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La victoria de Detroit sobre New York en el segundo partido de la serie no fue solo un empate 1-1 en la llave: fue la ruptura de una racha oscura que llevaba 17 años sin triunfos en playoffs. En un Madison Square Garden colmado, los Pistons impusieron su carácter y se llevaron un trabajado 100-94 que quedará marcado como el primer paso de una nueva era. Desde aquel 2008 en que vencieron a Orlando Magic en semifinales del Este, la franquicia no lograba festejar en la postemporada. Entre medio, 14 derrotas consecutivas y una reconstrucción que parecía no terminar nunca.

El contexto realza aún más el impacto del triunfo. La temporada pasada, Detroit firmó el peor récord de su historia (14-68) y se hundía en el fondo del Este. Hoy, con J.B. Bickerstaff al mando, logró una campaña de 44-38 y entró como sexto clasificado, dejando atrás años de frustración. Ante unos Knicks superiores en plantilla y con ventaja de localía, los Pistons dieron el golpe con una defensa agresiva y actuaciones clave de sus jóvenes talentos. La actitud colectiva, combinada con una estrategia sin fisuras, mostró que este equipo no vino a los playoffs de paseo.

Pero la victoria también tiene una carga emocional y simbólica difícil de igualar. Desde 2008, solo siete jugadores activos de la NBA habían disputado partidos de postemporada mientras los Pistons seguían en blanco: LeBron James, Kevin Durant, Chris Paul, Al Horford, Mike Conley, Kyle Lowry y Jeff Green. En cambio, Detroit entró en un ciclo sin rumbo, apenas pisando la postemporada en 2009, 2016 y 2019, y siempre cayendo por 4-0. El quiebre de esa maldición no solo enciende la esperanza en Michigan, sino que devuelve al equipo su pertenencia a los escenarios más competitivos. Ahora, la serie se traslada a Detroit, donde la energía será otra. Más allá del resultado final, los Pistons ya lograron algo fundamental.