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La historia de Bill Russell y Wilt Chamberlain es una de esas rivalidades que definen una era, donde cada canasta y cada rebote se convirtieron en parte de una lucha épica por la supremacía en el baloncesto. Si Chamberlain era la fuerza bruta que dominaba el poste bajo con su capacidad para anotar, Russell era el estratega que elevaba a los Boston Celtics con su liderazgo y defensa implacable.

En una época donde las estadísticas individuales de Wilt eran casi inalcanzables, con promedios que incluían 50,4 puntos y 25,7 rebotes en la temporada de 1962, Russell optó por otro camino: liderar a su equipo hacia la victoria. Ese enfoque de equipo le valió a Russell su tercer premio MVP en 1962, incluso superando las hazañas individuales de su némesis.

El enfrentamiento entre estos dos gigantes de la NBA no se limitó a la cancha. En 1965, la guerra silenciosa se trasladó a las oficinas de sus equipos. Chamberlain, tras un traspaso de San Francisco a su natal Philadelphia, firmó un contrato con los 76ers por 100.000 dólares anuales, convirtiéndose en el jugador mejor pago de la liga.

Esta cifra, sin embargo, no pasó desapercibida para Russell, quien, con su espíritu competitivo a flor de piel, consideraba que nadie merecía ganar más que él. Con un ultimátum en mano y la amenaza de retirarse, Russell presionó a Red Auerbach, el icónico dirigente de los Celtics, para asegurarse de ser el jugador mejor remunerado, aunque fuera por un dólar más.

Auerbach, conocido por su astucia, entendió la importancia de mantener a su estrella contenta. Así, decidió aumentar el salario de Russell a 100.001 dólares, un movimiento que podría parecer trivial, pero que representaba una declaración de guerra en términos de orgullo y competitividad. Ese dólar adicional se convirtió en un símbolo de la supremacía de Russell sobre Chamberlain, no solo en títulos (11 contra 2), sino también en el reconocimiento económico.

El nuevo contrato marcó un punto de inflexión, no solo en la carrera de Russell, sino en la historia de la NBA, donde el valor de un jugador no solo se medía en puntos y rebotes, sino también en el poder de su influencia fuera de la cancha.