Najnudel y una visita de solo 5 minutos para ver a Chapu Nocioni
22:40 07/10/2024 | León quiso ver jugar a Andrés, pero no duró mucho y se fue a cenar ya convencido de lo que había visto.
Chapu Nocioni era solo un joven jugador en vías de crecimiento cuando llegó a oídos de un León Najnudel que por esas épocas viajaba por el país para reclutar. El propio Andrés había llegado hacía pocos meses a Santo Tomé, y ya se destacaba en el torneo local.
Y fue Gabriel Darrás el que le dio el dato al entrenador porteño. “¿Gaby, que jugadores jóvenes están surgiendo en Santa Fe?”, preguntó León. “Mirá, en Unión de Santo Tomé están jugando con muchos pibes muy jóvenes y me comentaron que hay uno que se destaca, Nochino, Nichino, algo así se llama”, respondió Darrás
Al día siguiente, sonó el teléfono en casa de los Nocioni y Pilo atendió: “Mire, sabemos que usted tiene dos hijos que juegan al básquet y yo estoy interesado por el menor. Tengo buenas referencias, pero me gustaría verlo en acción. ¿Cuándo lo puedo ir a ver?”. El padre de Chapu no lo creía todavía, pero después de un rato le devolvió el llamado para decirle que su hijo jugaría a las 18 del sábado en Santo Tomé.
El 5 de agosto de 1995 era un sábado del duro y frío invierno en Santo Tomé. Ese día, en cancha de Unión, se enfrentaba el local contra Rivadavia de Santa Fe en la categoría juveniles de la Liga Santafesina, a las 6 de la tarde. El partido finalmente se retrasó y arrancó 6:40. En Unión jugaba Chapu. Pilo fue con Ángela y con Pablo, que eran los dos únicos que sabían que iría Najnudel, pero con expresas órdenes de no decirle nada a Andrés. “Pablo era medio bocón, por eso las indicaciones”, recuerda Pilo.
Un rato antes del comienzo del partido, León llegó al estadio con su esposa Mónica y su pequeña hija Corina, de 2 años y medio. Como nadie obviamente podía pensar que era él, le cobraron la entrada y pasó. Allí se encontró con Carlos Delfino padre, a quien conocía de su participación en la Liga para Echagüe. Delfino estaba porque en Unión jugaba su sobrino, Facundo Rodríguez. Lo acompañaba su hijo mayor, Carlitos, de 12 años, que asomaba como un pichón de crack. “Me acuerdo de ese día -dice Carlitos-. Yo lo conocía porque también jugaba en Unión y, aunque era mini, me quedaba a ver los entrenamientos de los más grandes. Chapu era blanco teta y siempre llevaba una camiseta que decía que era la más linda. Ya era trabadito”.
León se había sentado al lado de Pilo, que fue a su encuentro apenas lo vio, en las viejas butacas de cine que hacían de plateas, a la altura del medio de la cancha. Se sacó los anteojos que llevaba y se puso a mirar atentamente el calentamiento de Chapu, una vez que bajaron al campo. Andrés tenía la camiseta número 15 y hacía lo de siempre: corría, saltaba y la volcaba con violencia en cada entrada. Cuando Pilo le quiso indicar a León cuál era su hijo, León lo cortó: “Sí, ya me dí cuenta cuál es”. A los 3 minutos de empezado el juego, Najnudel se levantó, saludó a Pedro y le dijo: “Ya ví todo lo que tenía que ver. Me voy a comer pescado al Quincho de Chiquito”. El Quincho de Chiquito era el restaurante más famoso de la zona, donde solía cenar Carlos Monzón, el boxeador más exitoso de la historia argentina, campeón del mundo con 15 defensas de su corona, retirado en la cima. Pilo y Ángela no entendían nada. “Pero León, ¿se hizo más de 400 kilómetros y lo va a ver nada más que cinco minutos?”, dijo Pilo. “No se preocupe, es suficiente, lo van a llamar en los próximos días para que Andrés vaya al campus de Racing en Buenos Aires”, dijo León, y se fue.
Cuando terminó el partido (que ganó Rivadavia 81-66, pese a los 15 puntos de Chapu), y todos se habían enterado de su presencia, incluido Chapu, Andrés encaró a Pilo y le dijo “¿viste que estaba León Najnudel, a quién habrá venido a ver? Seguro que a Mauro”. Mauro era Rotschy. “No, te vino a ver a vos”, le dijo Pedro a su hijo. Chapu se quedó sorprendido. “¿A mí?” “Sí, y me dijo que te quiere llevar a Racing”, agregó el padre, pero para no acelerar muy rápido, siguió, “pero tenemos que ver, porque está el tema de la escuela”. Ángela, que estaba al lado, jugó para Andrés: “Pero qué escuela, en Buenos Aires tiene que haber escuelas también”. “Mi viejo siempre estuvo convencido de que yo tenía que terminar la secundaria, por eso cuando después abandoné en quinto año fue el peor palo que pude pegarle”. Pilo y Ángela se volvieron a Gálvez y Andrés siguió con su vida en Santo Tomé.
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