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El camino de Dwight "Chila" McCray en el básquet argentino es inseparable de la figura de Sergio Hernández. El DT bahiense confió en el potencial de McCray cuando muchos equipos lo consideraban un jugador limitado al TNA. Sin embargo, Hernández vio algo más en él y decidió apostar por su incorporación a Estudiantes de Olavarría. El tiempo le dio la razón: McCray se convirtió en una pieza clave en los títulos nacionales, coronándose bicampeón con el Bataraz y posteriormente logrando un nuevo campeonato con Boca Juniors.

McCray ya había demostrado su dominio en la segunda división con Instituto, promediando 28.1 puntos, 10.9 rebotes y 4 bloqueos por encuentro en la temporada 1996. A pesar de sus impresionantes números, los prejuicios sobre su capacidad para destacar en la Liga Nacional eran un obstáculo. Hernández, consciente de esos riesgos, recordó en una entrevista: "Muchos decían que era un jugador de TNA, que por su estatura o su falta de gol no podía jugar en la Liga". A pesar de las dudas, McCray respondió con creces, consolidando su rol como pilar en los momentos decisivos.

Durante su etapa en Estudiantes, McCray aportó temporadas de 15 puntos por partido, destacándose no solo por sus estadísticas, sino también por su capacidad para elevar su nivel en las instancias definitorias. Tras su paso por Olavarría, donde conquistó dos títulos, Hernández volvió a buscarlo para reforzar a Boca Juniors. Con la camiseta del Xeneize, ambos sumaron una nueva estrella a su historial, confirmando que la química entre ellos era sinónimo de éxito. En total, el dúo alcanzó tres campeonatos nacionales juntos, una muestra del ojo clínico del entrenador y la fiabilidad del jugador en momentos claves.

El impacto de McCray en el básquet argentino trasciende sus estadísticas y logros. Conocido por su carácter temperamental y su estilo despreocupado, fue tanto un jugador excéntrico como una figura respetada en los vestuarios. Su fama de evitar los entrenamientos contrastaba con su capacidad de elevar su nivel en los momentos decisivos, lo que lo hacía indispensable en las campañas más importantes. Su fallecimiento a los 56 años deja un vacío en el deporte, recordándolo no solo como un campeón, sino como el ejemplo perfecto de cómo una apuesta audaz, como la de Hernández, puede transformar carreras y marcar historia.