Gheorghe Muresan, el jugador que venció la carrera de la vida
20:34 14/04/2020 | Tuvo una corta pero interesante carrera. Un desorden en la glándula pituitaria provocó que creciera hasta los 2,32 metros. Su historia completa.
El mundo tal como lo conocemos funciona de manera incomprensible por momentos y la vida está rodeada de situaciones aleatorias. No en el sentido del por qué ocurren algunas enfermadades, virus o fenómenos naturales, pero sí por qué a diferentes personas al azar les aquejan distintas enfermedades, patologías o trastornos. ¿Por qué ellas y no otras? Sin importar los avances tecnológicos y científicos, las elecciones del destino son un misterio de la vida que todavía no se terminó de resolver.
Una de esas incógnitas es la gigantesca estatura del rumano Gheorghe Muresan, a quien la vida le otorgó 2,32 metros de altura, producto de un desorden en la glándula pituitaria, que provoca una secreción masiva de la hormona de crecimiento. Sí, todos saben el por qué de su altura, pero no por qué le tocó pasar eso a él, quien era un chico más con unos padres de estatura normal.
Inicio insólito y tardío
Su pasión por el básquet comenzó cuando fue a un médico a tratarse algunos dolores que lo aquejaban y no le permitían tener una vida normal. En ese entonces, Gheorghe tenía 15 años y ya medía 2,32 metros, por lo que el doctor se maravilló al verlo e inmediatamente le preguntó dónde jugaba. Su respuesta lo sorprendió, ya que no practicaba ningún deporte. Resulta que, en sus ratos libres, el especialista era árbitro de básquet y decidió llamar al entrenador de la Universitatea Cluj para que lo sume a su equipo.
A partir de ese momento, el básquet pasaría a ser su gran acompañamiento. Allí, a pesar de su altura, era uno más y pasaba desapercibido de alguna manera, entre otros de sus compañeros que también eran medianamente altos, aunque no tanto como él.
Luego, en 1992 pasó por la liga francesa, en donde jugó en el Pau-Orthez, un equipo que lo trató como un verdadero rey. A su vez, lo blindó de los ataques de la prensa, que lo veían más como un fenómeno de circo que como un jugador de básquet.
Allí se le estirpó el tumor de la glándula pituitaria, aprendió francés en clases particulares y comenzó a ser un figura dominante dentro de la cancha, dominando principalmente el sector defensivo y los rebotes.
Destino NBA
Ese año Gheorghe comenzó a captar la atención de los reclutadores de muchas franquicias de la NBA, que veían en él un potencial enorme. Un tiempo después, Washington Bullets decidió hacerse con sus servicios y lo seleccionó con el pick 30 de la segunda ronda del Draft de 1993.
Jugó en la NBA desde 1993 hasta 2000, aprendiendo paulatinamente todo lo que había que hacer para ser productivo dentro del rectángulo de juego. A pesar de su altura, Muresan era habilidoso, podía llevar la pelota y lanzar de manera correcta. Esto le permitió ser elegido el jugador de mayor progreso de la temporada 1995/95, en la que promedió 14.5 puntos y 9.6 rebotes.
Lamentablemente, su prometedora carrera fue afectada constantemente por las lesiones y la vida útil que tenía como jugador era corta. Finalmente, Gheorghe volvió a Francia en 2000, adonde otra vez jugó para el Pau-Orthez. En ese año se dio el lujo de ganar el campeonato francés y los caminos lo condujeron de nuevo a Estados Unidos, adonde regresó con su familia en 2001, al término de la temporada.
No todo es básquet
Fuera de la cancha era una persona sumamente divertida y le gustaba mucho salir en los medios. Estuvo en diversas campañas publicitarias, actuó en el video musical de la canción My name is de Eminem y fue uno de los protagonistas de película Mi Gigante. En la actualidad todavía es el director de la Academia de Gigantes, un campus de básquet en New Jersey que está destinado a jóvenes de sectores humildes, y es uno de los encargados del departamento de publicidad y relaciones públicas de Washington Wizards.
Un hombre único
Decían que era lento, que sus lesiones no le permitirían tener una carrera como basquetbolista profesional y que tarde o temprano todo se iba a derrumbar. Poco de eso le importó y como una tortuga continuó dando pasos lentos hacia sus objetivos. Porque en la carrera de la vida lo que importa no es la velocidad, sino la meta, el camino y el destino.
Ignacio Miranda/ [email protected]
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