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Durante la década del ochenta, Larry Bird supo establecerse como uno de los jugadores más completos de la NBA. Su capacidad para dominar el juego en casi todas sus facetas lo transformó en la pieza fundamental de los Boston Celtics y en uno de los dominadores de la competencia. En ciertas ocasiones, el deporte permite ejemplificar esos aspectos con una situación en particular. Y, en las Finales de 1981, una jugada suya definió a la perfección lo que el alero podía hacer en una cancha de básquet.

Ocurrió durante el primer partido de la eliminatoria ante Houston Rockets. Bird lanzó un tiro y lo supo: no iba a entrar. Pero, lejos de quedarse en su lugar para observar lo que inevitablemente iba a suceder, pasó a la acción. Corrió en búsqueda del rebote, saltó y lo agarró con su mano derecha. Casi en el mismo movimiento, cambió el balón hacia la izquierda y, mientras estaba a punto de salirse de la pista, lo depositó en el aro. Todo en el aire. El Boston Garden se unió en un estado: el asombro.

Red Auerbach, emblemático exentrenador de la franquicia que por ese entonces oficiaba como dirigente, no tuvo dudas cuando le preguntaron sobre aquel movimiento: "Fue la mejor jugada que vi en mi vida. No sólo por su habilidad para lograr el tiro, sino también por su instinto para saber hacia dónde iba a ir el rebote." Los Celtics ganaron ese choque por 98-95 y se llevaron las series luego de triunfar en cuatro de seis encuentros. Sería el primer campeonato en la carrera de Bird. Una estrella que, en esa jornada, maravilló a propios y extraños.

Leandro Carranza | [email protected]
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