Así comenzó la historia de Luis Scola con Baskonia
15:56 02/11/2023 | Este viernes el club vasco le retirará la camiseta al argentino en la previa al juego contra Partizán por la Euroliga. Repasamos cómo se dio la llegada de Luifa.
Este viernes Luis Scola tendrá un homenaje especial cuando Baskonia le retire la camiseta en la previa al juego contra Partizán por la Euroliga. El club vasco fue el que le abrió las puertas de Europa, fue quien vino a buscarlo a Argentina para convencerlo, ante otras ofertas, que irse a España era su mejor opción.
Para contar cómo se dio la llegada de Scola al Baskonia, extraemos un fragmento del libro: “Luis Scola, el abanderado” en el cual se detalla, minuciosamente y con la palabra de los protagonistas.
"A fines de 1988, León ya sabía que llegaría a Cañada de Gómez, donde él dirigía a Sport Club Cañadense, un hombre llamado Alfredo Salazar. Era el secretario técnico del Baskonia, a quien Querejeta le había encomendado la tarea de buscar jugadores. En menos de un mes, el scout llamó a Vitoria para pasar un nombre: el de Marcelo Nicola. Fue el primero. No sería el último.
Cuando a mediados de los 90 se avecinaba una ola de migraciones de basquetbolistas argentinos al exterior, en Vitoria decidieron que era buen momento para que Salazar viajara nuevamente en representación del club que ahora, por motivos de patrocinio -algo común en España- se llamaba Taugrés. La misión que llevaba a cabo no se reducía exclusivamente a encontrar re- fuerzos para el momento, sino que también le prestaba mucha atención a los diamantes en bruto que pudiera llevarse para terminar de pulir en Europa. Y el que más lo había cautivado entre los jóvenes era un tal Luis Scola.
“Alfredo nos persiguió en un montón de torneos. Se lo quiso llevar a Luis desde los 15 años. Nos decía que podía vivir con alguna familia de allá o que podía quedarse en algún colegio de curas. ‘Olvídese’, le decía yo”. Alicia, la mamá de Luis, recuerda con precisión la insistencia del europeo. “Es cierto. Había escuchado tanto de él que fui a verlo -dice el reclutador-. Lo que más me llamó la atención fue que era muy maduro para su edad. Le veía muchas posibilidades, especialmente por su mentalidad, que era lo que le permitía anotar igual, pese a que no era una potencia atlética y a que tenía algunas cositas para corregir en su mecánica. No importaba cómo: él anotaba”.
En un Sudamericano juvenil de selecciones que se disputó en Arequipa, Perú, en 1995, se produjo el primer contacto. Allí Salazar, que frecuentaba el hotel de la delegación argentina, siguió al pibe que le quitaba el sueño y pudo por primera vez char- lar con él. Después de este torneo, la familia de Luisito aceptó recibirlo en Buenos Aires para que pudiera conversar con ellos con mayor profundidad.
La profesionalización de la Liga Nacional había llevado a que cuestiones otrora sencillas -como los arreglos de contratos, las renovaciones y las transferencias- se volvieran más complejas. Fue en ese contexto de nuevas confusiones que Claudio Villanueva encontró la veta. Exjugador, retirado en 1986, había incursionado en las relaciones públicas y representado a varios artistas de renombre, como Enrique Pinti y Antonio Gasalla. Por azar, coincidió en una filmación con un excompañero en la Selección argentina juvenil: Carlos Raffaelli, otro exbasquetbolista que había dejado la actividad profesional en 1990, en River, y que tenía un local de venta de artículos deportivos con un conocido en común: Eduardo Cadillac. Conversaron un rato y se despidieron con la promesa de juntarse a comer un asado. Retomado el contacto, eventualmente Villanueva le dijo a Raffaelli que dejaba el resto de sus proyectos para dedicarse a asesorar y representar jugadores.
Chocolate (tal el apodo histórico de Carlos) siguió un tiempo más con el negocio (tres años), pero igual se unió a Villanueva y juntos armaron una sociedad que primero organizó eventos y luego se dedicó exclusivamente a la representación de jugadores.
Villanueva se había retirado en Vélez, justamente el club en que el pequeño Luis Scola había dado sus primeros pasos acompañando a Mario. Y había jugado con el padre de la criatura. Ya insertado en la actividad, el agente había empezado a recorrer los clubes y vio al chico cuando todavía jugaba en Ciudad. “No vi un jugador joven como él. En Infantiles lo vi cinco minutos, me fui, lo llamé a Raffaelli y le dije que era un monstruo”, recuerda. Algunos años más tarde, en una de las tantas ocasiones que pasó por Ferro se encontró con su excompañero Mario.
—Me imagino que te deben estar empezando a bombardear todos los representantes del mundo, pero si algún día pien- san en tener uno, me gustaría que nos juntáramos a hablar para contarte cuáles son mis ideas a la hora de manejar la carrera de un jugador —le dijo.
Basado en la gran relación que habían construido con los años (se habían conocido cuando Scola padre ni siquiera se había casado), Villanueva ofreció sus servicios. Mario, que siempre quiso rodearse de gente cercana y de confianza, lo pensó y la vez siguiente que lo vio en Ferro aceptó discutir el asunto. Bastaron dos reuniones para que Villanueva y Raffaelli se convirtieran oficialmente en los representantes de Luis Scola.
—¿Querés ser físico nuclear e ir a trabajar a la NASA? Si querés eso, si querés estudiar, andá a Estados Unidos, no lo dudes. La mayoría de los extranjeros que van a la universidad no terminan con una experiencia extraordinaria en el básquet.
El nuevo representante fue directo con el joven jugador. Pero si algo tenía el ala pivote, además de altura y talento, eran convicciones firmes. Él quería terminar la escuela e irse a jugar a una universidad de Estados Unidos. “Luis siempre fue muy maduro y reflexivo, por más que tuviera 15 años. También era impetuoso y tenía mucha actitud”, lo describe Villanueva.
Papá Mario recuerda que alguna vez se había deslizado la chance de que el Taugrés, el gran interesado, lo cediera a un equipo de la Liga EBA, la tercera división. “No, pá. Para jugar ahí, me quedo en Ferro. Es mejor jugar con la presión de acá que ir a la EBA”, analizaba su hijo.
—Mira, Josean, que estoy haciendo todo lo que puedo, pero no tengo forma de convencer a este chico.
—Pues te quedas ahí hasta que lo convenzas —fue todo lo que dijo Querejeta antes de cortarle el teléfono a su secretario técnico.
Alfredo Salazar había vuelto a Argentina casi con una única misión: regresar a Europa con la firma del pibe argentino. “Era muy maduro para la edad y todo en su cabeza estaba muy claro. Estuve ya ni sé cuánto tiempo hablando con él, pero no podía convencerle. Mientras el resto de la gente estaba loca por ir a Europa, él no. Así que lo que yo le decía era que si su destino era la NBA, iba a llegar seguro; y que ese camino era mucho más fácil viniendo a Europa y jugando en un equipo como el nuestro. Hoy en día vemos que los chicos pueden llegar a la NBA después de jugar en la Euroliga, algo en lo que él fue un poco pionero. Pero entonces no había antecedentes de ello, así que era complicado que lo entendiera”, recuerda Salazar en forma de reflexión.
Scola estaba, sin siquiera ser mayor de edad, ante la decisión que podía llegar a marcar el rumbo de su vida. “Recuerdo revisar junto a él folletos de la Universidad de Temple con listados de carreras. Yo estudiaba inglés, entonces lo ayudaba, y entre los dos evaluábamos las opciones”, dice su amigo Leandro Pomies.
Temple, justamente, era una de las universidades que in- cluso había manifestado interés en becar a Luis, tal como había hecho con otro joven argentino llamado Juan Ignacio Sánchez. En febrero de 1997, John Chaney, entrenador del equipo universitario, decía: “Nos queda una beca y tenemos buenas referencias de Scola como deportista y como estudiante. Buscamos un hombre alto y la oportunidad puede ser importante para él para mejorar sus condiciones”. El norteamericano sabía de la posibilidad de que Luis se fuera a Europa y tenía claro que, más allá de ofrecerle una posibilidad de desarrollo, no podía competir contra una oferta profesional.
Algo más abierto a la chance de abrazar el profesionalismo y empezar a tener su propio dinero desde el día 1 de su partida -en lugar de estudiar, jugar universitariamente y aguardar varios años a ver qué le deparaba el deporte-, Luis se subió al avión que lo llevaría a España a mediados de julio de 1997. Lo acompañó su papá. “Nosotros teníamos claro que después de terminar la secundaria se iría. Cuando apareció la chance de Europa, a nosotros nos gustó más -admite Mario-, pero él creía que deportivamente le servía más Estados Unidos. A veces la gente cree que deciden los padres, pero en este caso no fue así. La elección sería suya; nosotros la aceptaríamos y lo apoyaríamos”.
En las oficinas del Baskonia, Luis no ocultaba su fastidio si la charla de Josean Querejeta y Alfredo Salazar se centraba en Claudio Villanueva y en Mario, dejándolo a él un poco de lado. “Luis les hacía una pregunta y ellos arrancaban a contestarle, pero enseguida giraban la cabeza para dirigirse al padre o a mí”, recuerda el agente. El chico estaba en perfectas condiciones de entender lo que se estaba conversando en esa oficina y lo hizo saber, de modo que los directivos fueron entendiendo que si querían que el operativo de seducción del argentino tuviera éxito, no debían ignorarlo. Así, terminaron incluyéndolo como uno más. Después de tomarse unos instantes a solas, Luis les comunicó a Mario y a Claudio que aceptaría el ofrecimiento del Taugrés. Una oferta no menor que, vista a la distancia, golpea los ojos todavía con más fuerza: ¡diez años de contrato!
“Tanto el club como Luis arriesgamos mucho con eso -reconoce Salazar-. Era un vínculo que había que tenerlo muy claro antes de firmarlo. Él no tenía pasaporte y tendría que estar tres años hasta jugar como comunitario. Creo que, en el fondo, él se- guía pensando en la NBA y finalmente vio que jugando en Eu- ropa quizá podía ganarse el ser drafteado”.
Mario explica las razones para haber aceptado un lazo de una década: “Él quería estar seguro de que el club lo cobijara, que lo sintiera como una joya que tenían que cuidar”. Luis reflexionó entonces de una manera que da cuenta de su personalidad, madurez e inteligencia. “Si yo firmo por dos años, el club no me va a dar bola, pero si firmo por 10, al menos cinco años van a estar encima mío tratando de que progrese y que les sirva la inversión”, les dijo a sus acompañantes.
Scola pasaba a ser jugador del Taugrés de la Liga ACB de España, aunque el año siguiente -el último de la escuela- seguiría jugando en Ferro. Una vez que finalizara esa campaña se iría a Europa, seguramente a préstamo a algún equipo de la segunda división, donde pudiera empezar a foguearse. Luis no tenía pasaporte comunitario, lo que implicaba que ocuparía una de las plazas de extranjero de cualquier plantilla.
El diario “El Correo”, uno de los más importantes de la región de Álava, donde se ubica el club, le dedicó un espacio a la futura llegada del argentino. En un artículo titulado “Luis Scola, el sucesor”, así se referían al joven interno: “Las cifras del fichaje y los 17 años del jugador evidencian que la operación del Baskonia con el ala pivote no responde al patrón habitual de contratación al uso. Diez años de ficha y una inversión superior a los 450 millones de pesetas evidencian que la apuesta azulgrana busca un rendimiento a largo plazo. El club de Zurbano, que hace dos meses se desprendía de Marcelo Nicola, su franquicia en los últimos años, ya tiene sucesor. El proyecto Luis Scola pretende ser una versión mejorada del anterior”.
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