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A partir de la carrera de Michael Jordan con los Bulls, jamás podría desprenderse que desde un primer momento, en Chicago se dudaba de su capacidad y que como todas las franquicias en ese Draft de 1984, tener a Hakeen Olajuwon era el sueño. Pero con el número uno puesto en Houston y la segura elección del nigeriano, el resto de los picks eran parejos, aunque Su Majestad ya se destacaba.

Rod Thorn, el Gerente General de los Bulls en ese entonces, tenía cierto reparos en la elección de Mike de acuerdo a que veían en él a un jugador que conducía el balón hacía la canasta, pero que no tenía un tiro sólido. “El problema de Michael era que no podía lanzar el balón, simplemente conducía el balón a la canasta, pero necesitaba un tiro. Pero Michael era tan inteligente que aprendió creando algunos golpes poderosos y apareció ese tiro en suspensión”, expresó el dirigente en una nota con NY Daily News.

Jordan ya mostraba sus credenciales de ser un gran prospecto y estaba claro que no salía de los tres primeros en la lotería, solamente que en Portland lo dejaron pasar y entonces Chicago aprovechó la opción. Eso sí, según Rod, sí los Blazers se quedaban con el 23, ellos ni por asomo irían por Sam Bowie, su segunda posibilidad era Sam Perkins, por encima de Charles Barkley.

Pero volviendo al análisis que hicieron en Chicago de Jordan, la otra duda que generaba era su cuerpo, demasiado flaquito lo veían para una liga que era física por demás. “Cuando lo miramos en el Draft pesaba 88 kilos y medía 1,98, por lo que era un poco delgado. Pero lo más importante para nosotros era su tiro y me preguntaba qué tipo de tirador sería”.

Finalmente no dejaron pasar la oportunidad y se hicieron con Michael Jordan, el resto es la historia grabada en los libros grandes de la NBA. Pensar que todo comenzó con una duda y que si se les daba la posibilidad hubieran escogido a Olajuwon, por eso que nunca mejor dicho que el destino los puso en el camino a los Bulls con Jordan y a Jordan con los Bulls, aunque estos últimos tuvieran un poco de dudas, un pecado imposible de creer.