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NBA 2019/20

Dwyane Wade, el jugador que estaba destinado a brillar

20:29 22/02/2020 | Desde su llegada a Miami Heat revolucionó la franquicia. Ganó tres anillos en la franquicia de Florida. Una leyenda viviente de la NBA.

Wade en Heat (Foto: Clutch Points)

-Alicia: “¿Cuánto tiempo es para siempre? 

-Conejo blanco: “A veces, sólo un segundo 

La carrera de Dwyane Wade fue eso, una eternidad que pareció un suspiro, un respiró que regocijó a todos aquellos que tuvieron la suerte de verlo picando un balón, haciendo un crossover o colocando un mate en forma de póster al pívot de turno. Un jugador de los que enamoran a primera vista, con fintas vistosas, a su propio ritmo, en un frenesí único capaz de dominar al más valiente y de torturar al más escéptico. 

Verlo desplazarse en el rectángulo de juego era observar a una gacela esquivar a sus cazadores, un meteorito imposible de ser detectado, un ratón escapándose del gato. Fue un asesino silencioso y voraz, con licencia para matar sin ser detectado. Nadie sabía dónde estaba, pero siempre llegaba. Anotador empedernido, liquidador desmedido al servicio de su directivo. Un bombero que atendía el teléfono cuando la ciudad o sus compañeros lo necesitaban. No importaba la hora, él contestaba. 

Al saltar hacia el aro tenía resortes, era un potro desaforado en busca de un objetivo entre ceja y ceja. Un animal indómito que no dejaba rastros en el camino. Descontrolado y rebelde, también era un seductor que robaba las almas de quienes lo veían jugar. No había resistencia alguna, sus euro-steps, giros, bombas y tiros imposibles eran cantos de sirenas que hipnotizaban al mundo entero en cuestión de segundos. 

Difícilmente se reía y en la cancha estaba en estado de trance, listo para la acción. Driblando, fintando, engañando, su repertorio se equiparaba al de un mago y era imposible descifrar lo que sacaría de su galera. Era Harry Potter en su estado más puro, un encantador de serpientes, el flautista de Hamelín guiando a las ratas fuera de la metrópolis. Nunca seguía lo ortodoxo, constantemente se salía de su rol e improvisaba como todo artista. No tenía molde, tampoco techo. 

Pero su relevancia está lejos de ser medida por las conquistas con el balón. También fuera del estadio era amado por todos y siempre estaba dispuesto a hacer algo por los más necesitados. Desde fondos para otorgar becas universitarias hasta un nombre especial escrito en sus zapatillas el día de un partido, el número tres se involucraba con su comunidad y cargaba en su mochila con orgullo el lema de más que un atleta. Era un alma única, caritativa y servicial que valoraba a sus pares, que no se quedaba en la frase y predicaba con el ejemplo, con las acciones más que con las palabras. 

Fue único en su especie, distinto por donde se lo mire. Valorado por sus compañeros, respetado por sus rivales. Nadie estaba en desacuerdo con lo que hacía o decía. Un señor vistiera o no traje, un veterano de aquellos que escasean. Un curioso caso de Benjamin Button, un vino de los más añejos que sólo mejora con el tiempo. 

Desde hoy y para siempre, la leyenda de Dwyane Wade continuará creciendo y pasará de boca en boca, de generación en generación, de padre a hijo y de nieto a bisnieto. Como todo héroe, no habrá persona alguna exenta de su relato, de sus títulos y lanzamientos ganadores. Será un hito, un cuento inmutable que resistirá el paso del tiempo cual arena en la playa, cual viento en el aire. 

Simplemente gracias Dwyane, gracias por ser mucho más que un atleta. 

 

 

Ignacio Miranda/ [email protected]
En Twitter: @basquetplus
En Twitter: @nachomiranda14

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