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Todo comenzó con una llamada. Sí, una insignificante llamada. Emanuel Ginóbili había sido la figura de Argentina en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 y la selección nacional consiguió el oro luego de vencer a Estados Unidos en las semifinales y a Italia en la final. Tras el campeonato, él y sus compañeros festejaron, se abrazaron y cantaron como si fueran un grupo de adolescentes en una fiesta de egresados. 

Éxtasis, alegría y emoción. Nadie lo podía creer, pero Argentina era el nuevo campeón. Le había ganado a Serbia, también a Estados Unidos y al local, Grecia. Andrés Nocioni, Fabricio Oberto, Juan Ignacio Sánchez y compañía estaban contentos. Era el logro de sus vidas. En medio del delirio, Ginóbili quiso hablar con su papá, quien no había podido ir a Atenas. Pero el ruido era tan prominente que no lo podía escuchar, por lo que decidió alejarse un poco del lugar en el que se encontraba.

Primero hizo cinco pasos, luego diez y finalmente unos cuantos más. Habló con su viejo y sus seres queridos, se regocijó aún más e intentó volver al punto de encuentro para continuar festejando el oro con sus compañeros. Pero ya nadie estaba en el lugar. Todos se habían ido. ¡Se habían olvidado de él cual nene en un supermercado! 

"Fue un papelón total lo que hicieron mis compañeros ese día", le confesó el propio Ginóbili a Fabricio en su programa Lado Oberto. El colectivo se fue luego de unos minutos y Manu no pudo llegar a la cita. A sus compañeros no les importó que haya sido la figura del equipo ni que su próximo destino sería la NBA. Lo abandonaron, en el más literal sentido de la palabra. Afortunadamente, el zurdo pudo llegar al hotel y allí se encontró con los suyos para continuar el festejo. 

Ignacio Miranda/ [email protected]
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