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Estados Unidos

De ser un prisionero de guerra a la NBA, la cruda historia de DJ Mbenga

21:13 28/12/2020 | Lo encarcelaron en Zaire, logró escaparse como pudo y se fue a Bélgica. Aprendió a jugar al básquet recién a los 19 y llegó a lo más alto sin esperarlo.

Mbenga en los Lakers (Foto: NBA)

Una condena injusta. La fría cárcel de una noche que jamás se ilumina. Un destino perdido, una vida desperdiciada. No hay escapatoria. O sí. Quizás exista una manera. La única forma es desaparecer sin dejar rastros. No puede hacerlo solo. Necesita ayuda. Su familia lo apoya. Un soborno y una letanía irreparable le ofrecen una salida. Se fue sin mirar atrás, como el sol en cada atardecer. 

Esta no es una historia de héroes ni de superación de obstáculos. Es un camino por sobrevivir a lo más crudo del ser humano. Entre armas, guerras de tribus y una nación dividida, allí nació Didier Ilunga-Mbenga un 30 de diciembre de 1980 en Kinshasa, Zaire, ahora República Democrática del Congo, donde su papá era un empleado del gobierno.

A pesar de las luchas que vendrían después, DJ vivió en paz durante sus primeros 17 años. Todo cambió cuando terminó el mandato de su progenitor y un nuevo régimen asumió el poder, persiguiendo en consecuencia a todas las personas que trabajaban para los líderes anteriores. El trasfondo de este conflicto fue sumamente duro y se relacionó con otros hechos.

Un duro antecedente
Para comprender el paradigma hay que volver un año atrás, a 1996. Después de la Guerra Civil de Ruanda, y el genocidio y la ascensión de un gobierno liderado por tutsis en ese país, las fuerzas de la milicia hutu ruandesa huyeron al este de Zaire y utilizaron los campos de refugiados como base para las incursiones contra su lugar de origen. Por este motivo se aliaron con las Fuerzas Armadas de Zaire para lanzar una campaña y enfrentar a la etnia tutsi congoleña en el este de la zona en la que nació Mbenga. 

Una coalición de ejércitos de Ruanda y Uganda invadió Zaire para derrocar al gobierno que presidía Mobutu Sese Seko y finalmente controlar los recursos minerales del lugar, lanzando la Primera Guerra del Congo. La asociación se alió con algunas figuras de la oposición y se convirtieron en la Alianza de Fuerzas Democráticas para la Liberación del Congo. 

Y así fue que un año después el máximo mandatario huyó y Kabila marchó hacia Kinshasa, se nombró presidente y cambió el nombre del país a República Democrática del Congo. En ese mismo instante el gigante que, según él, había nacido con azúcar en su boca (una frase que DJ siempre utiliza para comentar que vivió con grandes lujos en su infancia, en un lugar que no la mayoría no podía siquiera concebirlo) fue encarcelado junto con toda su familia por pertenecer a la tribu de los tutsis. 

¿Sobrevivirá?
Su adolescencia estaba truncada y la experiencia se hundiría aún más cuando su papá, su amor de siempre, moriría en circunstancias desconocidas. La historia aquí se nubla. Algunos medios dicen que fue su hermano quien sobornó a un oficial para que les permitan salir y otros exclaman que fue su propio padre el que negoció su salida en nombre de su esposa y su hijo.

Lo que sí está claro es que DJ y su mamá lograron escaparse del Congo con destino hacia Bélgica. Allí por suerte recibieron asilo y mientras vivía las penurias que no le habían tocado en su niñez, Mbenga conoció por primera vez al básquet. En un centro de refugiados vio una puerta de egreso en la naranja y una leyenda de ese deporte en el país lo detectó con celeridad. Se llamaba Willy Steveniers y desde ese preciso momento fue su mentor. 

Su papá ya no estaba con él, pero Willy lo reemplazó como pudo. DJ absorbía como una esponja todo lo que su nuevo padrino le explicaba. Aprendió a moverse, a picar y a lanzar a una edad tardía. No era el camino ideal. Era lo que le había tocado y otra vez el refugiado iba a pelearle con manos a la vida. 

Tras luchas, esfuerzos y contratiempos, en 2001 Mbenga se unió al Spirou Gilly de la liga belga de la División II, donde hizo su debut profesional en la temporada 2001/02. Su nivel fue interesante y al término de esa campaña cerró con Leuven Bears de la primera del país europeo y en 21 juegos promedió 8.1 puntos por juego. Luego, en 2003, se unió al Spirou Charleroi y no solo disputó partidos del certamen local, sino también de la ULEB. 

El mundo a sus pies
Había empezado a jugar al básquet a los 19 años, todavía estaba aprendiendo las reglas del juego, no tenía mucha coordinación de pies y era muy tosco. Pero medía 2.13 metros y su figura era imponente. Aún así, nadie podría haber escrito un libro de lo que vendría después, ni siquiera Gabriel García Márquez o Franz Kafka. 

Contra todos los pronósticos los Mavericks apostaron por él y en 2004 lo ficharon por dos temporadas y 3.4 millones de dólares. Ahí estaba el gigante en Estados Unidos, con un puñado de personas entendiendo cómo pronunciar su nombre y el resto agonizando en el intento. Se mantuvo en tierras texanas hasta el 2007 y luego tuvo un breve paso por los Warriors para después recalar en los Lakers. 

En California hasta se dio el lujo de ser campeón en el 2009 y 2010, siendo uno de los jugadores de lo más profundo de la banca en un equipo que dominaban Kobe Bryant y Pau Gasol. No le importaba sumar muchos minutos, siempre estaba tranquilo y alentando, entendiendo que en su vida ya había pasado por lo peor y que de ahora en adelante solo le tocaría disfrutar. 

Después de ese paso por los Lakers el pivote probó suerte en los Pelicans en la 2010/11, pero su sitio en la NBA ya estaba ocupado. No se rindió, se volvió a Bélgica, luego dio el salto a la CBA de China y eventualmente recayó en la liga filipina hasta que intentó regresar a Estados Unidos de la mano de los Knicks, pero 16 días después, un 24 de octubre de 2014, fue cortado. 

Sin quejarse
Con el básquet conoció mundos, pero su combate finiquitó hace un largo trecho. En el medio recorrió los pasillos de la NBA, se codeó con los mejores, exploró países y utilizó su figura para ayudar a los que menos tienen. Por ejemplo, en 2005 creó la Mbenga Foundation con el objetivo de ayudar a los niños del Congo y a los refugiados de Bélgica. 

No quiere que otros pasen por lo mismo, está harto. Su lucha no es un cuento de hadas ni un relato motivador, es el cuadro terminado de una pelea que se pintó con un pincel de sangre, entre muertes, persecuciones y encarcelaciones. Lo superó todo y sigue de pie, con heridas y una mirada fría, pero siempre con vida. 

 

 

Ignacio Miranda/ [email protected]
En Twitter: @basquetplus
En Twitter: @nachomiranda14

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