El partido en el que la Guerra Fría contaminó al básquet
16:31 24/06/2020 | La URSS jugaba la final de Múnich 1972 contra Estados Unidos. Los soviéticos salieron campeones tras tres repeticiones. Fue un verdadero robo.
Según el filósofo Friedrich Nietzsche, los dioses griegos Apolo y Dionisio son los dos impulsos en lucha permanente que subyacen al modelo insuperable de la tragedia ática. El primero es la luz que equilibra el dolor que encarna el segundo, quien tiene que ver con lo irregular, lo cruel y lo súbito.
Siglos después de aquellos mitológicos griegos el mundo continuó evolucionando, pero aquellas dicotomías siguieron surgiendo. Una se dio en la Guerra Fría, cuando la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y Estados Unidos se adentraron en una lucha que hizo pender de un hilo al mundo entero.
Si bien el origen y el final de esta guerra son inciertos, lo que sí está claro es que tuvo en vela al planeta entero durante más de 40 años. Crisis de misiles, dilemas en distintos países, teléfonos secretos y sistemas económicos paralelos se entremezclaron para crear una hecatombe que por meras casualidades no terminó de explotar.
Las historias de aquel evento son múltiples y una de las más llamativas ocurrió en los Juegos Olímpicos de Múnich en 1972. El hecho en cuestión se dio en la final de básquet, en la que se enfrentaron Estados Unidos contra la URSS. Era el epítome de una lucha kilométrica, el enfrentamiento que terminaría con el debate de superioridad de uno hacia otro.
Todo empezó la mañana del 10 de septiembre de 1972. La racha de los yanquis era monumental y acumulaban más de 60 triunfos y siete medallas de oro en fila. Pero los de Europa del Este no se quedaban atrás y, si bien no tenían tantos logros, poseían una motivación extra. Los gobernantes de la URSS los habían amenazado: de perder los enviarían a Siberia a trabajar en los duros campos de una de las zonas más frías del mundo.
Sin más preámbulos, el partido arrancó con las dos potencias intentando mostrar sus mejores armas, con la sensación de que el planeta tierra podía estallar de perder, peo también de ganar. Al término del primer tiempo los soviéticos se fueron al descanso largo con superioridad (26-21).
En el tercer cuarto los europeos volvieron a aplastar a los americanos a base de puntos y defensas aguerridas, finalizando el parcial con una diferencia a su favor de diez puntos (38-28). El partido parecía estar liquidado, pero Estados Unidos no se rendiría tan fácil. Presión toda la cancha para asfixiar al rival, correr y anotar fue la fórmula que le permitió al conjunto del norte remontar la brecha con 40 segundos restantes en el marcador (49-48).
El público del estadio enloquecía y el ruido era ensordecedor. El partido había vuelto a ser uno y, luego de una pelota perdida, los yanquis tuvieron en Doug Collins la oportunidad de pasar al frente. Luego, el tirador convirtió los dos libres luego de una dura falta y el desenlace nunca más se esclareció.
Después del último tiro libre de Collins, los soviéticos repusieron desde la línea de fondo y lograron tomar un lanzamiento. Desafortunadamente, el intento no llegó a destino. Aguarden, eso no fue todo. Uno de los árbitros agarró su silbato y pitó fuerte para detener la acción. ¿La razón? El entrenador de la URSS, Vladimir Kondrashkin, había pedido supuestamente un tiempo muerto en medio de los dos libres de Doug, algo que se permitía por reglamento en aquella época.
Por ende, el reloj volvió a los tres segundos y la jugada se repitió. La URSS buscó de nuevo anotar, pero otra vez no logró hacerlo y los norteamericanos invadieron la mitad de cancha para festejar un nuevo título olímpico. Lo que pasó luego fue una verdadera locura. El Secretario General de la FIBA, William Jones, se paró, bajó a la mesa de control y ordenó que se vuelva a repetir la acción porque el reloj no estaba parado en el tiempo adecuado.
La ley de la tercera es la vencida nunca falla y así fue Aleksander Belov logró anotar un doble, otorgándole la victoria y el título a la URSS, en uno de los finales más polémicos en la historia del básquet mundial.
Obviamente, los norteamericanos iniciaron un reclamo y un comité especial de la FIBA llamó a votación para que se decida qué sucedería con el acontecimiento. El resultado final fue 3-2 a favor de mantener el resultado. ¿Quiénes apoyaron a los rusos? Cuba, Polonia y Hungría, tres naciones que, curiosamente, estaban en el bloque de los soviéticos en la Guerra Fría. Italia y Puerto Rico se mostraron en contra.
Estados Unidos jamás aceptó esa medalla de plata, a pesar de que año a año el Comité Olímpico le manda una carta para que reciba aquel reconocimiento. Fue un verdadero robo, de esos que siempre ensuciarán la historia de la competitividad y del deporte en general. La política, una vez más, jugó sus cartas y las repartió a su placer, sin importarle que podría suceder.
Ignacio Miranda/ [email protected]
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