los Wizards, decidió regresar a las canchas, motivado por su pasión por el deporte y para colaborar con las víctimas del 11 de septiembre. Aunque su primer año fue complicado por las lesiones, su segunda temporada fue más sólida. Con 39 años, jugó los 82 partidos de la temporada regular, promediando 20 puntos, 6.1 rebotes y 3.8 asistencias, y disputó su 14° All-Star Game, convirtiéndose en el máximo anotador histórico de ese evento.

Su último partido fue el 16 de abril de 2003 frente a los 76ers, en una derrota de los Wizards. Jordan anotó 15 puntos, pero lo más emotivo fue la ovación que recibió al abandonar la cancha, luego de encestar sus últimos tiros libres. Durante tres minutos, el público lo aplaudió sin cesar, rindiéndole homenaje al más grande. Así, Su Majestad se despidió definitivamente del baloncesto, dejando un legado que va más allá de los títulos y estadísticas, y que lo coloca en un pedestal difícil de alcanzar.