Drazen Petrovic: el genio al que sólo la muerte pudo frenar
19:09 22/10/2020 | Desde que arrancó su relación con el básquet, el croata se mostró como un talento generacional que no dormía en los laureles y trabajaba más duro que cualquiera.
A lo largo de sus 129 años de vida, el básquet se nutrió de innumerables personalidades, que enaltecieron las virtudes del juego creado por el profesor canadiense James Naismith. Muchas de ellas, a pesar de su innegable talento, transitaron su camino en el silencio del olvido.
Quizás por no ostentar eso que constituye la esencia de una leyenda del deporte es que tantos iluminados vieron apagarse su llama con la misma rapidez que una fogata entre un temporal. Es ese tipo de esencia la que, hasta el temprano día de 1993 en el que la muerte lo encontró en una ruta de Alemania, caracterizó a Drazen Petrovic.
Siempre es necesario recordar a ese niño croata que visualizó su destino desde que picó un balón en su Sibenik natal. Incluso cuando un médico con total ignorancia sobre los hilos de la vida le prohibió practicar actividad física por una supuesta enfermedad, el menor de los Petrovic no se amedrentó en la carrera de convertirse en un basquetbolista a imagen y semejanza de Aleksandar, su hermano.
La vida y el básquet lo llevaron a un pedestal en el que muchos tambalean, a otros tantos los delira y sólo unos pocos pueden comprender como fruto del esfuerzo. Y es que el joven nacido en la antigua Yugoslavia no consiguió la consideración de ser el más relevante jugador de básquet en la historia de Europa únicamente en base a su talento. Porque bien supo el diablo de cabello enrulado que todo se entrena y así lo pregonó durante toda su carrera. Horas de entrenamiento extra durante su infancia. Tiros. Más tiros. Por fin su llegada al equipo de la ciudad, el Sibenka. Y con ello, el estrellato local. Aún así, más esfuerzo. Práctica, y más tiros. Cuando el talento sobresale y la voluntad acompaña, el éxito es producto asegurado.
El primer mundo del balón naranja dimensionó a Petrovic al verlo defender la camiseta de sus seleccionados. Con Yugoslavia y luego con Croacia logró todo los torneos aclamados. Alcanzó el oro en el Eurobasket 1989 en Zagreb y el mismo resultado en el Campeonato Mundial de Argentina 1990. Sólo le faltó la medalla de oro olímpica. Posiblemente esta pudo estar grabada con su nombre en 1992, pero la vida y quienes deciden qusieron que los Juegos Olímpicos se profesionalizaran y Croacia tuvo que conformarse con el segundo puesto ante el Dream Team de Larry Bird, Magic Johnson y Michael Jordan.
Aun así, el croata de cuestionados modales e insuperables habilidades fue el mayor anotador de esa final. Una demostración de grandeza, entre los más grandes. En su carrera de clubes, lo conocido: cuatro títulos tras la Cortina de Hierro con la Cibona de Zagreb, más cuatro copas europeas. El amor y el odio. De los propios, por la magia. De extraños, por la misma razón. De extraños que antes eran propios, como en Sibenik y en Zagreb, cuando con otros equipos los batió, y de propios que habían sido extraños y víctimas, como el Real Madrid y su afición. En España, su fugaz paso dejó de saldo una Copa del Rey, una Recopa de Europa y la insatisfacción de haber disfrutado en cuentagotas a uno de los distintos.
Llegó el tiempo de la NBA, y con ella la duda de si un europeo de una pequeña ciudad con apenas cincuenta mil habitantes era capaz de imponer su figura en la tierra de las exorbitancias. En donde todo es insuficiente y mejorable. Su época en Pórtland Trail Blazers, bajo las órdenes de un entrenador interesado en anillos y no en experimentar con extranjeros, no ayudó a la consolidación de Petrovic y alimentó a sus detractores. Meses de impotencia, ante la imposibilidad de probar que podía ser parte de ese mundo.
Finalmente, la decisión de llegar a una franquicia neoyorquina bajo la sombra gigantesca de los New York Knicks. Tal vez porque los Nets eran una metáfora a gran escala de su momento, fue que Petrovic recaló en New Jersey. El cambió le propició minutos de juego. Y con ello, sus estadísticas explotaron. Fue líder del equipo en puntos, en anotaciones de triples y naturalmente en juego. A sus 27 años, lo que todos sabían y lo que muy pocos trataban de ocultar, se aclaraba. La liga estadounidense era para él. Faltaba sólo saber cuánto haría allí. Y faltará. Sólo la muerte pudo arrebatarle a Drazen Petrovic el anhelo de ser el más grande.
Leandro Carranza | [email protected]
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