De pensar en dejar el básquet a posible jugador de los Knicks, Luca Vildoza
20:20 28/04/2021 | Una dura lesión en 2013 lo llevó a tomar la decisión. Se sobrepuso, mejoró y arrasó. De Quilmes al Baskonia, sin pausa ni timidez. Su historia.
"No quiero saber más nada, papá. !No juego nunca más!"
Nueve años antes.
20 de septiembre de 2013.
Miramar.
Un intento de tapón culminó en una fractura expuesta de cúbito y radio... en un amistoso. Era Luca Vildoza el damnificado y la vida otra vez lo volvía a golpear, como si su talento fuera un castigo y su calidad una maldición.
Lesión tras lesión, sin encontrar una razón más que su pasión por darlo todo y un físico dilapidado por el esfuerzo y el descontrol. De ese momento a su presente como posible jugador de los Knicks pasaron muchas cosas, pero esa actitud jamás dejó de negociarse y ese pensamiento de renunciar se disipó más rápido que una ola en el mar.
¿Cómo lo consiguió? Para descubrirlo hay que conocer su historia, esa que empezó un 11 de agosto de 1995 en Mar del Plata, una de las ciudades de mayor tradición basquetbolística de Argentina. Proveniente de una estirpe naranja, su abuelo llegó a ser presidente de Kimberley y su papá logró competir en la Liga Nacional, siendo campeón del certamen con Peñarol en 1994.
Peñarol, Kimberley... Dos de los equipos más representativos de la ciudad. Muchos quizás se pregunten cómo arribó a Quilmes, el clásico rival del Milrayita. Fue su abuela, que era fanática del Cervercero, la que lo convenció de mudarse de vereda. Los cantos de sirena nunca cesaron y aquel talento que empezó a picar el balón con tan solo cuatro años ya estaba listo para su desafío.
Resiliencia
Jugaba como ahora, con clase, elegancia y un estilo inconfundible. “Los que no lo vieron jugar entre los 8 y los 15 años no saben lo que se perdieron. Por eso, cuando Luca hacía cosas impactantes en la Liga, los únicos que no se sorprendían eran los padres de sus compañeros de divisiones inferiores”, contó su papá, Marcelo, en una nota para Página 12.
Así fue que continuó ascendiendo a su propio ritmo y un 21 de septiembre llegó el debut que simbolizaría cómo fue y cómo sería toda su carrera, en el mayor escenario posible, en un clásico ante Peñarol. Terminó aquella campaña de forma discreta, con 1,3 puntos en 4,7 minutos de promedio durante los 15 partidos que pudo disputar. Esos guarismos, no obstante, no reflejan lo que destilaba, ni el amor que en los hinchas ya generaba.
Sobrevivió a un descenso, se fue para atrás y volvió a arrancar. Regresó con todo, no sin antes golpearse y sobrevivir. El motivo está en el primer párrafo del texto, en aquella lesión expuesta. En un amistoso en Miramar contra Lanús intentó tapársela a un rival y cayó furiosamente sobre su brazo izquierdo, provocando un estremecedor ruido y una desazón total. Encima, por si eso fuera poco, un año antes ya se había quebrado las dos muñecas tras volcar una pelota. Todo estaba oscuro, sin estrellas ni esperanza.
Postrado por los golpes, de adolescente, cuando muchos solo se preocupan por la escuela, los amigos y otros asuntos, Vildoza veía como su carrera se derribaba por completo. Se perdió en ese lapso un campus NBA Without Borders, dos Mundiales de inferiores y dos inicios en la Liga Nacional.
Nada lo frena
Pero su espíritu pudo más y se sobrepuso cuando el 99,9% de las personas hubieran renunciado sin titubear. Volvió con todo, aumentó paulatinamente sus números y reinó en el certamen doméstico, con medias dominantes de 17,0 puntos, 4,1 rebotes y 4,0 asistencias en la temporada 2016/17, con un debut en el seleccionado argentino incluido en 2015.
Dormía y no soñaba, estaba listo para destruir su quimera, España golpeaba su puerta todos los días y un día decidió abrirla. Había fichado con el Baskonia en 2016, pero finalmente se fue al Viejo Continente en la 2017/18, tras una gloriosa etapa en Argentina. Empezó siendo el tercer base del equipo, pero aquella adversidad era minúscula ante todos los contratiempos que debió vivir anteriormente.
22 años tenía. ¡Apenas 22! Parecía que había vivido mil vidas, era su propio caso de Benjamin Button. Los derrumbes, las lesiones y las experiencias negativas lo forjaron como una espada a fuego lento y España era solo un nuevo desafío. Así fue que se ganó la confianza del equipo, especialmente desde la llegada de Dusko Ivanovic. Pasó de promediar 13,6 minutos y 5,4 puntos en su primera campaña a 23,2 y 7,5 en la 2019/20, en la que fue el MVP y héroe contundente en la final de la acb ante el poderoso y casi invencible Real Madrid.
Ni las molestias en uno de sus hombros, ni el Covid o la cuarentena pudieron con aquel indómito niño con mil cicatrices y ni un vestigio de sangre. Alzó su copa personal, levantó la del equipo y se coronó en lo más alto, con un presagio cumpliéndose desde aquel primer crossover ante un imaginario Derrick Rose.
Si eso parecía insuperable, Luca decidió mofarse de lo posible e incrementó sus números y su eficiencia considerablemente, con medias de 10,5 puntos, 1,8 rebotes y 3,4 asistencias que le permitieron ser uno de los jugadores clave en el Baskonia, con los ojos de los Knicks y la NBA acechando.
El destino una buena condena
Con una medalla en el Mundial de China bajo el brazo, donde fue clave en diferentes partidos, un MVP de uno de los torneos más importantes del planeta y toda la confianza de un país que lo apoya y alienta, el niño de las mil vidas sigue riéndose, jugando a ser Dios y creando lo que antes no existía, con incesante imaginación y un corazón que no conoce de razón.
Uno en un millón, es Luca Vildoza y está condenado para el galardón.
Ignacio Miranda/ [email protected]
En Twitter: @basquetplus
En Twitter: @nachomiranda14
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