NBA

Marvin Barnes, la estrella que se drogaba hasta en el banco de suplentes

11:33 30/03/2020 | Fue uno de los mejores jugadores de la extinta ABA, pero siempre coqueteó con las drogas y los problemas. En la NBA, jamás pudo demostrar su nivel. Un repaso a su historia.

Marvin Barnes, con la camiseta de los Buffalo Braves. (Foto: AP)

Estadísticas abultadas, contratos estratosféricos y miles de millones de dólares girando alrededor de treinta franquicias y sus jugadores. En la actualidad, esos son los excesos que rodean al mundo del básquet estadounidense. Pero, cuarenta años atrás, escándalos relacionados con las drogas, el juego, las peleas y el racismo llevaron a la ruina a la ABA, la liga madre del show moderno. Existió un hombre que ejemplifica esa época mejor que nadie. Uno de los talentos más desperdiciados en la historia del deporte. Su vida, como su apodo, no son otras cosas que malas noticias: Marvin Barnes.

¿Quién fue este personaje? Para entenderlo, hay que comenzar por sus inicios. Barnes nació en 1952 en Providence, Rhode Island. Crecer en uno de los lugares más peligrosos de los Estados Unidos por aquellos años le hizo pensar que no iba a estar en este mundo por mucho tiempo: "Voy a morir rápido, voy a morir joven. Así que, mientras viva, voy a divertirme", solía repetirse a sí mismo. Su casa no era precisamente un refugio en el cual resguardarse. Debía defenderse de un padre alcohólico, que lo golpeaba tanto a él como a su madre con un revólver. Pasó su infancia entre balas y traficantes. A estos últimos los admiraba profundamente. Cualquiera que pasara por los playgrounds de la ciudad sabía que aquel joven podía ser un profesional. Sin embargo, él soñaba con ser un criminal.

Fue en el secundario Central donde descubrió que su talento era algo serio. Como adolescente, desarrolló un potencial atlético superior al de cualquier muchacho de su edad. Pero el dominio de Barnes no era sólo físico: dentro de la cancha, lo sabía todo. Era un interno capaz de anotar a placer en la pintura, de capturar rebotes casi sin esforzarse y de crear para los demás. Fuera de ella, jugaba a vivir en una película de gángsters: se enrollaba en peleas, mantenía relaciones estrechas con varios delicuentes de su zona y no le prestaba atención a los consejos. Tardaron poco en definirlo con el apodo que marcaría su vida. Es que sus propios compañeros lo llamaban Malas Noticias. A Marvin no le gustaba el mote, pero terminó por aceptarlo.

Era demasiado bueno para permanecer oculto. A pesar de sus problemas, muchas universidades se interesaron en él. Llegó a la de Providence como un mal necesario y, al poco tiempo, se encargó de confirmar todas las sospechas sobre su juego... y su conducta. En 1973, lideró al equipo hacia la primer Final Four en la historia de la institución. Al mismo tiempo, era acusado de golpear con una llave inglesa a uno de sus compañeros. No le importó mucho declararse culpable y pagarle a la víctima más de cien mil dólares. ¿El origen de ese dinero? Nadie lo conocía.

Esa actitud pendenciera no tapaba su talento. Por eso, Philadelphia 76ers lo seleccionó en la segunda posición del Draft de 1974. Encima suyo, sólo el legendario Bill Walton. Pero Barnes, dispuesto a causar sensación a cada paso quedaba, tiró por la borda la propuesta de la NBA y se unió a su competencia: la ABA. Los Spirits de Saint Louis le ofrecieron un jugoso contrato y las libertades que tanto anhelaba. En una liga diseñada para el show, el artista dentro del hombre se liberó. Fue Rookie del Año y participó dos veces consecutivas del All-Star Game. Sobre la pista era capaz de hacer lo que quería, razón suficiente para que nadie le impidiera extender ese libertinaje hacia las calles.

Una anécdota lo resume todo: en 1976, perdió el vuelo de su equipo hacia Norwalk, ciudad en la que debían disputar un encuentro. ¿Qué hizo? Decidió viajar en un avión privado para llegar al estadio, pero no sin antes pasar por McDonald's para saciar su hambre. En la cancha, todos lo daban por ausente. Y, aunque esa una competencia acostumbrada a las excentricidades, nadie esquivó el asombro al verlo entrar al vestuario con un tapado de piel y varias hamburguesas en sus brazos al grito de: "¡No temas! Marvin está aquí."

En aquellos dos años que pasó con los Spirits, fue capaz de demostrar dos cosas. Primero, su innegable habilidad. Esa condición impresionó incluso a Julius Erving, su máximo índolo. Segundo, su incesante tendencia a descarrilar. La droga apareció en su vida, ya no como un decorado o un mal ajeno sino como la única forma de calmarse. Él le abrió las puertas sin pensárselo dos veces. Barnes se creía el dueño del mundo y jamás escuchó un no como respuesta. Enviaba prostitutas a sus rivales para cansarlos, disfrutaba de alocadas fiestas hasta altas horas de la noche y vociferaba lo que se le venía a la cabeza en cada sesión de entrenamientos.

Tras la disolución de la ABA en 1976, pisó por primera vez la NBA. Sin embargo, ya no era ni la mitad del jugador que alguna vez fue. Había perdido casi todas sus habilidades a causa de su rutina de excesos. Naufragó por varias franquicias hasta que, en su paso por los Boston Celtics, tocó fondo: "Consumía cocaína antes, durante y después de los juegos. Era una sombra de mí mismo", confesó en el documental Free Spirits de ESPN. Mudó sus problemas a la Lega de Italia, pero apenas duró seis encuentros. Fue a prisión por tráfico y consumo de drogas, aunque logró escapar gracias a la ayuda del embajador estadounidense. Lo hizo como un fugitivo: cruzó la frontera escondido en el baúl de un auto.

México tampoco pudo ver a estrella que había brillado intensamente. Fueron años de odio, cárceles y coqueteos con narcóticos que culminaron con su muerte en 2014. A los 62 años, Marvin Barnes dejó este mundo con la impotencia de saber que había desperdiciado uno de los talentos más grandes en la historia del básquet. Uno al que las drogas y el acohol arrastraron hasta la oscuridad más profunda.

Leandro Carranza/[email protected]
En Twitter: @basquetplus
En Twitter: @leocarranza99

 

 

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