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Si tuviéramos que elegir las características que marcaron el 2017 de la NBA, no hay dudas que deberíamos empezar por la cantidad de cambios que se generaron a lo largo de la liga, tanto durante el transcurso de la 2016/17, como sobre todo en el mercado previo a la 2017/18. Y cuando hablamos de cambios, no solamente nos referimos a un número elevado de jugadores, sino más que nada de la calidad de los mismos. Buenas piezas de rol, figuras y hasta superestrellas encontraron un nuevo hogar durante los últimos 12 meses.

Kyrie Irving y Gordon Hayward se fueron a Boston, Isaiah Thomas y Dwyane Wade a Cleveland, Eric Bledsoe a Milwaukee, Dwight Howard a Charlotte, Chris Paul a Houston, Jimmy Butler a Minnesota, Carmelo Anthony y Paul George a Oklahoma City, Paul Millsap a Denver y DeMarcus Cousins a New Orleans, solamente para hacer referencia a los casos más significativos. Un oleaje que analizándolo desde afuera, uno imaginaría que podría haber cambiado el escenario de la competencia. Y sin embargo, poco de eso ha sucedido.

En el Este, los candidatos a avanzar son los mismos del útimo tiempo: Cleveland, Boston y Toronto, con Washington queriéndose meter en la pelea. En el Oeste, los nombres fuertes también se repiten: Golden State, Houston, San Antonio y Oklahoma City, con Minnesota siendo el único que realmente mejoró sus chances de hacer ruido en la postemporada. A pesar de los múltiples fichajes y traspasos, los favoritos son prácticamente idénticos a los que nombramos en el balance del 2016.

¿Es casualidad esta situación? Para nada. No hace más que marcar la importancia de un grupo selecto de jugadores, realmente de élite, que trascienden a sus compañeros, a los armados de los rivales y los altibajos comunes en otros protagonistas. LeBron James, Stephen Curry, James Harden, Kevin Durant, Russell Westbrook. Y podemos agregar de la mano a probablemente los dos mejores entrenadores de la liga, Brad Stevens y Gregg Popovich. Todos ellos se encuentran en un pedestal tan elevado, que poco les llega de los sismos, las transformaciones y las tormentas terrenales.

En ese contexto, es fácil observar la actualidad de la NBA con un pensamiento nihilista, al menos para 26 o 27 equipos del torneo. ¿Qué sentido tiene todo, si se enfrenta un final ineludible? La muerte, deportiva. La eliminación. La consagración de los mismos de siempre. En otras palabras, ¿de qué sirven todos los análisis, movimientos, esfuerzos y progresos, sabiendo que lo más probable es que solo haya tres o cuatro equipos con chances reales de llegar a la final? Y peor aún, si tenemos en cuenta que parece haber uno (Warriors) con una superioridad demasiado marcada por encima del resto.

Y sin embargo, la ilusión persiste para la mayoría. Las historias de David vs Goliat inundan el universo deportivo. Momentos inesperados, sorpresivos e impactantes. Las caídas de los imperios más poderosos, por exceso de confianza, un golpe de suerte (a favor o en contra) o simplemente la lógica aparición de alguien más fuerte. Nada está sellado en piedra. Y aún si lo estuviera, el camino para descubrirlo es tan hermoso, que no podemos dejar de recorrerlo con esperanza y expectativa.