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Los griegos tienen una pasión que no saben ni quieren disimular y, si bien suelen pasarse de rosca con excesos, lo que transmiten, tanto desde las gradas hacia el campo como al revés, se puede ver en pocos lugares del mundo. Y ayer, contra el Barcelona, se vio una muestra más de su amor incondicional al club y a su gran ídolo, Georgios Printezis, el ala pivote de 37 años que, casi seguro, jugó su último partido de Euroliga. 

Printezis, de 37 años, si bien tuvo un par de salidas del equipo, allá por el 2007 y luego dos años en el Unicaja de Málaga entre 2009 y 2011, es la máxima figura de la historia del club, no solo por los años que jugó (los últimos 11 de corrido), sino porque fue parte vital de la etapa más gloriosa, con la doble corona de la Euroliga en 2011/12 y 2012/13, siendo recordado sobre todo por la del 2012, cuando anotó el doble ganador sobre la bocina para ganarle al CSKA la final. 
 

Pero Printezis fue mucho más que eso para el equipo. Fue leal, por eso supera en idolatría a Vassilis Spanoulis, que de hecho también jugó en el Panathinaikos, algo que solo le han perdonado a él, pero que baja su categoría de referente máximo. Fue la bandera de un club especial, particular, muy parecido a su propio carácter: exagerado, limítrofe, pasional. Por eso los 10.000 hinchas griegos que fueron a Serbia, pese a que el partido por el tercer puesto no los atrapaba, fueron igual. Debían estar en el último partido de su jefe.

Ahora buscará cerrar la temporada con el título en Grecia, que sería el cuarto en su carrera (también ganó dos Copas de Grecia), pero nada cambiará un legado como pocos jugadores en Europa podrán dejar. Un legado blanco y rojo, sin términos medios.