NBA

Charles Barkley, el hombre de la primera plana

16:16 20/02/2020 | Ya sea por su juego o por sus palabras, el miembro del Salón de la Fama fue capaz de evitar la indiferencia durante toda su carrera. En el día de su cumpleaños, un repaso a su personalidad tanto dentro como fuera de la cancha.

Charles Barkley cumple 57 años. Foto: NBA.

Una volcada o un empujón. Un rebote capturado o una declaración fuera de tono. Un tiro ganador o un encontronazo con los rivales. Y, muchas veces, todo eso en un mismo partido. Así fue la carrera de Charles Barkley, uno de los personajes más carismáticos y polémicos que se han visto en la NBA. Su presencia fue, es y será un antónimo de la palabra indiferencia. Con él, nunca hubo grises.

El deporte está plagado de estrellas que han actuado de una manera dentro de la cancha y de otra, completamente distinta, fuera de ella. Una condición que no se aplica a la carrera de Barkley, quien jamás fragmentó su figura en ese sentido. Su estilo estaba tan relacionado a su personalidad que resultaba imposible analizar al jugador sin incluir al hombre. Es que fue ese carácter el que le permitió quebrar el absurdo catálogo de "niño gordo" y así captar el interés de Auburn, la Universidad que lo disfrutó durante tres temporadas. Fue esa misma confianza en sí mismo la que lo llevó a traspasar las fronteras de su posición y deleitar al público con sus volcadas luego de comandar una transición con el balón en sus manos. Reprimir su identidad hubiese sido, inevitablemente, un puñal al corazón de aquel interno creativo.

La NBA lo vio brillar desde que entró a la liga en el Draft de 1984. También, cómo no, fue testigo de sus derrapes. Sir Charles fue capaz de combinar temporadas para los libros de récords y donaciones para becas universitarias con declaraciones en las que aseguraba, por ejemplo, que "si el KKK me pagara, trabajaría para ellos". Podía desquitarse a los codazos con un jugador angoleño durante los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 y, al mismo tiempo, ser el miembro del Dream Team más atento y gentíl con la gente. Así como el público se dividía entre fanáticos y odiadores sin término medio, sus accionar mutaba de benevolente a temerario en un chispazo. Barkley era armonía dentro de la contradicción absoluta. Entenderlo era saber que no había una racionalidad en su comportamiento. Que, al igual que sucedía con su juego, no existían casilleros que se ajustaran a su conducta. Que era blanco o negro, pero también las dos cosas juntas.

Philadelphia 76ers, Phoenix Suns y Houston Rockets. Dorsales retirados, campañas de excelencia y el Hall of Fame como único destino posible. A la hora de hacer memoria, poco de eso importa. Protagonizó una carrera que jamás se coronó con un campeonato, pero que tampoco lo necesitó. No será recordado por el MVP que levantó en la temporada 1992/93, ni tampoco por las dos medallas de oro olímpicas que se colgó en el cuello. Lo que realmente ha inmortalizado su figura es su esencia, esa que lo consagró como uno de los internos más versátiles de la historia y que también lo condenó a ser uno de los bravucones más polémicos que conoció la liga. El sentido común indica que todo aquello no podría convivir en una misma persona, pero no hay nada de común en el mundo de Charles Barkley.

 

Leandro Carranza/[email protected]
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