Informe especial

La peor noche en la carrera de Scola: el día que lo eligieron en el draft

10:46 14/05/2021 | Extraemos un pedacito de El Abanderado, la biografía sobre Luis Scola escrita por Mauricio Codocea y editada por Básquet Plus, para contarte un día especial.

Luis Scola en el Mundial 2002, dos meses después de su peor día (Foto Getty)

Liberó un suspiro y se levantó del sillón. Pidió disculpas y se retiró lentamente a la habitación que pertenecía al hijo de su anfitrión, por entonces ausente, y que le habían dejado preparada. Era tarde en una Nueva York que, a esas horas, ya no ofrecía el mismo bullicio que la caracteriza y la convierte en una ciudad única. Hacía ya un buen rato que había cenado, pero esta vez no hubo charlas de la vida como en otras ocasiones. El semblante, desdibujado; los hombros, caídos; el silencio como idioma. Tenía mucho que procesar. Sí habló un buen rato por teléfono con Pamela, su sostén a toda hora y pese a la distancia, antes de darse vuelta en la cama, taparse y cerrar los ojos para intentar olvidar ese mal trago.

 
¿Qué pasaría ahora? ¿Cómo seguiría el camino? El tiempo transcurría demasiado lento. Nadie hubiera podido convencerlo, ni siquiera a alguien tan racional como él, de que cada segundo dura lo mismo: esa noche fueron eternos y, a la vez, vertiginosos. Las dudas se agrupaban en su cabeza y tejían una telaraña de incertidumbre, en la que él se veía en medio. ¿Podría soltarse? ¿Lo ayudaría alguien? No quedaba otra alternativa más que esperar. Luis Scola recibió un duro golpe aquella jornada del 26 de junio de 2002: los San Antonio Spurs lo seleccionaron en el draft de la NBA realizado en el mítico estadio Madison Square Garden.
 
En el cuarto se respiraba básquetbol, pero especialmente NBA. Las paredes de la habitación estaban decoradas con banderines de Boston Celtics, de Los Angeles Lakers. También se erigía en plenitud, desde un póster, el rubio que por entonces maravillaba en el deporte de los negros: Larry Bird, el favorito. Aunque también estaba el infaltable Michael Jordan. En los estantes se apilaban los casetes VHS que el papá o el tío de Luis Scola conseguían en alguna feria o que alguien (muchas veces, León Najnudel) les traía directamente desde Estados Unidos con algún partido de las finales. No importaba que llegaran a sus manos hasta con algunos años de demora: el pequeño Luisito los disfrutaba como si los estuviera viendo en vivo y en directo y rebobinaba las cintas para volver a presionar el botón “play” una y otra vez. Incluso, si era necesario se iba hasta la casa de su abuela, donde había una videocasetera que soportaba el formato que muchas veces la suya no podía reproducir.
 
Antes de los diez años, ya era habitual escucharlo decir “Voy a jugar en la NBA” o, en menos ocasiones, un más terrenal “Quiero jugar en la NBA”. Pablo Cormick, compañero en los primeros años del club Ciudad, recuerda: “Uno siempre dice esas cosas cuando es chico. ¿Quién de nosotros no ha tirado al aro gritando que era Jordan? La diferencia con Luis es que él lo decía en serio”. Alejandro Pappalardi, otro miembro de aquel primer equipo de Luis, certifica: “Siempre dijo que su sueño era llegar ahí. Lo tenía metidísimo en la cabeza y no era algo común. Por ejemplo: yo también jugaba, pero casi que ni sabía lo que era la NBA; él sabía todo. Alguna vez, ya más grandes, nos acostamos y antes de dormir le dije que iba a llegar. Tenía esa sensación, aunque por entonces sonara a pavada, y eso aumentó cuando el Tau lo vino a buscar tan chico. Era inevitable”. 
 
Más allá de sueños y deseos, e incluso al margen de los talentos, entre fines de la década del 80 y principios de los 90, a pesar de las elecciones en sendos drafts de Hernán Montenegro, el Gigante González y Marcelo Nicola, era mucho más difícil que ahora pensar que un argentino pisara un parquet profesional estadounidense. Era, en todo caso, un anhelo demasiado lejano. Pero eso a Scola no le importaba en absoluto. De hecho, llegada la adolescencia tenía todo su plan armado y varios folletos de distintas universidades norteamericanas, cuyos programas participaban de los campeonatos de la NCAA.
 
“Desde que lo conozco, desde chiquito, él tenía a la NBA entre ceja y ceja. Tenía un conocimiento de la liga y hasta de las reglamentaciones que era extraordinario”, narra Claudio Villanueva. “Ningún jugador de la Generación Dorada quiso tanto llegar a la NBA como Luis -dice Andrés Nocioni-. No tengas ninguna duda de eso. Lo quiso desde chico, mamó NBA, leyó, preguntó. Era su gran ilusión”.
 
Las actuaciones de Luis en Gijón, el Tau y los seleccionados tanto juveniles como el mayor hicieron el resto. En San Antonio, Texas, hogar de una franquicia pequeña y joven (su primera temporada había sido en 1973, luego de ser comprada a los viejos Dallas Chaparrals de la liga ABA ), apostaron en grande. En 1999, por ejemplo, seleccionaron en el puesto 57 a Emanuel Ginóbili, argentino que venía siendo figura de la Reggio Calabria. Si bien sus destacadas actuaciones en Italia fueron una razón de peso a la hora de inclinarse por él, no menos cierto es que lo habían estado siguiendo desde mucho antes.
 
Tres años después de elegir a Manu, la franquicia volvía a la carga confiada en meter otro pleno. En esos cerca de mil días, y si bien no había puesto un pie en Estados Unidos, la consagración internacional de Ginóbili -que menos de dos meses más tarde agregaría además un subcampeonato mundial y la primera victoria de un seleccionado extranjero contra los NBA- otorgaba fundamentos para aquella elección, que tranquilamente podría haber sido un fiasco irrelevante pensando en la gran cantidad de equipos que eligen -a esa altura del draft- a jugadores que no llegan a nada en la liga. Allí fue el manager R.C. Buford, entonces, y entregó el papelito con el nombre de Luis Scola en el puesto 56. Parecía una ciudad predestinada para el jugador: en esa locación del estado de Texas, en 1998, había participado de la cuarta edición del Nike Hoop Summit, un tradicional campus NBA para jugadores Sub 20 de todo el mundo que se enfrentaban a los mejores jóvenes de escuelas secundarias estadounidenses.
 
Scola no ofreció ninguna reflexión aquella noche del draft que pasó en la casa de Cound. El silencio, de todos modos, era elocuente. “Fue una muy mala noche -recuerda Mike-. Ese día empecé a conocerlo más, pese a que ya habíamos compartido algunos momentos, ya que había ido con él a hacer unos workouts . Lo habían visto entrenadores como Jerry Colangelo y Gregg Popovich”. Evidentemente este último, coach de los Spurs, vio potencial en el interno argentino, pero la desazón del propio jugador era mayúscula.
 
“El draft fue un pelotazo -afirma Villanueva-. Fue una desilusión enorme”. ¿Cómo era eso posible? ¿Acaso no era el sueño de Scola jugar en la NBA? ¿Cómo podía ser mala la noche en que un equipo elegía contar con él? “La gran apuesta era la primera ronda, que es a lo que apuestan todos porque te permite obtener un contrato asegurado para cuando llegues a Estados Unidos. Por eso sufrimos mucho el draft. Aunque no se lo dijera a Luis, yo estaba muy mal”, reconoce el representante argentino.
 
“Sin dudas es mejor no ser elegido que ser elegido en segunda ronda -complementa el norteamericano Cound-. Esa elección es una miseria, porque te quedas sin derechos. Es como que sí, te valoran, pero no lo suficiente; no hay garantías de que te lleven a jugar con ellos, pero aun así se quedan con un control casi total de tu carrera. Y si no sos alguien que en Europa está llegando a lo más alto, como les pasó luego a Luis o a Chapu, podés quedarte así, en ese limbo, toda la vida”.
 
A la mañana siguiente, la bronca todavía no se había evaporado, pero habría que dejarla ir. Al cabo, ahora se trataba de seducir a los Spurs para que en algún momento sonara el teléfono y una voz de acento norteamericano le notificara que el equipo quería sumarlo a sus filas. Pero el llamado no llegaba. Nunca llegaba.
 
En ese laberinto que se parecía más a un pozo sin fondo que a un camino de difícil salida, el avance del tiempo sería uno de los únicos factores que jugara a favor del capitán del seleccionado argentino. Acercándose Scola al final del contrato con Baskonia, en 2007, las pretensiones del club vasco fueron bajando hasta posicionarse cerca de los 3 millones de dólares y la aceptación de un plan de pagos. 
 
Una vez que Houston llegó a un acuerdo con San Antonio por el traspaso de Scola, franquicia y jugador tardaron menos de un día en cerrar las cifras del vínculo que los uniría. La concreción de ese sueño, convertido en anhelo y devenido en obsesión, era un hecho, aunque no fuese con la camiseta de San Antonio y al lado de Emanuel Ginóbili.
 
El propio Manu lamenta que no se produjera el encuentro: “Me dolió un poco que los Spurs lo hayan dejado ir. Hubiese pagado para que Luis viniera a jugar con nosotros. Si soy egoísta, quería que estuviera al lado nuestro, pero me alegra que el equipo haya tenido la gentileza de dejarle cumplir su sueño en otra franquicia”. El cuatro veces campeón de la NBA reconoce que, si bien conversaban del asunto, al estar en cierta forma involucrado pero de manera pasiva, sin poder torcer el destino, tampoco hablaban demasiado. “Fue una situación muy rara, fue muy difícil llegar a aquel acuerdo. La NBA en esa época no era la NBA de hoy, con tantos extranjeros, así que llevó tiempo -analiza-. Creo que Luis estaba un poco incómodo para hablar mucho de ese tema, pero se lo notaba ansioso por cumplir su sueño. Fue un momento delicado para él”.
 
Con el contrato prácticamente cerrado, fue momento de enfocarse en cómo sacar a Luis del Tau Cerámica. Los Rockets iban a poner los 500.000 dólares permitidos, pero todavía restaban unos 2,5 millones más por abonar al club español. La franquicia texana negoció con la agencia de Bass un contrato para el argentino por tres temporadas y algo más de nueve millones de dólares (estos números son públicos en la NBA), de los cuales se le adelantó parte al jugador para abonar la cláusula de salida a los vascos. Finalmente, tras siete años caminando a la par, el Tau Cerámica dejó que Scola se fuera con destino al mejor básquetbol del planeta.

 

Fuente: 
Luis Scola, el abanderado

Compartir