25 años sin León: Najnudel, la eminencia del playground de New York
20:58 22/04/2023 | El histórico entrenador era un habitúe de los viajes a Estados Unidos y todo el mundo allí lo conocía y veneraba, como en las canchas callejeras de la Gran Manzana.
León Najnudel era un viajero frecuente a Estados Unidos, donde buscaba jugadores para llevar a sus equipos y además compartía conocimientos con colegas. Tanto era así que era un jugador muy querido en los lugares menos esperados, como los playgrounds de New York.
Extracto de León Najnudel, Historia de un Adelantado:
En 1991 estaba en la liga de verano de Detroit Pistons, en tránsito para luego hacer la cobertura del Mundial Juvenil, en Edmonton, Canadá, enviado por Sólo Básquet. León paraba en un departamento ubicado en Queen’s, que alquilaba el exentrenador de minibásquet del club Buchardo, Alberto Mosquera. No sé cómo me ubicó telefónicamente, en un hotel de Auburn Hills, muy cerca del ya demolido The Palace, y me presionó para que viajara a Nueva York, a acompañarlo. “No tenés nada que hacer en Detroit, venite conmigo y vamos a ver partidos. De Detroit a La Guardia, bajás y te tomás un taxi, te va a costar unos nueve dólares hasta la casa de Beto. Yo te espero en la puerta del edificio”. Por suerte ya había entrevistado a Chuck Daly, quien sería el entrenador del Dream Team original. Y como había terminado la primera parte de mi tarea acepté su invitación. Me esperó en la puerta del edificio y me dijo: “Viste, era fácil”.
Mi mayor preocupación en ese momento era transmitir por fax a la redacción de Sólo Básquet la entrevista a Daly. “No te hagas problemas –me calmó-, en Nueva York está lleno de negocios con fax. Yo te lo arreglo”. No sabía que Nueva York era una ciudad llena de negocios con el aparato para enviar un fax, pero él lo aseguró. Y salimos a recorrer calles en la búsqueda del fax. León tranquilo y yo muy inseguro. Ahí mismo en Queen’s frenó la marcha en una especie de ferretería industrial, entró, encaró al cajero y le explicó nuestra necesidad. Le entregó las cuatro hojas de mi reportaje a Daly y el hombre regresó a los pocos minutos con las cuatro carillas y el comprobante de la transmisión. Él le pagó de su bolsillo unos cuatro dólares y salimos, todo en menos de diez minutos. “Viste que esta ciudad está llena de faxes”. Y bueno, León.
A lo largo de tantas caminatas, que le gustaban tanto como abordar un subte, tenía ocurrencias espontaneas desopilantes. “No es como en las películas, no tiran a nadie debajo del subte, pero por las dudas arrímate a la pared hasta que llegue”; o como cuando vio pasar una afroamericana muy alta, buen físico y brazos largos: “Ahí va Chamberlain”. Todo era relacionado con el básquet. Otra vez, sin que lo advirtiera, nos cruzamos con una chica muy bonita, el estereotipo de la estadounidense rubia, de ojos celestes y delantera generosa. No sé cómo la vio León pero la definió en una frase: “Primera ronda del Draft, séptimo pick”. Para llevarle la contra, le repliqué: “Yo la selecciono con el pick cuatro”. Y casi sin dejarme terminar, me tiró el as de espadas en la cara: “Sería un pick cuatro con un centímetro menos en el largo de la pollera”. Y festejó su propia broma, la picardía, con esa sonrisa de siempre, la de la tapa de este libro.
Por las noches, si no había cena programada con algún conocido en un restaurante, se encargaba de cocinar: su especialidad era el pollo al horno con papas. Bah, lo único que cocinaba. “Es fácil, Flaco, tirás el pollo en una fuente y le ponés papas y se hace solo. El pollo no se quema, salvo que te lo olvides un día entero ahí adentro”. Así de simple, “el pollo no se quema”. Para qué comprobarlo, ¿no?
Y después de cenar otra vez a charlar de básquet, con Beto, en su departamento de dos ambientes y un aire acondicionado que había encontrado tirado en la calle. León se acompañaba de sus cigarrillos y el whisky con hielo, infaltable. Nos contaba historias, siempre con muchos detalles, y cada tanto se colgaba del teléfono para contactar a algún amigo o jugador sin trabajo para llevarlo a la Argentina. Un mes después, en Buenos Aires, Mosquera le mandó la cuenta telefónica: 650 dólares. El Ruso la miró y me dijo: “Mañana le mando la plata a Beto. Todo lo que se paga con plata es barato”. Otra de sus frases preferidas.
Su obsesión era la comunicación telefónica para estar actualizado de todo. Podía llamar a España, Estados Unidos o a un pueblo perdido de la Argentina para averiguar sobre un jugador. Nunca faltaban en su cartera los cospeles, en nuestro país, o las monedas de 25 centavos de dólar, que se usaban en los teléfonos públicos de Estados Unidos. Las llevaba en una bolsita de nylon y para él era como los caramelos para los chicos.
En el City College observé en vivo y en directo el respeto que le tenían. Al finalizar el segundo cuarto de un partido, en el descanso largo, uno de los jugadores se acercó y le dio un abrazo afectuoso, como si volviera a ver a su padre después de mucho tiempo. Era Mark Jackson, entonces una de las figuras de los Knicks, después DT en la NBA y actualmente comentarista de televisión.
Una tarde pasamos a buscar a Carlos Tapia, un exjugador de Racing durante la década del 60, que tenía en Nueva York un taller de orfebrería y fabricaba joyas, en ese momento para Tiffany. Era amigo de León, que lo había dirigido en una de sus etapas en el club de Avellaneda. Tapia no me conocía pero igualmente me regaló un anillo de oro blanco y engarces de oro 18, y otro igual le entregó a su exentrenador. Nos sorprendió. “¡Viste el regalo que nos hizo Carlitos!”, me dijo. La verdad, un regalazo que ligué por ser su acompañante circunstancial.
Con Tapia nos fuimos a ver partidos a una cancha a cielo abierto, en Orange, Nueva Jersey: los relojes de posesión de 24 segundos estaban colgados de los árboles y el marcador era alimentado por unas baterías enormes, de las que usan los camiones. Entramos los tres por una puerta pequeña. El relator del juego, cuando detectó el ingreso de León, paró el partido y dijo: “Ahí está León, el inventor del torneo de un país que se llama Argentina”. Los jugadores y el público, todos afroamericanos, lo miraron con sorpresa y respeto, aplaudieron tibiamente, y seguidamente se reanudó la acción. ¡Guau!
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