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Después de un período de retiro de un año y medio, Michael Jordan hizo su esperado regreso a la NBA con un objetivo claro: recuperar su corona y llevar a los Bulls a otro tricampeonato. El primer título de esta nueva era se convirtió en el más memorable para él, y no solo por la histórica temporada regular en la que los Bulls lograron.  Aquél récord de 72 victorias y 10 derrotas. Lo que hizo especial a este campeonato fue que lo dedicó a la memoria de su amado padre.

En 1993, James Jordan fue trágicamente encontrado muerto en su automóvil. Esta devastadora pérdida fue uno de los factores que llevaron a Michael a retirarse en ese momento, a pesar de su indiscutible dominio en la NBA hasta ese punto.

Tres temporadas después, el hijo honró a su padre aprovechando el legado de Jordan y rindiéndole un emotivo tributo que coincidió con el Día del Padre.

Fue precisamente en la celebración de esta fecha especial que Jordan protagonizó uno de los momentos más impactantes de su carrera. Sin embargo, esta vez no fue dentro de la cancha, sino en el vestuario. Allí, abrumado por la emoción, colapsó y se derrumbó en llanto junto a un balón, mientras recordaba a su querido padre.

"Se que me está mirando", confesó Michael en una entrevista posterior al partido a la prensa. Sus dedicatorias fueron; "A mi esposa, mis hijos, mi madre, hermano y hermana... esto es para ti, papá". En ese día, Jordan consiguió su primer logro sin aquel incondicional apoyo de su padre.

Fue el 16 de junio de 1996 cuando Michael lideró a los Bulls con una actuación magistral, anotando 22 puntos, atrapando nueve rebotes y repartiendo siete asistencias en la victoria por 87-75 sobre los Seattle SuperSonics en el sexto partido de las Finales. Por supuesto, se hizo merecedor del premio al MVP de esas Finales, su cuarto de un total de seis. Pero lo más importante, ese anillo representó una conexión especial con su padre, un tributo valioso que trascendió los logros deportivos.