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A 20 años del oro olímpico

Todo comenzó en aquel 1997

21:41 28/08/2024 | El Mundial Sub 22 de Melbourne, una derrota en el último segundo ante el local y una promesa de llegar a ser protagonistas en la mayor fueron los cimientos para esta Argentina de oro.

El Mundial Sub22 que dio inicio al camino dorado (El Gráfico)

La generación dorada llegó a Atenas con un currículum de amistad y éxitos deportivos. Como en las historias de literatura clásica, también hubo lugar para el dolor, la angustia y las derrotas antes de llegar a la medalla soñada. Este fue su camino al oro.

Llanto y promesa

El 9 de agosto de 1997 los programas de radio de la mañana, bien temprano, dejaron pasar entre el enredo habitual de la actualidad política, una noticia deportiva: la Selección argentina de Básquetbol que disputaba el Mundial Sub 22 de Melbourne acababa de perder la semifinal ante el equipo australiano por 71-68. Luego, daban el HTH (hora, temperatura y humedad en la jerga radial) y a otra cosa. A los que lo oyeron en sus casas no les cambió la rutina de cada añana, pero a los doce pibes que sufrieron el triple de Aaron Trahair en el último instante de un partido que ganaban por tres puntos a treinta segundos del final, les dejó una marca de por vida. Quienes estuvieron en el vestuario de Melbourne aseguran que nunca vieron tanto dolor y lágrimas después de una derrota. Un día después cayeron ante Yugoslavia por el tercer lugar y regresaron a casa con un cuarto puesto que nunca digirieron, pero que sentó las bases para una promesa que nació en el medio de la gran frustración: llegar a la selección mayor y tomarse revancha.

Conociendo Atenas

La tarea de Julio Lamas en la Selección mayor se inició con el Sudamericano de 1997 y continuó en el Premundial de Montevideo durante septiembre, una de las clasificaciones más agónicas que se recuerden en los últimos años: la Argentina dependía de que se dieran tres resultados en la última fecha para lograr el pase al Mundial de Grecia. Gritamos bingo, y para 1998 el entrenador dio los primeros pasos de un recambio generacional incipiente: Marcelo Milanesio, Esteban De la Fuente y Marcelo Nicola jugaron sus últimos partidos en el equipo, mientras debutaron Manu y Pepe, se consolidó Fabricio Oberto y los tres compartieron equipo con Hugo Sconochini por primera vez.Sin grabadores de por medio varios integrantes del plantel admitieron que si el clima afuera de la cancha hubiera sido mejor, aquel partido de cuartos de final contra Yugoslavia (Argentina llegó a ganar por siete puntos en el segundo tiempo) podría haber tenido un desenlace diferente. Antes de eso hubo momentos que marcaron la intención de recambio, como cuando Montecchia cerró el primer partido contra España (caída 68-67 en suplementario) con Milanesio sin poder aguantarse sentado en el banco, o la elección de Ginóbili en lugar de Jorge Racca para completar el plantel. En el torneo, Oberto apareció en el quinteto ideal, Manu volvió a dar un salto de calidad pasando de ocupar uno de los asientos más profundos del banco a quinto goleador del equipo (7.8 puntos en 18 minutos de promedio) y Pepe Sánchez aprovechó sus minutos llenando los ojos con su entrega en defensa.

En el balance final, si bien se fue a buscar un lugar entre los mejores ocho y se terminó octavo, Atenas '98 dejó un sabor agridulce porque no se peleó a full las chances de mejorar la ubicación. En un torneo sin estrellas NBA por el lock out patronal, había plantel para llegar más arriba. Las internas terminarían acelerando el recambio un año más tarde.

Recambio obligado

Los primeros meses de 1999 fueron tormentosos para la selección. Sin que quedaran del todo claro los motivos, pero con Lamas en el ojo de la tormenta, Milanesio, Diego Osella y Marcelo Nicola se bajaron de una temporada internacional que tenía como máximo desafío el Preolímpico de Puerto Rico. Había apenas dos plazas en juego y un Dream Team todavía insuperable debía hacerse presente porque Estados Unidos no tenía la plaza asegurada (fue tercero en Atenas '98, sin los NBA). Antes de eso estaba el Sudamericano de Bahía Blanca, una ocasión ideal para que el entrenador se asegurara su primer título y para que la Argentina recuperara la corona después de doce años. Pero su pretensión de contar con el mejor equipo posible chocó contra los jugadores que pedían descanso y la intransigencia de ambas partes derivó en bajas masivas, con o sin excusas válidas. Rubén Wolkowyski (tuvo una operación), Esteban De la Fuente y Jorge Racca se sumaron a los tres mencionados, e incluso Oberto y Pepe Sánchez se bajaron. El primero para priorizar sus estudios universitarios y Fabricio porque contaba con una chance NBA que terminó en frustración. Nunca lo olvidaría. En este marco, hubo debuts masivos en Bahía (Leo Gutiérrez, Andrés Nocioni, Leandro Palladino, Luis Scola y Hernán Jasen) y un salto de nivel admirable e inesperado en Puerto Rico, cuando Hugo Sconochini se convirtió en el referente de todos y a pesar de ir de punto quedamos a un partido de lograr la clasificación: fue caída en la semifinal contra Estados Unidos, liderado por el pivote de San Antonio Spurs, Tim Duncan. El nacido en Islas Vírgenes venía de ganar su primer título NBA y apenas conocía a un tal Ginóbili, que acababa de ser drafteado por su equipo. Pronto tendría tiempo de conocerlo un rato más.

La primera función

El ajetreado 1999 terminó con Julio Lamas dejando el cargo de entrenador para irse a dirigir al Tau Cerámica de la ACB española. Rubén Magnano había desechado la oferta de tomar el cargo en 1997 pero, tras cosechar dos títulos de Liga Nacional ('97/98 y '98/99) y dos de la Sudamericana ('97 y '98), aceptó y empezó a trabajar en el tranquilo año 2000, donde sólo se jugaron amistosos. El punto de referencia hacia delante era el Premundial 2001 a disputarse en Neuquén, pero antes hubo dos noticias que golpearon al grupo: primero fue la suspensión de Hugo Sconochini, que estaba en la Kinder Bologna con Manu y dio positivo tras un partido contra el Siena. No fue lo peor. Algunos ya descansaban en la noche del 7 de enero cuando los despertó el teléfono: ese domingo había fallecido Gabriel Riofrío tras sufrir un ataque al corazón mientras jugaba un partido de la Liga Nacional. El alero cordobés había sido parte de aquel Mundial Sub 22 de 1997 y su recuerdo apareció desde entonces en cada festejo.

Magnano había sido asistente de la selección desde 1992, por lo que conocía de sobra la importancia del armado de un grupo. Por eso convenció a Horacio Muratore de pelear por la reducción de pena para Superhugo y así se consiguió que el cañarense llegara habilitado para hacerse cargo de la capitanía justo un día ante de empezar el torneo. Antes de ese regreso, el Sudamericano de Valdivia fue la chance de sacarse la espina de la derrota sufrida en Bahía dos años antes: terminaron el torneo sin derrotas y la generación festejó su primer título oficial en mayores.

El gran DT también dio otra señal al grupo: manejaría con sumo cuidado los tiempos de descanso para que no le sucediera lo mismo que a su antecesor y así, junto a Sconochini, recién en Neuquén se sumaron al equipo Ginóbili, Oberto, Wolkowyski, Pepe Sánchez, Victoriano y Luis Scola, que venía de ser campeón Panamericano Sub 21 en 2000 y luego medalla de bronce en el Mundial de Saitama 2001.

Y finalmente coincidieron los planetas. A pesar de la baja de Alejandro Montecchia, el equipo de los sueños empezó su camino definitivo con diez partidos invicto y el primer título continental para la Argentina. Ocho de los doce que habían estado en Australia '97 participaron de las funciones a estadio lleno que dieron noche tras noche en el Ruca Che. Segundo título en dos meses, clasificación para el Mundial 2002, Manu consagrado como estrella principal y el desafío planteado: mejorar lo hecho por los equipos nacionales desde 1950 en adelante.

Final de un mito

Un séptimo puesto no parece mucho para el paladar argentino post cambio de milenio. Sería tildado de fracaso por muchos y seguramente así lo hubiera sentido esta generación si ocupaba ese lugar en Indianápolis. Sin embargo, después del título mundial conseguido en 1950 y el cuarto puesto en los Juegos de Helsinki '52, ningún equipo nacional había mejorado esa posición.

Pero en Indianápolis las cosas irían mucho más lejos. El equipo llegó con una preparación excelente, la seguridad de que el objetivo planteado no era una quimera (sexto lugar mínimo, una medalla como gran sueño) y un grupo que contenía a ocho de los que habían llorado en Australia '97 (Sánchez, Victoriano, Ginóbili, Palladito, Scola, Fernández, Oberto y Gutiérrez), el Chapu Nocioni (había sido preseleccionado para aquel torneo), Montecchia, Wolkowyski y el gran capitán Sconochini.

El primer golpe fue ante Rusia, un cuco clásico que venía jugando las finales de los siete mundiales previos y que puso la cabeza en la segunda jornada: 100-81. A partir de allí no hubo rival que se resistiera hasta que le tocó el turno al Dream Team, todavía imbatible aunque poco estelar. Aunque en la previa del torneo hasta se hablaba de "tirar" el partido a estilo puertorriqueño si no era necesaria la victoria para entrar a cuartos de final, a la hora de la verdad, con un récord de 5-0 y la confianza a tope, el grupo estaba listo para su primer gran golpe.

Fue el 4 de septiembre de 2002 en el Consejo Fieldhouse de Indianápolis. A medianoche de ese día ya estaban actualizadas todas las webs de los principales diarios del mundo: había caído el Dream Team después de diez años y lo había derrotado Argentina. El resto es historia bastante conocida: llegó la semifinal contra Alemania, la lesión de Manu en el tobillo derecho, la final con Yugoslavia, los ocho puntos de ventaja a dos minutos y medio del final, los nueve puntos de Bodiroga, el foul no cobrado a Sconochini, la medalla de plata. Ya estaban en la historia, aunque para su mentalidad ganadora, el segundo puesto dejaba una cuenta pendiente.

La nueva ilusión

Después del boom Indianápolis, el objetivo del equipo se trasladó dos años adelante: los Juegos de Atenas 2004. Para eso había que superar la clasificación en el Preolímpico de Puerto Rico, un año antes. La actuación previa los puso a priori en un lugar que nunca antes había estado una selección: el de número puesto para lograr el objetivo mínimo y con el plus de enfrentarse a un Dream Team con muchas más figuras que el que había resignado el invicto. El equipo acusó el trajín de una preparación más parecida a un maratónico tour de homenaje por el suceso previo y sólo la amistad de años protegió al grupo, lo mantuvo enfocado en el objetivo (la clasificación) y consiguió evitar que la saturación de muchos (sobre todo Ginóbili, campeón NBA con San Antonio) deshiciera su cohesión. Seguramente fue el torneo en el que más caras largas se vieron, pero a la hora de jugar se lograron las victorias necesarias (ni una más, ni una menos) poniendo sobre la mesa el carácter del equipo.

De todos modos, Magnano no se quedó tranquilo y al mismo tiempo que aceptó que el objetivo del equipo estaba en el podio olímpico, se dedicó a planear la estrategia para convencer a Sconochini de volver al equipo. No fue una decisión deportiva, está claro, pero las señales que había dado el grupo afuera de la cancha habían sido interpretadas. Y serían cumplidas.

Fuente: 
Revista Básquet Plus N°29

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