El equipo más olvidado: los Jazz de los 90
21:34 01/12/2020 | Utah siempre dio pelea en esa época y fue el equipo más dominante del Oeste. Pero en el Este estaban los Bulls de Jordan y fueron su némesis.
1984. El auge del consumismo y el materialismo. Despilfarro a caudales, especialmente en Estados Unidos. El sueño americano más vivo que nunca y el optimismo como un propio organismo. Todo era felicidad, menos en Utah, que seguían buscando hacerse conocido. ¿Cómo? A través de su nueva franquicia: los Jazz.
Equipo nómade, se había trasladado de New Orleans a Salt Lake City hace cinco años con el deseo de transformar por completo la reputación de conjunto perdedor que portaba. Su creación tampoco era longeva y recién en 1974 la escuadra fue bautizada, no con agua bendita, como en el cristianismo, sino con una autorización para picar el balón en la liga norteamericana gracias a una expansión.
La primera temporada en Salt Lake City fue rejuvenecedora y Utah llegó por primera vez a conocer una semifinal de conferencia, pero se quedó a las puertas del cielo. Nada de eso importó y los Jazz estaban listos para alcanzar (o al menos perseguir) la grandeza.
Como es costumbre en cada temporada baja, se celebró el Draft y en aquel año, 1984, los de la montaña tuvieron muchísima suerte. El prospecto elegido no era el más alto, ni el de mayor talento o salto, pero tenía una inteligencia que cualquier prodigio envidiaría para siempre. Proveniente de Gonzaga University, Utah seleccionó en el pick 16 al legendario John Stockton y el curso de la franquicia cambiaría por completo.
Venía de un sorteo plagado de talento en el que estrellas del calibre de Michael Jordan, Hakeem Olajuwon y Charles Barkley, entre otros, habían formado parte y él tendría que estar a la altura de las expectativas. ¿Lo positivo? Era un perfecto desconocido y, luego de algunos reclamos del público cuando David Stern pronunció su nombre, los comentaristas tuvieron que revolver algunos papeles para encontrar algún que otro dato sobre su juego.
La falta de confianza del entrenador del equipo, Frank Layden, sumado a su periodo de adaptación, fue un sacrilegio para Stockton, quien debió ir creciendo de a poco, siempre estando menos de 25 minutos por juego en cancha. Y en medio de eso ocurrió otro milagro para Utah, cuando el cartero Karl Malone no fue cazado por nadie en los diez primeros puestos del Draft de 1985. Obviamente, los Jazz aprovecharon la situación y lo seleccionaron en el pick 13, en un sorteo en el que la gran estrella fue la primera elección, Patrick Ewing.
Tres años tardó el equipo en moldearse, llegando a su techo en la 1988/89. Un récord inicial de 11-6 fue todo lo que necesitó la dirigencia de Utah para dejar libre Layden y en su reemplazo llegó un tal Jerry Sloan, exjugador de los Bulls, escuadra que hasta el día de hoy mantiene su camiseta retirada.
La disciplina de Sloan era lo que precisaba en ese momento el conjunto y dos soldados obediente como Malone y Stockton fueron los que mejor lo interpretaron, conformando una de las duplas más productivas de los 90.
Como en un juego de póker, las cartas se fueron repartiendo y las apuestas haciendo. La cúspide llegó en la temporada 1996/97, en donde los de Sloan consiguieron el segundo mejor balance en la regular (64-18), posicionándose debajo de los poderosos Bulls de Jordan, Pippen y Compañía, y apoyándose en un indómito Karl Malone, quien se quedó con el MVP. No obstante, los de Salt Lake City perdieron en las finales ante Chicago (2-4) y una campaña después volvieron a correr el mismo destino frente al mismo equipo y por la misma cantidad de partidos...
Luego de ese maldito 1998, Utah fue perdiendo su luz paulatinamente y hasta la actualidad, a pesar de encontrar diferentes versiones competitivas, nunca volvió a competir por el anillo como en esa época. Tal fue el dominio de los Jazz que ganaron un promedio de 56 choques cada 82 en la década de 1990.
Los montañeses, como muchos otros equipos de ese momento, nunca pudieron superar al muro de Berlín que erigieron los Bulls, pero su recuerdo todavía sigue presente y siempre estarán en las conversaciones del ambiente. Porque, como decía Che Guevara, no se vive celebrando victorias, sino superando derrotas.
Ignacio Miranda/ [email protected]
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