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Después de años navegando entre reconstrucciones tímidas y primeras rondas olvidables, los Indiana Pacers vuelven a ser noticia grande: jugarán su segunda final de la NBA en la historia. Lejos de construir a golpe de chequera o acumular superestrellas vía tanking, el presidente Kevin Pritchard y su equipo directivo hilvanaron una obra quirúrgica a base de visión, paciencia y movimientos quirúrgicos en el mercado. No hay otra franquicia en esta temporada que haya armado un equipo tan competitivo con tanta coherencia y bajo tanto control financiero.

Todo comenzó con la continuidad. Myles Turner, drafteado en 2015 con el pick 11, se convirtió en el pilar más longevo de la franquicia y renovó contrato en 2023 por 2 años y 58 millones. El traspaso de Paul George en 2017 trajo a Victor Oladipo y Domantas Sabonis. A partir de ahí, se abrió una larga cadena de decisiones: Oladipo fue enviado a Houston por Caris LeVert, y Sabonis —pieza clave hasta 2022— terminó en Sacramento a cambio de Tyrese Haliburton, Buddy Hield y Tristan Thompson. Haliburton, ya estrella y alma del equipo, fue renovado por cinco años a razón de 244 millones.

La llegada de Rick Carlisle en 2021 fue clave en el diseño táctico, mientras que en paralelo se fortalecía el núcleo. Andrew Nembhard (pick 31), Ben Sheppard (pick 26), Bennedict Mathurin (6° del draft 2022), y Jarace Walker (8° del 2023) fueron apuestas de draft que resultaron acertadas. En cuanto a traspasos, se lucieron los cambios de Malcolm Brogdon por Aaron Nesmith y el arribo de Obi Toppin desde los Knicks por dos futuras segundas rondas. Incluso el fichaje menor de T.J. McConnell, en 2019 por 7 millones en dos años, ha rendido como un verdadero motor de segunda unidad.

El golpe de efecto vino en enero de 2024, cuando los Pacers intercambiaron a Bruce Brown, Jordan Nwora, Kira Lewis Jr. y tres primeras rondas (incluyendo a Ja’Kobe Walter) por Pascal Siakam. La apuesta funcionó al instante: Siakam no solo encajó en el sistema, sino que elevó el techo competitivo del equipo. La salida de Buddy Hield a Philadelphia y el traspaso por Thomas Bryant también optimizaron roles y rotaciones. Incluso Johnny Furphy, drafteado en el puesto 35, y Tony Bradley, firmado en marzo, sumaron profundidad en la pintura.

Más allá de los protagonistas actuales, varios movimientos de años anteriores ayudaron a cimentar esta base. Desde el pick 23 de Aaron Holiday en 2018 al intercambio que permitió sumar a Isaiah Jackson desde los Wizards, pasando por los fichajes de Jeremy Lamb, Justin Holiday o James Johnson (quien tuvo múltiples regresos), la gestión fue constante, prolija y sin despilfarros. A la fecha, Indiana es uno de los pocos finalistas del siglo en no pagar impuesto de lujo. Con apenas $169 millones en salarios —ranking 18º en la NBA—, y con espacio aún disponible, el mérito es doble.

Indiana vuelve al escenario grande sin prometer una dinastía, pero sí dejando una lección: construir un equipo campeón no siempre requiere elegir primero, gastar fortunas ni ceder al vértigo del mercado. Con visión, lógica y decisión, también se llega. Kevin Pritchard lo entendió hace tiempo; hoy, el básquet le devuelve el aplauso.