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"Si no hubiera existido el Dr J, probablemente tampoco Michael Jordan. Y, por consiguiente, yo no hubiese sido jugador de básquet." La frase le pertenece a LeBron James, el jugador más dominante de la NBA en los últimos diez años. El hombre detrás de ese reconocimiento es Julius Erving, una figura icónica a la hora de hablar de la revolución del juego y del desarrollo del atleta dentro de la competencia. Un día como hoy, el alero logró algo que sólo él fue capaz de conseguir: ganar el MVP tanto en la ABA como en la NBA.

Erving emergió en la extinta American Basketball Association como un nuevo prototipo de basquetbolista que combinaba la explosividad física con la fineza y el lujo. En ese torneo levantó el trofeo al Jugador Más Valioso en tres oportunidades, todas con la camiseta de los New York Nets: 1974, 1975 y 1976. Justo antes de pasar a la NBA, el Dr J completó su última campaña con unos asombrosos promedios de 29,3 puntos, 11 rebotes, 5 asistencias, 2.5 robos y 1,9 bloqueos. La fusión entre ambas ligas lo depositó, inevitablemente, en el escenario más importante de todos.

De la Gran Manzana pasó a Philadelphia, en donde defendió los colores de los 76ers. No tardó mucho en demostrar que, así como había sido el hombre más determinante de una competición más abocada al show, tenía los atributos suficientes para repetirlo en la NBA: en la 1980/81, lo nombraron MVP de la etapa regular. Esta vez, tuvo una media de 24,6 tantos, 8 rebotes, 4,4 asistencias, 2,1 robos y 1,8 tapones por encuentro. Fue el paso final para transformar definitivamente su figura en la representación exacta de la conexión entre dos mundos que por nueve años entablaron una rivalidad. El primer eslabón de una cadena que todavía se mantiene vigente.