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Las televisiones a color, los videojuegos de arcade, la caída del Muro de Berlín, el fin de algunas dictaduras en Latinoamérica, Chernobill, MTV y el consumismo. Eran los 80 y todo brillaba, desde el auto nuevo hasta las pantallas chicas, medianas y grandes. También comenzaba a globazilarse el mundo y, obviamente, la NBA.

La fecha exacta fue 1985, cuando en el Draft de ese año los Suns utilizaron su pick 148 para seleccionar a un completamente desconocido (para el planeta yanqui) Georgi Glouchkov. Nacido en Bulgaria, jugaba de ala pivote y derrochaba talento en la selección de su país, en la que debutó siendo apenas un adolescente, y en el Akademik Varna, equipo en el que durante la 1984/85 llegó a promediar 23 puntos y 19 rebotes.

En la preparación impresionó a los directivos de los Suns y el 6 de diciembre de 1985 saltó a la cancha para debutar en la NBA, anotando 7 puntos. Su capacidad rebotera maravillaba a todos y Phoenix estaba contento con su elección. Lamentablemente, el europeo empezó a aumentar de peso, según las malas lenguas por su nueva pasión por la comida rápida yanqui, y su rendimiento fue decreciente.

Apenas disputó 49 partidos (16 como titular) y promedió 4.9 puntos y 3.3 rebotes en aquella temporada, que fue la única que llegó a tener en la NBA. Con todo el peso de la adversidad, el búlgaro decidió volverse a Europa, firmando nada más y nada menos que con el Caserta italiano. Allí se quedó cuatro campañas y compartió equipo con el gran Oscar Schmidt.

Su luz iluminó a todo el Viejo Continente por los próximos años, hasta que decidió apagarse en su Akademik de siempre, retirándose en el periodo estival de 1997, con 35 años.

El brillo desapareció como las lágrimas tras un llanto, pero la figura de Glouchkov no se borró. Antes que Drazen, Luka y Nikola estuvo él.

Un pequeño paso para Georgi, un gran paso para Europa.  

Ignacio Miranda/ [email protected]
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