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Los New York Knicks oficializaron esta semana la llegada de Mike Brown como nuevo entrenador, y lo hicieron con una apuesta fuerte: un contrato de cuatro años por 40 millones de dólares, una cifra que lo ubica entre los diez técnicos mejor pagos de toda la NBA. La jugada, sin embargo, no está exenta de polémica, ya que Brown no era el nombre más deseado ni el más solicitado en el mercado. La franquicia neoyorquina eligió experiencia, pero también desembolsará cifras récord en un cambio que genera más preguntas que certezas.

La decisión de reemplazar a Tom Thibodeau, luego de una temporada de 51 victorias y una clasificación a las Finales del Este, sorprendió a muchos. Con Thibs aún cobrando su salario (11 millones por temporada), los Knicks tendrán que pagar cerca de 70 millones de dólares en contratos de entrenadores durante los próximos cuatro años. El despido de Thibodeau no ahorra dinero; al contrario, suma presión a la dirigencia que apostó por Brown sin una competencia real por su firma.

Brown viene de ser despedido por Sacramento Kings en medio de la temporada, donde tenía el mismo salario que percibirá en Nueva York. Su contratación se produjo luego de que fracasaran los intentos por conseguir a técnicos activos como Ime Udoka, Billy Donovan, Chris Finch o Jason Kidd. Finalmente, el exentrenador de Cavaliers, Lakers y Warriors (como asistente), fue el elegido por sobre otros finalistas como Taylor Jenkins, James Borrego y Micah Nori.

Ahora, Brown tendrá la misión de superar lo logrado por su antecesor en una franquicia siempre impaciente y con expectativas elevadas. El desembolso económico no solo lo convierte en un blanco fácil para las críticas si los resultados no acompañan, sino que también refuerza la idea de que, en la NBA actual, los entrenadores ya no solo deben dirigir: también deben justificar su precio.