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Michael Jordan es sinónimo de NBA, de éxito y de constancia. Es la figura que representa a la perfección lo que significa el trabajo duro, la potencia del deporte, el deseo de autosuperación y la competitividad. Pero, ¿cómo enfrascar o enmarcar a una personalidad tan dominante a través de un momento? Suena complicado, aunque un tiro quizás pueda hacerlo. Ocurrió hace exactamente 22 años y quedó inmortalizado como The Last Shot.

El peso de cerrar una carrera histórica de la forma que se merecía era demasiado. Cualquier definición hubiera parecido pobre, pero el encargado de ponerle el broche de oro era Jordan. Y faltaba una chispa para encender la llama. Con cinco títulos, cinco MVP de Finales, cinco MVP de temporada y una colección de récords a cuestas, el escolta fue capaz de englobar todo en una única imagen: con el resultado del sexto partido de las Finales de 1998 en vilo, tomó la pelota y se encaminó hacia la gloria eterna. El traslado, la finta para deshacerse de Bryon Russell, el tiro y la victoria en sus manos. Enfrente suyo, miles de caras de espanto de personas petrificadas y rendidas ante la grandeza. El cuadro soñado de cualquier pintor.

Así, con aquel lanzamiento que decretó el 87-86 definitivo y el sexto anillo, MJ se coronó como la presencia más determinante que se haya visto en la historia de la competencia. Un desarrollo notable que no podía culminar de una mejor manera. El tiempo hizo que él volviera nuevamente del retiro para pasar dos años con la camiseta de Washington Wizards y ese fue, tal vez, su único gran error: impedir que The Last Shot fuera su última aparición en una cancha de básquet.