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Blake Griffin siempre fue de esos tipos que hacen ruido en la cancha, pero en enero de 2016 hizo noticia por razones equivocadas. En plena temporada con los Clippers, el seis veces All-Star se peleó con Matias Testi, el utilero del equipo, en un restaurante de Toronto. Lo que parecía una noche más de bromas entre amigos terminó a las piñas: Griffin le pegó varias veces a Testi, dejándolo con la cara "severamente hinchada", y de paso, se rompió la mano derecha. Un combo de mala suerte y peores decisiones.

Como si la lesión en el cuádriceps no fuera suficiente, ahora tenía que sumar otras seis semanas de inactividad. Doc Rivers, su entrenador, no ocultó su fastidio: "Es irreal pensar que estará listo en ese tiempo", dijo, marcando el tono de una situación que había puesto a los Clippers en el centro de la polémica. Y Griffin, obligado a dar la cara, salió a disculparse: "Lamento la forma en que me comporté con alguien a quien aprecio", escribió en sus redes. "Quiero disculparme con la organización, mis compañeros y los fans por crear una distracción".

Pero esta no fue la única escena polémica de su carrera. Un año antes, en pleno partido contra Brooklyn, Griffin tuvo otro chiste que no cayó bien: empujó la cabeza de un kinesiólogo hacia su entrepierna mientras estaba en el banco. Algunos lo tomaron como una broma, otros como una actitud completamente fuera de lugar. Lo cierto es que su imagen se empezó a resquebrajar, y su salida de los Clippers en 2018 pareció confirmar que ya no era el mismo.

Hoy, con la NBA en el retrovisor y sin el anillo que alguna vez soñó, Griffin mira hacia atrás y sabe que esa pelea con Testi no solo marcó su mano, sino también su carrera, continuada con pasos por Detroit, Brooklyn y finalmente Boston.